V- La moneda de los secretos

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Alex y Leonardo se instalaron en una de esas habitaciones con cortinas de puertas.

Leonardo pidió una botella de champán caro y unos palitos de muzzarella. Alex se sentó en el sillón y observó a Leonardo sacarse el saco. Su corazón latía rápidamente en su pecho al ver a un hombre quedándose en camisa enfrente de ella. Él no pareció darse cuenta porque colgó el saco y se sentó a su lado. Apoyó su cabeza sobre su mano y la otra fue a parar en el brazo de Alex, acariciándola suavemente.

-¿Cómo me dijiste que te llamabas?

-Me llaman la loba-dijo Alex, y apoyó su mano en la pierna de él-. Pero me llamo Nina en la vida real. Me podés llamar como te guste.

-¿La loba?-inquirió él, sonriendo-. ¿Por qué?

-Me gusta morder-se encogió ella-. Y me dijeron que tengo colmillos puntiagudos.

Leonardo soltó una risa. Eso hizo que ella se sintiera aún más incómoda, pero se obligó a disimularlo con un encogimiento de hombros y un deslizamiento de piernas.

-Entonces-dijo ella, y se acercó aún más a él-. ¿Cuál es tu trabajo? Algo que te da mucha plata, supongo. Veo cómo apostás y tomás.

Leonardo sonrió.- Podrías decir eso. Soy empresario.

De personas, pensó Alex. Traficante.

¿Podía ser considerado un empresario? Tal vez se llamaba eso porque no se encargaba en sí del traslado, sino de todo lo que conllevaba detrás. No que eso lo hiciera mejor... hasta lo hacía peor, según ella.

-¿Oh, sí?-inquirió Alex-. ¿Y qué haces?

-Trabajo importando-dijo él-. Ya sabés, me encuentro con otros empresarios más con los que compartimos intereses y traspasamos bienes.

Personas. No bienes, personas.

-¿Es importación sólo roja?

-Son bienes rojos, pero es importación global. Sobre todo, a los blancos. No nos vamos a limitar a territorio rojo, por favor. Tenemos el dinero y la calidad para hacerlo globalmente.

-Bienes de calidad, supongo-dijo ella.

-Oh, sí. Muy buena calidad.

Alex se sentó a ahorcajadas de él y pasó sus brazos por el cuello de él. Le dio un beso en la mejilla, y luego en la otra.

-¿Cuánta plata hacés por año?-murmuró ella, haciendo un movimiento de cadera encima del regazo de él-. Números exactos, ¿sí? Números altos me prenden.

Leonardo rio y apoyó sus manos en la cadera de ella, sus dedos en su culo. Ella apoyó sus codos sobre los hombros de él, y lo observó, con cabeza ladeada.

-Millones-admitió él-. Los bienes que importamos son caros.

-¿Qué tan caros?-inquirió Alex, su mano deshaciendo los botones de su camisa.

-Mmm, casi que un palo por docena-murmuró Leonardo, ojos cerrados.

Un millón por doce personas. Vendían personas y se hacían millonarios en el proceso. ¿Y acaso eran proxenetas? ¿O vendían a personas con otra idea?

-¿Un palo?-repitió ella-. Eso es mucho.

-Oh, no te hacés una idea.

Alex fue capaz de escuchar el alcohol en su voz. Sus palabras más lentas y un poco más arrastradas. Tenía sus ojos cerrados, y tenía un poco de sudor en su frente. Ella corrió un poco de pelo sudado de su frente, casi que feliz de que se estaba desmayando por la droga que había metido en su vaso.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora