XII- Fiesta en el salón del trono

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-Extrañaba no ver mis tetas-admitió Alex-. Me siento en pelotas.

-Creí que esto era algo de ricos-comentó Duval-. Pero son todos pervertidos.

-Piensa en el lado bueno-dijo Iri-: no se van a dar cuenta que tienes acento azul. Puedes decir que vas a matarlos pero van a estar tan perdidos con tus tetas que no te van a escuchar.

-Yo ya lo estoy-acotó Finn, como si eso ayudara.

Alex lo empujó fuera del cuarto y cerró la puerta.

Las chicas estaban cambiándose para ir a la subasta de obras de arte en el castillo en tres horas. Los chicos recién se estaban bañando (sorpresa, sí), mientras que las chicas ya se estaban preparando. La vida era injusta a veces cuando tenían que verse lindas y estúpidas y sexis sin morir en el proceso. Eran palabras raras juntas, la verdad, pero era la esencia del grupo elite en territorio rojo.

Por el nivel de millonarios que tenían que verse, les habían dado joyas que salían más que todo el año de mantener el departamento donde vivían. Alex nunca había usado un collar tan caro, la verdad, y se lo habían dado a ella porque tenía más tetas. Muy maduras, sí. Iri se había cantado la tiara de plata, y Duval unos aritos por su pelo azul eléctrico, ya que habían decidido teñírselo nuevamente para la ocasión. Trágicamente, aún tenía el cuello un poco azul, pero habían decidido ignorar eso por el bien de todos.

Iri la ayudó a Duval a cerrar su vestido mientras Alex se planchaba el pelo. Tener el pelo largo era complicado. Con el pelo corto con capas no había ni necesidad de secarse con secador, mucho menos planchárselo. Extrañaba eso.

-Yo te plancho el pelo-le dijo Iri a Alex-. Es más fácil así.

Alex se quedó sentada en una silla que habían llevado de la cocina y cerró sus ojos mientras Iri se encargaba de su pelo. Recordó aquel cumpleaños a lo que parecía otra vida, donde ella estaba acostada en el piso mientras Willow le hacía el delineado. La vida en El Idilio había sido tan tranquila que Alex a veces no lo podía creer.

-Willow me hizo el maquillaje una vez-comentó Alex, y abrió los ojos para observar a Iri a través del espejo-. Para un cumple. Me había acostado en el piso para hacerme el delineado para que le fuera más cómodo. Después me metió el lápiz en el ojo cuando llegaron sus hermanos. Estoy segura de que lo hizo queriendo.

Iri se quedó quieta, con la planchita en su mano.- Oh.

-Fue un lindo recuerdo-avisó ella-. Por favor, seguí.

Iri asintió y siguió planchándole el pelo. Alex cerró los ojos y se dejó disfrutar de las manos de Iri por su pelo. Así, hasta podía creer que estaba en El Idilio, por tener una fiesta en la casa de Willow donde iba a ser feliz y a ponerse muy borracha con la Banda.

El bendito gobierno les había dado la puerta de vuelta al territorio azul. Alex se sentía culpable por eso. Había tenido tanta suerte de haber sobrevivo esa guerra. Ella lo sabía. Y, que ella haya sobrevivido cuando tanta gente no, la hacía sentir tan mal. Era la famosa culpa del sobreviviente: ella viva y el resto muertos, o encerrados en la guerra. Siempre iban a estar encerrados en la guerra porque la guerra nunca terminaba realmente, pero estaba por volverse a su territorio y estar relativamente más segura. Nunca se había sentido en el territorio rojo y ya la estaban mandado de nuevo al azul.

Honestamente, se seguía sintiendo en las primeras trincheras. Sentía que el día anterior había estado corriendo por lugares secos y ensangrentados, sin vida alguna, tratando de mantener viva a ella y a la gente que quería. Cerraba los ojos y veía lágrimas corriendo por las mejillas de soldados que lloraban a otros en plena pelea, pero morían antes de que pudiera hacer algo al respecto. La cantidad de gente que había muerte por humanidad en esa guerra era tan dolorosamente irónica que no podía soportarla.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora