Capítulo 37 - Noticias inesperadas.

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Mellea.

*La misma semana en la que Biagio se fue a Colombia*

Me siento terrible.

Y no solo por tener la conciencia intranquila, si no que físicamente y de salud me siento fatal.

Estos últimos 3 días desde que regrese del departamento, no he estado más que acostada en la cama con un dolor de cabeza increíble, sin apetito y con náuseas por el estómago vacío.

No sé si es porque mi cuerpo resintió desde que Biagio se fue o qué. Es como si se pusiera enfermo por que no está, eso o me cayo mal el cigarro. Ya que, esa noche sentí el estómago incómodo. Y ya no había estado fumando por la misma razón.

Según yo iba a ponerme al corriente con los negocios familiares, pero ni eso. Ni ganas de levantarme, me siento muy cansada y solo quiero dormir.

Oliver y Bonnie han estado muy preocupados por mí. Sin embargo, casi no los veo porque ellos estan ahora encargándose de mis responsabilidades porque yo no puedo hacerlas. No pueden hacerse cargo de las que tengo aquí, pero con lo que hacen es más que suficiente.

La que esta más al pendiente desde que regrese es Antonella, ya que, ahora le dieron una semana libre. Es su temporada de descanso. Cada cierta temporada la orquesta toma una pausa cuando están por comenzar los conciertos más importantes. 

Así que, para no estar sola, se la pasa conmigo. Aunque sea solo para verme y ver mi horrible aspecto.

Probablemente es un resfriado.

«Toc, toc.» Escucho la puerta.

—Pasen.

Mi prima asoma la cabeza en cuanto abre la puerta, su sonrisa es un rayo de sol en un día nublado.

—¿Puedo pasar?

—Adelante —le respondo desde la cama, la voz un poco más alegre de lo que siento.

Ella entra y cierra la puerta con un suave golpe. En sus manos, sostiene una bolsa que agita como si fuera un trofeo.

—Fui a hacer unas compras a la farmacia y pasé al súper de regreso. Vi esto y pensé que, probablemente, querrías comerlo.

—¿Qué es?

—Helado.

¿Helado? ¡Oh, sí! Porque no se me había ocurrido antes. En ese momento, mi estómago ruge como un león hambriento.

—Genial —digo, levantándome de la cama con energía renovada. Cada paso hacia ella es un pequeño triunfo.

Anto saca el bote de helado de chocolate y una cuchara de plástico, y mi corazón da un vuelco.

Cuando la primera cucharada toca mi lengua, siento como si el chocolate derretido me abrazara, y un suspiro de placer escapa de mis labios. Es una delicia; el sabor es como una explosión de felicidad.

Me devoro el helado en menos tiempo del que podría imaginar, sintiéndome más satisfecha que con cualquier comida que he tenido últimamente. Es como si cada cucharada me recordara lo que es realmente disfrutar.

—Tal vez solo te hace falta más azúcar —dice Anto, observándome con una sonrisa feliz, al ver que por fin puedo comer algo sin que sea un sacrificio.

—Gracias, Anto —le respondo, limpiándome la comisura de los labios con el dedo, deshaciéndome del chocolate que me hace sentir como una niña traviesa. Justo cuando quiero hablar, una urgencia me golpea: necesito ir al baño.

Me levanto rápido, casi tropezando con el borde de la cama, y me apresuro hacia el baño. Últimamente, he estado de meona, como si mi vejiga tuviera vida propia.

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora