Capítulo 18.

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<<No sé lo que era, pero teníamos algo especial, y lo sabíamos. Lo podías ver en el modo en que nos movíamos y hablábamos. No hablábamos mucho, pero si dábamos todo por Sobreentendido>>.

{Charles Bukowski}.

LALISA MANOBAL.

Desperté de mi sueño, pero lo hice sin dolores de cabeza, sin dolores de cuerpo, sin una voz gritándome, lo hice en paz. Me di el tiempo de acariciar las suaves y cómodas sábanas, sin tener ni idea de que no eran las mía, no me apetecía abrir mis ojos, pero esta no era mi habitación. El olor, simplemente, era uno muy diferente. Me quedé estirándome en aquella y me di el tiempo de pegar mi nariz a la almohada y ahí si pude saber en donde estaba, en que cama estaba y con menos ganas me quería parar.

Era cómodo y este perfume quería tenerlo así por el resto de mis días. Soñolienta, abrí un ojo dejando el otro cerrado, a mi lado no había nadie, supuse que luego de que la acosté y le dije lo que le dije, se paró y me dejó en su cama; porque sí, recuerdo todo, porque no estaba borracha, solo un poco tomada y como yo no acostumbraba a hacerlo, pareció que estaba ebria. Terminé de abrir los ojos, parpadeé y me senté en la cama, podía ver por las enormes ventanas de esta y como estaba totalmente oscuro. ¡Mierda!

—¡Joder! —me paré tan deprisa que me terminé enredando con las sábanas y cayendo al piso.

—Pero ¿qué pasó? —volteé la mirada hacia la puerta que parecía ser del baño.

—Madre santísima —dije por lo bajo al ver a tremenda mujer salir solo con una pequeña toalla cubriendo su cuerpo.

—¿Te hiciste daño?

Ella se acercó sin medir el que estaba en una toalla muy pequeña y que me había quedado como tonta mirándole. Se arrodilló con sus piernas juntas para que no se le viera nada. Estaba enjabonada y con el cabello recogido en un moño desaliñado. Negué, aturdida, me estaba preguntando algo que ahora mismo, teniéndola tan cerca, no podía contestarle.

—Que... rico huele —murmullé.

Ella se quedó quieta. Su mirada fue a parar a mis labios y mis ojos no tardaron en hacer lo mismo. Estábamos en tensión, su cercanía me molestaba pero no era de mala manera, sabía que si no se detenía, yo no lo haría, que si no se alejaba, yo no lo haría. Me remojé los labios, ansiosa. Subí mi mirada a la suya, la cual estaba en cualquier parte de mi rostro, menos mirando mis ojos. Entreabrí mis labios, pestañeé despacio y respiré con tranquilidad, y era molesto saber que lo mas rápido de mi cuerpo ahora mismo era mi corazón. Que mi respiración estaba calmada, pero todos los nervios parecieron irse a mi cabeza y esta dejar de funcionar.

Estábamos a centímetros, unos muy cortos centímetros, nuestras narices rozaron. Ninguna tenía planes de parar, y es que yo no lo haría, dije que no me detendría, no lo haría cuando me atrevía a confesarle que me gustaba. No me rendiría porque sé que ella siente lo mismo aunque lo este negando, sé que ella siente como nuestros corazones comienzan una suave melodía de fuertes letras las cuales son incomprendidas.

—¿Te ayudo? —preguntó, y su rico olor a mentas llenó mis fosas nasales—. ¿O te quedarás ahí?

No le respondí. Bésame, por favor, bésame.

Ninguna parecía querer hacer el intento y yo tenía miedo de dar el paso; y que de la nada me empezara a odiar. Creo que me sigue odiando pero es porque no quiere aceptar que siente algo por mí. Y se alejó, lo sabía. Sabía que le entraría la cobardía y se terminaría alejando. Me quedé ahí, vi como ella se paró y se arregló la toalla, nervuda. Me sentía pequeña delante de ella, me sentía una hormiga, su temible mirada, recayó sobre mí.

Strawberries And Cigarettes. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora