Capítulo 2.

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<<Ella es blanco y negro, piensa en grises pero ama de todos los colores>>.

{Ron Loreni}.

LALISA MANOBAL.

Me le quedé mirando a la nada como si ese lugar no estuviese vacío, me dolía la cabeza a por montones y no debería ser así. Se supone que cuando duermes, se te va el dolor de cabeza. Respiré profundo y me puse mis pantuflas para ir al baño de mi habitación, me paré frente al espejo y me froté la cabeza con un largo gemido de incomodidad. Malditos dolores. Abrí mi espejo y saqué de ahí unas pastillas, me fui a la mesita de noche y me serví un vaso con de agua y me tomé esas pastillas sin siquiera desayunar, si mi madre me viera, estuviera a punto de arrancarme la cabeza.

Me volví a dirigir al baño y me dispuse a hacer mis aseos de todas las mañanas. Sentí el dolor bajarse un poco cuando el agua tibia golpeó mi cabeza, sentía que esta en cualquier momento me explotaría. Pero la verdad es que este dolor es por algo, ayer había recién cumplido mis dieciocho años, y por supuesto mi madre tuvo que celebrarlo a lo grande, haciendo una fiesta la cual era más para sus amigos que para los míos y como no soportaba aquello, me dispuse a escaparme con mis amigos a una fiesta de verdad para en la madrugada entrar como ladrón a mi casa por la ventana de mi habitación.

Tomó mi albornoz y me rodeo con él. Justo cuando iba saliendo, una sombra me espanta, haciendo que me lleve la mano al pecho y me sobresalte.

—¡Dios, mamá! no entres así a mi habitación —pedí con enojo.

Esta me miraba desde su posición con algo de desconfianza. Mi madre tiene olfato de sabueso, no se sorprendan si se entera de que...

—¿Estuviste tomando, Lalisa? —le di la espalda entrando a mi armario y me di el lujo de ponerle los ojos en blanco.

—No, mamá, deja tu paranoia —salí con la ropa en mano—. Y si estuviese bebiendo ¿Qué? quiero decir, no tiene absolutamente nada de malo, ya no soy una niña —recalqué, con la ropa en mano, entré al baño y me comencé a vestir ahí.

—Sigues siendo una niña, y vives bajo mi techo —solté un suspiro agotador—. Que no se te olvide que eres mi hija.

Salí cuando ya me encontraba vestida. Mi madre se encontraba parada con los brazos cruzados y una mirada impenetrable.

—Para ti soy menor, soy tu hija y vivo bajo tu techo cuando te conviene. Ahora, no puedes impedirme el que quiera disfrutar mi vida —fui en busca de un peine pero antes de que me pudiera peinar con aquel, mi madre me sentó en lo que sería la silla frente al espejo y ella empezó a pasármelo por la cabeza—. Deja de tratarme como si fuese de cristal, porque no lo soy.

—Eres mi hija, por lo tanto te comportas como tal —colocó sus manos sobre mi hombros—. No dejaré que te descarríes por personas indecorosas como tus amigos. Esos siempre están en el ajo.

—Joder, mamá —me paré de golpe—. Es mi vida.

—Esa boca, contrólala. ¿No te gustó la fiesta de ayer? —se hizo la ofendida. Sí, esa era mi madre, así era mi madre; le encantaba fingir.

Estuvo del orto. Pensé.

—Te agradezco lo que hiciste —dejó mis hombros reposar y me siento en la cama—. Pero... la fiesta no fue de mi agrado —suavizo mis palabras.

—Mis amigos se morían por conocerte y tu padre gastó un dineral en aquello.

—Pero yo no la pedí —me paré agitando mis manos—. Yo solo quería... salir con mis amigos.

Strawberries And Cigarettes. (Jenlisa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora