Capítulo 14 - Contención.

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Mellea.

15.

Quince malditos minutos debajo del chorro de agua helada proveniente de la regadera y ni así logro aplacar la calentura que me consume.

Siento cómo mi piel comienza a entumecerse y mis dedos se arrugan por la prolongada exposición al frío. Al menos me ha ayudado a mantenerme alejada de mis pensamientos más turbios.

Paso mis manos por mi cabello empapado, sintiendo un dolor punzante en mis pezones y un palpitar intenso en mi zona baja.

Dios mío, todavía puedo sentir la suavidad de los labios de Biagio sobre los míos (tan adictivos y deliciosos como los recordaba), sus manos (fuertes y decididas) recorriendo mi cuerpo.

Por un instante, besarle fue como un destello de lucidez en el que me permití sucumbir a la Mellea de antaño, aquella que sigue los dictados de su corazón. Sin embargo, al recobrar la conciencia de mi presente, supe que lo sensato era apartarme.

No voy a admitir arrepentirme, porque no lo hago. De hecho, lo deseaba; no me escudaré en el pretexto de haberme dejado llevar por el momento.

Si le besé y permití que me manoseara fue porque así lo quise.

Pero eso no implica que esté dispuesta a lanzarme de nuevo en sus brazos. Tenemos responsabilidades con otras personas y sería injusto.

Así que este viaje quedará como un último recuerdo entre nosotros, pues una vez partamos de aquí, no nos volveremos a ver. Cada uno retomará su vida, distantes el uno del otro.

Al menos, hasta que yo acabe con su padre y él me odie.

Ese es el destino que le aguarda a Franco Cicchi, una deuda pendiente que deberá saldar tarde o temprano, tal como hice con Shun Wang.

En la mafia, las afrentas no se olvidan y las traiciones se pagan tarde o temprano. Por ello, antes de ajustar cuentas con él, pienso desestabilizarlo, ya que me debe la vida de tres personas.

Soy plenamente consciente de que una vez que eso ocurra, Biagio no se quedará de brazos cruzados. La guerra que ha estado latente en estos dos años finalmente se desatará. Aunque Biagio no sienta afecto por su padre, la lealtad familiar es innegable, algo que ninguno de los dos perdonaría. Al menos, así lo pienso, ya que yo no lo haría.

Después de tantos pensamientos y la lucha por controlar mi excitación, cierro la llave y salgo del baño envuelta en una toalla.

Al toparme con el espejo, lo primero que destaca es el brillo del collar en mi cuello, incluso más resplandeciente que mi anillo de compromiso.

Sacudo la cabeza y desabrocho el collar, dejándolo entre mis pertenencias. Lo más sensato es no llevarlo más.

Me visto con una pijama ligera y me deslizo entre las sábanas, cubriéndome hasta el cuello.

Cierro los ojos e intento conciliar el sueño, pero la incomodidad de mi fiebre y la repetición de la escena en mi mente me impiden hacerlo, provocando que me humedezca de nuevo.

Doy vueltas en la cama sin saber cuánto tiempo pasa hasta que finalmente logro dormirme, aunque despierto poco después sin poder volver a cerrar los ojos.

Decido aprovechar el tiempo y salgo a correr sola por los pasillos del castillo. Al no tener resaca, tengo tiempo de sobra para dar algunas vueltas.

Al terminar mi ejercicio y mis distracciones, salgo a fumar un cigarrillo, disfrutando cada calada.

Una vez desocupada, me dirijo hacia el comedor. Al llegar, veo a las chicas sentadas con rostros largos y pálidos. Algunas incluso llevan gafas de sol, lo que me hace deducir que están sufriendo las consecuencias de la borrachera de anoche.

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora