VIII- Hombres de armas

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Las próximas semanas, la vida del grupo elite en territorio rojo se basó en hacer misiones e infiltrarse en reuniones de gente de clase alta.

Siempre iban en grupos chicos, de no más de tres o cuatro personas, y volvían horas después, cansados y lastimados, pero, lo importante, con información. Había más de una vez que alguien había vuelto con un brazo ensangrentado, pero había tenido que contar qué había descubierto mientras lo curaban. Alex había visto a Andrew escupir información mientras Finn le hacía un torniquete para que no se desangrara antes de que dejaran operarle (sí, Finn ya estaba autorizado a hacer eso). Alex había visto a Everson vomitar por ver la situación, o eso pensaba que era, aunque también podría haber sido por el dolor porque tenía Alex curándole, quien aún no era la mejor al curar. Finn había estado enseñándole, pero no era tan talentosa como le hubiera gustado serlo.

Alex había ido a un par de misiones más, tanto con Duval e Iri (misión de hablar con hombres porque ellas tenían tetas) como con el resto de hombres. Y Alex estaba cansada. En serio que sí. Estaba agotada de tener que levantarse y pelear e irse a dormir para hacer lo mismo al próximo día. Y era un ciclo que no parecía terminar. Ni el colegio en territorio blanco la había quemado tanto. Cada tanto, Alex se encontraba mirando la ventana, con su cuerpo tan cansado que no sabía ni qué sentía.

Los peores momentos, sin embargo, eran cuando había gente en misión y ella estaba en el departamento de mierda. Sentía su corazón en su garganta cuando faltaba alguien porque ya no daba nada por sentado. Ya había perdido a demasiada gente por pensar así. Y a veces los que habían llegado de la misión llegaban sanos y salvos, agotados con ganas de ducharse y dormir, pero bien, y Alex se podía relajar. Otros días, sin embargo, abrían la puerta tres personas ensangrentadas, colapsando en la el palier del departamento y Alex no era capaz de respirar al ver tanto rojo.

Ese día pasó algo similar.

Alex estaba sentada en el sillón del living, tratando de leer un libro a eso de la una de la madrugada. Varios se habían ido a dormir, pero, con Finn, Thomas y Everson afuera de la casa, ella no era muy capaz de dormir. A su lado, Duval estaba dormitando, con el apoyabrazos como almohada. Había hablado un rato con Alex, sobre todo porque Iri se había ido a dormir, pero el sueño le había ganado. No que a Alex le molestara, a ella le gustaba estar en silencio a esa hora de la noche.

Una puerta se abrió y Alex se giró. No fue la de entrada, pero, a los segundos, Theo apareció por allí, con ojos entrecerrados por la luz. Alex sonrió un poco ante eso y apoyó su libro sobre su regazo y le hizo un gesto para que se acercara a ella. Theo lo hizo y, como el sillón viejo era en L, se sentó en frente a ella.

-¿Qué haces despierto?-le preguntó Alex.

-Me estaba meando-murmuró-. Y cuando salí del baño, vi que estaba la lámpara de la sala prendida. Supuse que eras tú.

Alex sonrió.- Obvio que soy yo. No puedo dormir cuando tres de los nuestros están en una misión luchando por sus vidas. Uno de esos siendo mi futuro esposo.

-Bueno, dos de esos son mis mejores amigos, pero yo puedo dormir.

-Eso habla mal de vos.

-Vos-repitió él, burlándose de su acento rojo, y ella rodó los ojos-. Simplemente quiero decir que quedarte despierta toda la noche no va a ayudar a nadie.

-No puedo dormir.

-Inténtalo al menos-dijo Theo-. Por favor.

Alex suspiró.- Ajá.

-Vamos, a mimir.

Él se puso de pie y estiró sus brazos hacia ella, quien sonrió un poco mientras se levantaba con su ayuda. Ella observó a Duval y fue a buscar una mantita y una almohada. Theo aún estaba de pie en la sala, modo zombi, así que, apenas Alex tapó a Duval y le dio una almohada, empezó a empujar a Theo hacia su habitación.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora