X- Castillo de Edom

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Iri tiró del pelo de Alby, y él abrió la boca, indignado.

-¿Por qué fue eso?-murmuró él.

-Si Alex y Finn no vuelven en cinco minutos, cagamos.

-Bueno, faltan cinco minutos para eso-replicó Alby, y la hizo girar-. Deberíamos preocuparnos en cómo vas a correr con esos tacos aguja.

-Yo puedo hacer todo en tacos aguja, Alby.

Alby soltó una risita ante eso.- No lo dudo.

-Preocúpate en alcanzarme con esos zapatos resbaladizos tuyos.

Alby sonrió, y apoyó su nariz contra la mejilla de ella, riéndose en voz baja. Tendía a actuar como gato, sorprendentemente, siempre buscando acurrucarse contra ella. No que a Iri le molestara, la verdad. Antes, cuando simplemente era la hermana de su mejor amigo, y lo máximo que él había hecho con Iri había sido abrazarla o ayudarla a levantarse o hacerle un café.

Había tardado años en admitirse a ella misma que tenía un crush en él. Años. El estado de negación había sido su estado de vida por al menos tres años. Después, en segundo año, se admitió a ella misma que realmente quería a Alby como algo más que el mejor amigo de su mellizo, de una forma totalmente distinta a un hermano. No se lo había dicho a nadie hasta que, en una fiesta del equipo de las Lobas, ella se había emborrachado lo suficiente como para contárselo a Willow. La puta... Willow ni siquiera había sabido que ella había sido la primera persona en enterarse de eso. Nunca se iba a enterar de eso.

Cada tanto, desde que se había enterado por Alex que Willow y toda la gente que quería en territorio rojo habían sido asesinados, sentía un vacío existencial en su pecho. A veces tardaba en entender que todo lo que pensaba que era sólo una pesadilla había pasado realmente. Pensaba que cualquiera de esos días volvería a El Idilio, e iba a entrar a Adamas y hacer nada todo el día y después a entrenar con las Lobas y volver a su casa y odiar a Andrew y odiar a Colin, el bebé de la casa, por llorar. Pero, al fin y al cabo, era una casa. Una casa segura. Y, no tantos meses después, estaba en el castillo de Edom, donde estaba la reina por salir y unirse al baile.

Alby apretó su cintura con suavidad. - ¿Qué pasó? ¿Qué pensamiento pasó por tu cabeza?

-Simplemente no puedo soportar esta mierda ya.

Alby ladeó su cabeza.- ¿El qué? ¿La guerra?

-Las muertes.

-Ah.

-Sí, ah.

-Lo siento.

-Sí, yo también-murmuró ella.

-Bueno-dijo él, y le dio un beso en la mejilla-, no sé si esto te hará sentir mejor, pero esos tacos aguja hacen que tus piernas se vean de la puta madre.

Iri rio y apoyó su frente contra el hombro de él. Alby la sintió reírse contra él, y él sonrió ampliamente. Apoyó su barbilla en la cabeza de ella y ambos siguieron bailando al compás de la música.

***

-Pero qué idiota que eres-le murmuró Andrew a Everson, cerrando la puerta de la sala de almacenamiento detrás de ellos.

Everson le pegó con la cuchara que, por alguna razón, se había llevado con él.- Cierra la boca. Tú mandaste a Thomas con el resto.

-Porque estaba golpeando todo lo habido y por haber.

-No es su culpa que sea torpe.

-Todos los rugbiers son torpes-replicó Andrew.

-Bueno, sí, pero somos buena onda, al menos.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora