23 meses después.
Mellea.
Hay sucesos en la vida que dejan una huella imborrable, que marcan un antes y un después en nuestra existencia.
Cuando perdí a mi madre a la temprana edad de 16 años, recibí el primer golpe que me sacudió hasta lo más profundo de mi ser. A pesar del dolor abrumador, logré sobrellevarlo gracias a un pilar en mi vida: mi hermana. En medio de la oscuridad de mi duelo, ella se convirtió en mi luz, en mi razón para no sucumbir a la depresión, en mi motivación constante para seguir adelante y hacer las cosas bien.
Sin embargo, cuando también me la arrebataron, mi mundo se desmoronó por completo. Perder a mi hermana significó perder mi razón de ser, mi motor vital. Fue un golpe devastador que dejó una cicatriz en mi alma, una marca imborrable que llevaré conmigo para siempre.
Tras cinco largos meses desde su funeral, me encontraba sumida en un abismo de desesperación y autodestrucción. El alcohol se convirtió en mi refugio, en mi única vía de escape para adormecer el dolor que me carcomía por dentro. Cada vez que observaba a la desconocida reflejada en el espejo, era una versión sombría y descuidada de mí misma, que había perdido todo rumbo en la vida.
Hasta que un día, tomé la decisión crucial de decir: ¡Basta ya!
Había creído ingenuamente que el amor sería el curita para todas mis heridas. Desde proteger a mi hermana hasta entregarme sin reservas a un hombre que no merecía mi amor y que solo jugó conmigo, como me equivoqué. Noches incontables me pregunté qué había hecho mal para merecer tantas desdichas, sin hallar respuesta alguna.
Cuando parecía que ya no quedaba motivación alguna para seguir adelante, encontré una razón inesperada. El odio, la venganza, el rencor se convirtieron en mis únicas compañías en medio de la oscuridad que me envolvía.
Casi dos años han transcurrido desde aquel fatídico día, y ahora, recordar a mi hermana es lo que me da fuerzas para no caer en los mismos errores del pasado. Su recuerdo es mi ancla en medio de la tormenta, la luz que guía mis pasos en la oscuridad.
Estar en el castillo que era nuestro hogar y no poder escuchar su risa, sentir su presencia, oler su perfume, es un dolor que hiere más que mil espadas. Aunque sé que una parte de ella sigue conmigo, sé que no es suficiente. Por ello, la mantengo viva en mis recuerdos, porque sé que el verdadero olvido no está en la partida, sino en el abandono de los recuerdos.
Un nudo se forma en mi pecho al rememorar todo lo que compartimos juntas. Antes hacía todo lo que estaba en mis manos por ella, anhelando fervientemente que pudiera disfrutar de una vida normal, llena de felicidad, sin importar con quién o por qué. Durante un tiempo, logré ese objetivo, y hasta el día de hoy, ese logro ha sido un bálsamo que ha amortiguado el peso del remordimiento por no poder salvarla, al igual que a mamá.
Ahora, ellas dos están juntas, junto a su esposo e hijo, correteando en el paraíso. Mientras tanto, yo sigo aquí, avanzando como mejor puedo, porque ya no se trata solo de sentimientos; ahora tengo más razones para seguir adelante.
—Señorita Mellea —interrumpe Oliver, devolviéndome al presente— todo está listo.
El bullicio de las calles atestadas me saca de mi ensimismamiento, aunque al mismo tiempo me proporciona una cobertura para ocultar lo que sucede en mi interior.
—Gracias, Oli —respondo con seriedad, antes de dirigirme hacia él—. es hora de entrar.
La puerta de la camioneta se abre y bajo junto a Bonnie y mis acompañantes.
Con paso firme, me dirijo hacia el bar que se yergue ante mí, escoltada por mi séquito. A pesar del trasiego de gente entrando y saliendo de los locales, pasamos desapercibidos.
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Traición Letal
RandomEl linaje es algo inevitable de corromper porque tiene que seguir, pero todo cambia cuando se involucra la traición y eso es algo que tiene que pagarse, ya que nunca quedará impune, mucho menos en esta historia. Mellea ya ha perdido bastante, desde...