Nieve negra

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A eso de las tres y media de la mañana, Alex, en un techo de una casa en una esquina a unas cinco horas a las afueras de Edom, se acomodó el arma en su hombro. Estaba vestida de arriba abajo de negro, con su pelo atado detrás de su nuca, tapado por una gorra y un pasamontaña que tapaba toda su cara excepto su nariz y sus ojos.

El resto del grupo elite estaban dispersos por las calles de esa pequeña ciudad, todos solos, pero armados. Alex había llamado al chofer que los había llevado al castillo la noche que habían recuperado a Thomas, y él sonrió mientras se subían al auto Noah, Thomas y Melissa. Como Thomas fue casi imposible de convencer, Melissa lo durmió apenas bajaron las escaleras de entrada del departamento y lo subieron al auto de a tres. Noah tampoco aceptó tan fácilmente, pero, como vio lo que le hicieron a Thomas, se subió al auto sin chistar mucho. Melissa se despidió de todos y le dio un beso a Alex y a Theo antes de subirse al auto. Todos subieron lo que tenían de equipaje que querían llevarse del territorio rojo (se robaron un par de cosas del departamento, sí) y observaron al auto alejarse. Subieron al departamento, dialogaron un rato de cómo iba a ser la movida y, luego de un viaje de como cinco horas en auto dado por el gobierno azul, se habían dispersado por el pueblo costero de los rojos.

Honestamente, Alex ya extrañaba un poco a Edom. Era hermosa la ciudad, la verdad, y la gente, sin contar que estaban en guerra con ellos, era buena. La reina, a pesar de todo, les había devuelto a Thomas. Y las estrellas... las estrellas brillaban en el cielo sobre la ciudad elevada. Sin embargo, ningún lugar era tan hermoso como El Idilio, donde las estrellas brillaban en la laguna Reflejos, y uno podía ver las cordilleras Espejos sobre la ciudad. Ningún lugar sobrepasaba eso. Pero iba a extrañar la convivencia con el grupo elite. Iba a extrañar vivir con ellos. Obviamente se habían peleado y gritado y todo lo que la convivencia llevaba consigo, pero dolía saber que no iba a pasar de nuevo. No iba a volver al departamento con el grupo elite esperándola. Siempre había sido una certeza hasta que ya no lo iba a ser.

-Deberíamos haber hecho una fiesta de despedida-murmuró para sí misma.

Nadie le respondió, claro. Estaba sola en una calle, esperando que aparecieran los soldados que hacían sus rondas militares. Observó su rifle en sus manos y se fijó, por sexta vez, que estuviera cargada. Tocó sus caderas y sintió los cuchillos colgados en su cinturón, y un pequeño bolsito lleno de balas. Todo estaban en su lugar, según lo que ella pensaba. Todos con tres cuadras entre ellos, escondidos en esquinas de casas, o árboles.

Luz blanca.

Alex levantó la vista y encontró la señal del techo donde estaba Duval. Parpadeó dos veces su linterna. Genial, veinte guardias. Bueno, no genial, pero al menos sabían cuántos eran. Prendió su linterna y la hizo parpadear dos veces en dirección a Theo. Theo pasó el mensaje.

Alex estaba bajando del techo cuando empezó a escuchar los disparos. Maldijo internamente y corrió en dirección a los disparos.

No su mejor momento, no.

Los disparos estaban en dirección a Duval, así que trató de esconderse en las sombras lo mejor posible mientras corría hacia allí. Correr en silencio no era su fuerte, sobre todo considerando que tenía el puto pasamontaña tapándole todo el rostro.

Llegó a la esquina donde debía estar Duval y se asomó hacia la calle. Pudo ver a una docena de soldados disparando hacia el cielo, lo que hizo que Alex se riera para ella misma porque se notaba que eran soldados mandados a las afueras de la capital. Duval probablemente había subido a un techo más alto aún y había empezado a disparar para molestar. Ella pudo ver cuerpos tirados en la acera y se descolgó el rifle en el hombro. Apuntó y disparó. Tres o cuatro cayeron antes de darse cuenta de dónde provenían los disparos. Alex salió corriendo con una velocidad sobre humana.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora