XVII- Fideos moñitos

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A las cinco de la tarde del día siguiente, Alex y el grupo elite se encontraba en el aeropuerto de El Idilio.

El grupo elite, según Miller, eran: Theodore Nixon, Finnian Pace, Thomas Ward, Noah Yang, Albert Devin, Irina y Andrew Keen, Everson Nero, Evelyn Duval, y Alexandra Di Forte. El resto estaban muertos o estaban incapacitados para participar en la misión de espionaje que quería Miller o algún superior idiota. Alex no había elegido quién podía unirse y quién no, pero sabía que había sido machista porque eran seis hombres, tres chicas y Noah. Si simplemente Willow estuviera con Alex, ella hubiera sido mucho más feliz. No tener a Willow siempre hacía que el pecho de Alex doliera un poco. Pero tenía a Iri y a Duval. Algo era algo.

Les habían dado un par de habitación en el hotel, y Alex dejó que Noah y Andy se encargaran (los más responsables) mientras ella casi que corría hacia su casa para ver a su mamá. Mientras corría por las calles, sentía ansiedad recorrerla. Iba a ver a su mamá por primera vez en meses, y, honestamente, necesitaba un abrazo de ella más que nada en el mundo. Sólo Melissa Di Forte podía darle un abrazo tan bueno para curar su depresión y su culpa y sus ganas de llorar.

Theo le dijo que iba a acomodar sus cosas en su habitación antes de seguirla, y Alex asintió. Amaba a Theo como un hermano, pero necesitaba el tiempo a solas con su mamá. Un abrazo, una lloradita, unas palabras reconfortantes y ayudarla a hacer pastas. Le permitiría esos diez minutos mientras se hacían pastas a Theo para que él pudiera hablar con Melissa, pero, antes que nada, Alex la necesitaba a su mamá para ella sola. Después la compartiría.

Alex llegó a la cuadra de su casa y corrió hacia ella. A su costado, vio la casa de los Ward. Eso le llevó buenos recuerdos, recuerdos de cenas y pijamadas con la familia, y no pudo evitar sonreír. Y siguió sonriendo mientras corría hacia la puerta de su casa. Ella tocó el timbre y esperó. Siempre había tenido llaves de su casa y tener que esperar para que le abrieran fue raro. Sin embargo, al ver a su mamá abrirle la puerta, todo ese sentimiento de rareza la abandonó.

-¿Alex?

Alex no dejó que su mamá pensara porque se tiró encima de ella en un abrazo. Melissa la abrazó, peinándola con suavidad. Había algo en la forma en la que ella la contenía que la hacía sentir segura. Alex apoyó su frente contra el hombro de ella y la apretó.

Melissa se separó de ella, y Alex pudo ver que tenía lágrimas en sus ojos. Su mamá le acomodó un mecho de su pelo, sonriendo con cariño.

-Tienes el pelo largo, amor-murmuró Melissa.

Alex sonrió.- Lo sé. ¿Puedo entrar?

Su mamá asintió y se corrió del medio, mostrándole las escaleras que llevaban al piso de arriba. Ella sintió un pinchazo de nostalgia ante eso, pero entró.

Todo en la casa estaba igual, y Alex no supo decir si eso era reconfortante o doloroso. Atravesó la sala de estar, viéndose a ella misma hacía meses con Finn y Thomas, o con Theo y Andy y Alby e Iri, o con su familia hablando sobre adoptar. Inconscientemente, se tocó el cuello, y apretó la piedra rosa que la mamá de Willow le había regalado. Parecía haber vivido otra vida en aquella casa, la verdad.

Ahora, entraba con uniforme militar, pelo largo, teniente de un grupo elite y con sangre en sus manos. No estaba segura de que su madre la reconocería luego de todo lo que había hecho.

Alex se sentó en uno de los bancos de la isla de la cocina, y apoyó sus codos. Nunca se había dado cuenta de lo incómodo que era el uniforme militar hasta que estaba en la cocina de su casa con su mamá sirviéndole un vaso de gaseosa. Su mamá le pasó el vaso con una sonrisa y se apoyó sobre sus manos en la isla.

-¿Puedo preguntar qué haces aquí?

-¿Y podemos comer fideos?

-¿A las cinco y media de la tarde?

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora