Capítulo 27 - Enredos.

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Mellea.

Hacía una eternidad que no me sentía así.

Relajada, desestresada, tranquila, con la mente despejada.

Meses enteros de agobio, dolores de cabeza y ansiedad.

Fumaba y corría para calmar el dolor.

Aunque regresé con Biagio por estrategia y no por deseo, debo admitir que lo estaba disfrutando mucho, para qué mentir.

Después del "Te amo" que escapó de mis labios en medio del clímax, todo cambió. Sorprendentemente, para bien. Fue extraño decirlo, no porque no lo sintiera (porque el sentimiento estaba allí), sino porque no me nacía en ese momento. Y la expresión en el rostro de Biagio... ¡por los cielos! Todavía puedo visualizarla: ceño fruncido, labios entreabiertos, una tormenta en esos ojos verdes. Podría jurar que quedó en trance, aunque no lo demostró; simplemente me poseyó con violencia después de eso.

De manera inusual, Biagio se estaba mostrando accesible conmigo en estos días posteriores en los que nos habíamos visto. Resultaba extraño que, después de todo lo que habíamos pasado, nuestra relación se mantuviera tan normal.

Por supuesto, no estaba dando pasos al azar. Sabía perfectamente cómo actuar, qué decir, cómo inspirarlo para que todo pareciera natural. ¿Confiaba en él? La verdad es que no del todo, solo un 50/50.

Lo afirmaba porque frente a los demás, Biagio podía parecer sereno y pulcro, pero yo sabía que en el fondo era cauteloso y analítico con todo lo que le rodeaba. A pesar de que se tragó mi mentira, eso no significaba que yo tuviera su plena confianza.

Lo que sí era cierto es que el primer paso había funcionado, y estaba totalmente lista para lo que seguía.

—Ya está listo, señorita Mellea —anuncia Oliver, acercándose con la carpeta que necesitaba.

Extiende el brazo y me entrega la carpeta. La abro con detenimiento, observando la información y las fotografías que contenía.

Busco el número en la esquina izquierda de la primera hoja, Bonnie me pasa un teléfono nuevo y marco.

Uno, dos, tres, cuatro tonos.

—Teniente Coronel William Fisher —sisea con dureza.

—Teniente Fisher, un placer —respondo con suavidad.

—¿Quién habla? —preguntó de inmediato.

Una pequeña sonrisa se dibuja en mi rostro. —Supongamos que soy una conocida lejana.

Bufa. —Mire, yo no conozco a nadie en el extranjero, pero por si no lo sabe, llamar a un número privado de esta forma es un delito federal. Espero que entienda que puede meterse en graves problemas por contactar a un superior de las fuerzas especiales.

—Sé perfectamente eso, teniente Fisher —dije mientras contemplaba mis uñas recién pintadas—, aunque yo no lo expresaría de esa manera. Conozco quién es usted, a qué se dedica y de dónde es.

Escuché algunos ruidos lejanos.

—Le voy a preguntar de nuevo, ¿quién es usted y cómo diablos consiguió mi número? —dijo ahora con un tono irritado.

—Digamos que represento a una organización privada. Por lo tanto, no necesitamos formalidades excesivas —respondo con determinación—. Le llamo porque necesito de sus servicios.

—Reconozco el prefijo telefónico, ¿Italia? —menciona molesto—. Ya le he dicho que no tengo idea de quién es y que lo que pueda necesitar no es de mi competencia.

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora