Capítulo 40 - Cruda realidad (parte 2)

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Mellea.

No siento dolor.

No hay nada que realmente me importe.

Ni mi familia, ni mis guardias, ni mis chicas, ni siquiera los hijos que alguna vez repletaron mis días. Mucho menos el hombre de mi vida, que ahora parece un eco distante.

Estoy sumida en otro lugar, un espacio donde todo es paz. Floto entre las nubes, sintiendo una ligereza que nunca antes había experimentado. A mi alrededor, no hay nada, solo un vasto lienzo blanco, como si el universo estuviera esperando a ser pintado.

La confusión me envuelve. No sé hacia dónde debo ir. Ni siquiera tengo la sensación de un cuerpo material.

De repente, a lo lejos, vislumbro una luz brillante. Me llena de formas inexplicables y, al acercarme, comienza a moverse. ¿En serio? Me pregunto, tratando de alcanzarla. Acelero el paso, pero parece que siempre se mantiene fuera de mi alcance.

Busco esa luz, y entonces, milagrosamente, se detiene.

Del otro lado, un campo de flores de mil colores se despliega ante mí. Más lucecitas titilan en la distancia, todas similares a la que me atrae.

Me acerco a la luz, sintiendo una felicidad indescriptible al contemplar ese paisaje. Un árbol enorme se alza en medio del campo, sus ramas extendidas como brazos abiertos.

La lucecita a mi lado se aproxima. Intento tocarla, pero no puedo. No tengo manos, me doy cuenta, y ella se desliza hacia lo que parece ser el paraíso.

Intento seguirla, pero choco contra algo. Es como un cristal gigante que me detiene, una barrera invisible que me mantiene alejada. Intento, intento y sigo intentando, pero es en vano.

Veo más luces danzantes a lo lejos. Sin embargo, hay algo diferente en ellas; se transforman en figuras humanas, o algo que se asemeja a ellas. La sensación de que hay algo más allá de esta barrera me envuelve, una mezcla de deseo y frustración.

¿Qué está pasando aquí? pregunto, mientras mi corazón late con fuerza.

El misterio de este lugar me atrapa, y aunque la confusión me abruma, no puedo evitar sentir una chispa de determinación.

La luz que me guiaba se transforma en una mujer hermosa, con cabello castaño claro y una sonrisa que parece familiar.

—¿Mamá?— susurro, la esperanza brotando en mi pecho.

Pero antes de que pueda acercarme, algo me succiona y pierdo el conocimiento, como si un velo oscuro me envolviera.

El sonido estruendoso de un aparato me despierta lentamente.

Abro los ojos con lentitud, uno, dos, tres veces pestañeo, pero siento que en cualquier momento mis párpados volverán a cerrarse.

«¿Dónde estoy?» me pregunto, la confusión apoderándose de mí. ¿Estaré al fin en el paraíso con mi familia?

La luz del lugar me abruma, y un dolor horrible se instala en mi cabeza, como si alguien me la aplastara constantemente.

Me remuevo con suavidad en la cama, un movimiento mínimo que me revela la cruda verdad: estoy en el mundo real.

«No morí» pienso con una mezcla de alivio y terror recorriendo mi ser.

Un movimiento más, y la gravedad de mi estado físico golpea mi conciencia.

El simple intento de levantar una mano me hace jadear de dolor. Cada pequeño movimiento es como si un martillo golpeara mis huesos. Me duele todo: las costillas, las piernas, las manos.

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora