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Konan

«Weo, Noah no respondió mi llamada».

«Grosero».

Hice un puchero y me senté en el sillón, aún faltaban 15 minutos para ir a la cita al psicólogo.

Quise esperar a Joy para despedirme.

Después de cinco minutos, sentada ahí y jugando Subwey Surfers, Joy entró por la puerta, secándose el sudor que descendía de su cuello.

—¿Sigues aquí? —preguntó apenas me vio.

—Hem... si, quería despedirme.

—Oh, no era necesario, podías dejar una nota.

—Vale —miré la hora en mi celular—. Voy un poco tarde, ya me iré.

—Te llevo.

—No, no es necesario, como dije, no es tan lejos.

—No importa, te llevo —tomó las llaves de su carro y salió.

Yo la seguí y me monté en el carro.

El camino no fue para nada silencioso, Joy me contó las travesuras que hizo Noah de pequeño.

—¿En serio comía tierra en el preescolar?

—Pues lo dirás de broma —rio—. Se la comía, es enserio —detuvo el carro porque había semáforo—. Cuéntame tú, ¿qué travesuras hiciste?

—Bueno... mi abuela me dijo que me escondí en el patio por casi toda la tarde. Quería ver cómo era que el rayo de luz que había desaparecía cuando yo me alejaba.

»Desde que llegué a su casa, entré a ver cómo estaba su jardín, era enorme, gracias a ella tengo gusto por las plantas. Entonces, me llamó demasiado la atención ese rayito de luz que entraba a ese estrecho lugar, era muy oscuro, el rayo de luz era solo lo que había ahí y me intrigaba ver cómo era que entraba ese rayo de luz.

»Mi abuela se fue de ahí y salió a la cocina, gritó que iría a la tienda. Ya tenía el patio para mi sola, entonces, tomé la madera y abrí el espacio y me entré, para que no entrara más luz, tomé la misma madera que tapaba ese hueco y lo puse donde estaba.

—Después de un rato de estar ahí, me di cuenta que la luz desaparecía por la posición en la cual yo estaba, pero no podía salir de ahí —reí—. Ella dijo que estuvo desesperada, hasta que se acordó que antes de salir, yo estaba en el patio, curioseando. Así que fue y me sacó de ahí.

Joy rio, el semáforo ya había cambiado y solo tocaba girar para llegar al psicólogo.

—De travesuras tuyas a las de Noah, las tuyas son más graciosas.

—Es que siempre he sido curiosa.

Ella rio y estacionó fuera del consultorio.

Dio una sonrisa triste.

—Qué mal que esa linda sonrisa que tienes ahora, haya sido borrada.

—Suelen pasar muchas cosas si no educas y adviertes a tu hijo antes de.

—Tienes razón.

Me giro para abrir el carro y bajar de él.

—Que te valla bien —dice.

—Gracias —me agacho para mirarle y darle una sonrisa.

Ella se despidió con la mano y arrancó el carro.

Al darme la vuelta, pude apreciar las bardas blancas.

«¿Por qué todo es blanco?».

Torcí mis ojos y entré.

Konan y Noah [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora