I- Irina Keen

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Irina Keen estaba cansada de todo.

Cuando había sido chica, en Adamas, cuando jugaba con las chicas al handball y estudiaba, había sido más feliz que nunca. No se había dado cuenta de eso, claro, de esa felicidad tan explícita pero escondida en todos los días de su vida. Su mayor problema había sido que la gente se iba a la guerra, y que temía el momento en que ella debiera irse.

Pero se llevaron todo de ella.

Pasó de ser feliz sin darse cuenta a ser extremadamente miserable en cuestión de semanas. Después del entrenamiento, toda su vida había caído dentro de un torbellino y giraba de forma tan rápida que no podía entender nada de lo que pasaba a su alrededor.

Hacía meses que lo único que hacía era correr y matar y tratar de mantenerse con vida a disparos y cuchillazos y puñetazos. No se sentía viva al estar sobreviviendo todos los días.

Extrañaba sentirse viva.

Muchos habían muerto. Andrew había muerto. No veía a sus padres hacía casi un año ya. Colin ya había dejado de ser un bebé y no lo había visto. Su hermanito bebé ya no era un bebé. Se había enterado, por una carta de hacía meses, de que su hermano había dejado los pañales y ya no usaba chupete y lo único que hacía era hablar sobre cosas sin sentido porque quería hablar. Al parecer, sabía decir Ili, en vez de Iri, y Andy. Podía hablar ya. E Iri se lo había perdido. No lo había visto crecer por la guerra.

Después de todo, se había dado cuenta que la cosa a la que más le temía era al tiempo. No a la guerra, o a la muerte o las balas o a los rojos y blancos. No. Le temía al tiempo. Temía a que el tiempo le pasara por encima y que ella no pudiera hacer nada para detenerlo. Porque, así, en un abrir y cerrar de ojos, ya había estado viviendo unos meses en territorio rojo, en un departamento con una manada de imbéciles como ella, tratando de hacer lo que podía por su país.

¿En serio valía la pena su país? ¿Tanto? ¿Tanto como para dejar todo por la libertad?

Se preguntaba eso casi todos los días. Estaba cansada de tener que actuar como si en serio le importara el futuro del país. Ella sabía que no iba a sobrevivir para ver el país seguro. Al paso que iban, ni siquiera iban a llegar la gente que quería. Ya se había muerto Andrew. No había visto a su hermano crecer. Extrañaba la comida su mamá... ¿Qué más querían de ella?

En el barco de carga, yendo a territorio azul, se encontraba con sueño, pero incapaz de dormir. Alby, a diferencia de ella, dormía horas y horas cuando estaba estresado, una nueva habilidad desarrollada en los meses en territorio rojo. Estaba sentado a su lado, cabeza apoyada contra la pared, durmiendo profundo. Honestamente, estaba celosa de que él podía dormir.

Alex había estado consciente pocos minutos antes de desmayarse por la falta de sangre y por la angustia de la muerte de Duval, y Finn y Theo la habían llevado a Melissa. Luego de dos horas, les habían dicho que ella no iba a perder la pierna, gracias a los guardianes, pero que había perdido mucha sangre. Finn se había quedado sentado en una silla al lado del sillón donde estaba Alex, con un tubo que pasaba su sangre a Alex. Iri los podía ver en una esquina, Finn con los ojos cerrados, recostado contra una pared, y el ligero tubo con sangre oscura uniéndolos. El hilo rojo del destino demasiado real, para su gusto. Ver la sangre oscura le hizo recordar a la sangre negra de Duval, así que quitó sus ojos con un dolor en su pecho.

La habían tirado por la borda. Su corazón se había frenado y sabían que no valía la pena tener un cadáver de un azul al hacer movimientos ilegales. Le habían cerrado los ojos y la habían tirado al mar. Iri no se iba a creer capaz de disfrutar el mar de nuevo después de eso.

Thomas y Noah estaban en la cubierta, apoyados contra una de las barandas, observando la noche. Noah apenas le llegaba al hombro a Thomas, y él tenía su brazo alrededor de sus hombros. Thomas aún estaba en proceso de recuperarse por la lavación, y todavía estaba medio grogui por haberlo dormido para llevarlo al barco. Pero parecían estar hablando entre ellos. Estaban mejor que la mayoría de ellos. Del otro lado de la cubierta, estaba Theo, solo.

LA HORA AZUL: LOS AZULESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora