Capítulo 39 - Suplicio.

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Mellea.

Oscuridad.

Es todo lo que puedo ver. Un abismo negro que me envuelve. Mi mente grita que necesito despertar, pero mi cuerpo se niega a responder, como si estuviera atrapado en un sueño profundo y pesado. Sin embargo, algo en mi interior me susurra que debo recobrar la conciencia.

Por un momento, creo que estoy soñando. Pero entonces, los recuerdos comienzan a regresar, fragmentos dispersos que se agolpan en mi mente, confusos y aterradores. Con esfuerzo, mi cerebro manda señales, y poco a poco empiezo a abrir los ojos, aunque me cuesta.

Pestañeo una, dos veces, sintiendo mis párpados pesados como si estuvieran cubiertos de plomo. Intento de nuevo, y lentamente la luz comienza a filtrarse a través de la negrura. Me punza la cabeza; un dolor sordo y constante me aturde. Hago un ligero movimiento de cabeza y siento una opresión en la nuca, como si todo mi ser estuviera atrapado en un agarre mortal.

Quiero mover mis brazos y piernas, pero algo me lo impide. La desesperación crece a medida que me doy cuenta de que estoy completamente inmovilizada. Intento zafarme de la soga gruesa que me ata, pero solo consigo lastimarme las muñecas. Un ardor punzante me recorre, y la impotencia me atrapa.

Volteo la mirada hacia arriba. Un gancho gigantesco y oxidado sostiene la soga que aprieta mis muñecas, y al mirar hacia abajo, descubro que estoy sentada sobre una silla, mis tobillos también atados. El horror se apodera de mí; estoy completamente bloqueada.

Trato de moverme, de encontrar una forma de liberar mi cuerpo, pero cada intento solo me causa más dolor. Y entonces, el pánico comienza a abrirse paso, como un parásito que se alimenta de mi miedo.

No hay que ser muy lista para deducir por qué estoy aquí y lo que está por sucederme. La realidad se cierne sobre mí, fría y despiadada.

¿Pero cómo llegué hasta acá?

La incertidumbre golpea en mi mente.

Y entonces, los pequeños fragmentos comienzan a volver. Recuerdos fragmentados: después de que Biagio me corriera de su departamento, salí a la calle, confundida y herida. Intenté llamar a alguien, a cualquiera, pero fue entonces cuando la oscuridad me envolvió y perdí el conocimiento.

El terror se agita en mi pecho. Cada segundo cuenta, y el tiempo se siente como un enemigo al acecho.

Inhalo hondo varias veces, tratando de tranquilizarme. Necesito pensar con claridad. Mis ojos recorren el lugar, buscando cualquier indicio que me ayude a liberarme, pero la luz es escasa, casi inexistente, y apenas puedo distinguir algo en la penumbra.

Al observar lo poco que puedo, noto las paredes descascaradas, la pintura cayéndose a pedazos, y las rejillas oxidadas que parecen gritar abandono. Un hedor nauseabundo, a putrefacción, me envuelve, y la sensación de horror se intensifica.

Entonces, entre la oscuridad, diviso algo a lo lejos. ¿Es un hueso? Enfoco mi vista, y no puedo evitar que el terror me invada. Sí, es un hueso.

Estoy en un sótano de torturas.

El pánico vuelve a hacerse presente, como una ola que me ahoga. «¡Debo salir de aquí, ya!» grito en mi mente, mientras me muevo frenéticamente, como una desquiciada. Pero mis esfuerzos son en vano; sigo atrapada, impotente.

Las lágrimas comienzan a acumularse en mis ojos, tratando de desbordarse en un torrente de desesperación. Intento moverme de nuevo, pero me quedo paralizada al darme cuenta de que no estoy sola.

Desde la esquina, a unos pocos metros de mí, hay una sombra. Fijo mi mirada, y eso es definitivamente una persona.

Mierda, ha estado aquí todo este tiempo, vigilándome.

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora