I- Noah Yang

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Noah Yang siempre había querido ser grande o nada en absoluto.

Toda su vida había luchado contra estereotipos tanto dentro como fuera de su familia. Toda su vida se había sacado las mejores notas del curso. Toda su vida había tenido su nariz en un libro. Toda su vida había sido la persona más brillante del lugar. Toda su vida se había esforzado para pertenecer a algo, a alguien. Toda su vida se había esforzado más que nadie en el puto globo. Más que nadie en todo el universo.

Pero todo eso había sido para nada porque Noah había terminado como un soldado más en un montón de adolescentes. Como un número más.

Noah atravesó el césped, dirigiéndose hacia el edificio de administración de una de las bases de entrenamiento de la capital de Adamas, en territorio azul. A demasiados kilómetros de esa base, estaba el pueblo en el que había crecido, en El Idilio, donde estaban sus mejores amigos: Theo y Finn, y su novio, Thomas. Hacía ya semanas que no los veía, por lo que trató de ignorar el sentimiento incómodo en su estómago mientras esquivaba a una unidad que trotaba a lo largo del "Fuerte Impera", la base militar de Noah.

Noah suspiró al ver a un colectivo negro entrar. Hacía no tanto que había sido una persona más de aquellos jóvenes que entraban aterrados al único lugar que les podría salvar la vida en la guerra. Observó el colectivo frenarse y vio a un grupo de chicos, todos con apenas dieciocho, bajarse. Cada uno de ellos llevaban un uniforme color caqui, perfectamente planchado, con un gorrito y corbata metida dentro de la camisa. Todos tenían una bolsa verde con las pocas pertenencias que dejaban tener en la base, pero, sorprendentemente, la mayoría de ellos estaban riéndose, haciendo chistes. Chicos y chicas que en pocas semanas iban a enfrentar a su muerte entraban a una casucha con suficientes camas para una unidad, donde lo único que se tenía era ropa que daban allí y dos o tres cosas personales que a veces se les sacaban porque era "contrabando". Y luego personas más adultas, de las cuales Noah se olvidada que muchos se habían presentado como voluntarios porque querían servir a la nación. En El Idilio, todos odiaban el concepto de la guerra, pero, al parecer, el resto de los azules la idolatraban. Noah se obligó a quitar a sus ojos de ellos.

Subió unos escalones de tierra y entró a una casucha blanca que parecía estar hecha de cartón en vez de madera. Atravesó un pasillo, su espalda derecha y con la precisión de piernas y brazos que le habían taladrado en la cabeza las últimas semanas. Tocó una puerta y, luego de escuchar una voz responderle, entró. La oficina del Capitán Ilyian no era nada sorprendente, la verdad, con simplemente un escritorio, unos documentos y libros en una biblioteca vieja, una bandera de los azules y un mapa del globo en la pared. La luz de la mañana entraba por la ventana, e iluminaba al capitán, quien estaba escribiendo. Como todas las putas personas de allí, llevaba un uniforme caqui que, a diferencia del resto, tenía tres pines de estrellas en el cuello de su camisa.

El Capitán Ilyian levantó su vista de los documentos a Noah, quien estaba con sus manos detrás de su espalda y hombros cuadrados. Ilyian era un hombre relativamente joven, de unos treinta casi cuarenta años, con ojos celestes casi transparentes y pelo castaño oscuro, casi negro, corto.

-Cabo Yang.

-Capitán Ilyian-asintió Noah-. ¿Me ha mandado a llamar, señor?

-Exactamente-dijo Ilyan, y buscó un papel en su mesa-. Le queda, si no me equivoco, un mes y medio hasta que se convierte en soldado para la armada y sea transferido, ¿verdad?

-Sí, señor.

-Por esa razón misma, he estado revisando su caso y, déjeme decírselo, cabo, que me ha dejado increíblemente sorprendido ante la respuesta de su entrenamiento. ¿Cómo es que pasó de ser un larguirucho y frágil soldado a ser el de los mejores tiempos en toda la base, Yang?

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora