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Konan

Lo entiendo perfectamente.

Él necesitaba de su tabaco. Creo que no está mal hacerlo de vez en cuando, además no lo ha estado haciendo constantemente.

Tosí un poco al llegar el humo a mi nariz.

—Lo siento, ya lo apago.

—No, está bien.

Seguí hurgando en el armario y el vestido que me había probado no estaba.

—Es este —apareció Noah a mi lado y señaló el vestido del fondo—. Sé que no es el que te probaste y eso que lo traje hasta acá, pero... yo quería verte en este vestido. No tienes que ponértelo si no quieres. Perdón por no decirte...

Saqué el vestido, del mismo color, negro azulado, pero la forma era diferente.

El vestido, a la vista, puede darme a las rodillas, tiene mangas cortas.

—Es hermoso, Noah. —Dije sonriendo.

—Pensé que no te iba a gustar.

—Así sí que me gusta, pero... el problema es que...

—Se te verá perfecto —le dio una calada a su cigarrillo.

—Iré a probármelo, a ver qué tal —le sonreí y le pellizqué la mejilla.

Él asintió, soltando el humo, evitando que me diera en la cara. Bajó a mis labios dejando un beso.

—Sabes a eso. —Hice una mueca de asco.

—Lo siento, pero quería besarte. —Miró mis ojos—. Además, tú ya lo habías hecho antes.

—Ajá —le sonreí—. Porque quería besarte.

—Y no te importó el sabor a tabaco.

—No.

—Y ahora sí.

Asentí.

—Qué grosera.

Lo besé de nuevo.

—Voy a cambiarme que se hace tarde.

Él me sonrió y fui hacia la puerta, pero, cuando llegué a esta él habló:

—Puedes cambiarte aquí, iré a la cocina. Tengo sed.

—Vale.

Él salió y me dio una sonrisa, sus ojos miel brillaban.

—Te verás hermosa, sé que sí.

Empecé a desvestirme y me quedé en ropa interior. Evité a toda costa mirarme al espejo. Lo odio, siempre veo mis cicatrices, mi peso de más, mis estrías... y mi autoestima baja. De por sí mi autoestima sin mirarme al espejo es mala, imagínense si lo hago.

Me coloqué el vestido, pero se me hizo imposible subir la cremallera.

—¡Noah! —le llamé.

—¿Sí?

—¡Ayúdame!

De pronto escuché como subía los escalones. Al llegar a la puerta, la tocó.

—Pasa.

—¿Qué pasó? —se quedó mudo, con los ojos bien abiertos y sus cejas levantadas.

—He... ¿Noah? —fruncí el ceño—. ¡Tierra llamando a Noah!

Él pestañeó varias veces seguidas y prosiguió a mirarme de pies a cabeza.

—Uy —cerró los ojos, y se puso las manos en la cara—. Oh por Dios —miró haciendo un par de espacios para dejarse ver—. Es que, no —volvió a poner sus dedos en sus ojos.

Konan y Noah [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora