Epílogo.

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Desconocido.

La saliva que empapa mi miembro me hace levantar la cabeza con una excitación incontrolable. La castaña se engulle todo hasta la garganta, y un gemido involuntario escapa de mis labios. En mi mente, la imagen se transforma; la fantasía se apodera de mí. Ella, la única que deseo, es quien debería estar aquí, chupándome la polla, no esta puta que hace el trabajo.

Aunque físicamente se asemeje a muchas otras, ninguna se compara con la belleza real que ella posee.

—¿Te gusta, amor? —pregunta la puta de ojos miel, mirándome directamente, desafiándome.

—Sí. —Es lo único que consigo articular, la voz rasposa y cargada de deseo. Agarro su cabello con fuerza, la empujo contra mí, metiendo mi miembro a la fuerza, una y otra vez, hasta que ya no puede más.

La veo atragantarse, la saliva deslizándose por sus labios, el control en mis manos es absoluto. En un instante, me vengo en su boca, forzándola a tragárselo todo. Me levanto, sintiendo un vacío momentáneo mientras me pongo el bóxer, la realidad vuelve a mí.

—Jefe —la voz de uno de los ex miembros de la DEF me saca de mis pensamientos. Mercenarios exiliados, psicópatas y sanguinarios, incluso para su propio grupo.

—¿Qué quieres? —pregunto, mi tono es cortante, cargado de desinterés.

—Tienes una llamada del italiano —me dice, levantando el celular, su mirada llena de tensión.

El mundo exterior irrumpe en mi mente, pero el eco de mi deseo aún resuena en el aire.

—Dile que estoy ocupado, que deje un mensaje —respondo con desdén, mientras le ordeno a la puta que me sirva un vaso de coñac.

—Dice que es urgente, de vida o muerte.

Frunzo el ceño, desagrado surgiendo en mi pecho. Le arrebato el celular, la furia burbujeando bajo la superficie.

—¿Qué es eso tan urgente que tienes que decirme, Donato? —demandando respuestas con una voz que no admite titubeos.

—Nos descubrieron —su tono es agitado, casi desesperado—. A mí y a Daryna. Necesito que nos saques del país.

—¿Y por qué? —pregunto, la calma en mi voz contrasta con la tempestad que se gesta dentro de mí.

Un silencio incómodo se instala, y luego la voz chillona e insistente de la ucraniana interrumpe. —Te vas a molestar por esto, pero hicimos una estupidez y...

—¿Qué clase de estupidez? —mi voz sale como un susurro afilado, los dientes rechinando bajo la presión.

—Nos llevamos a Mellea a un lugar cerca de Ucrania. Quisimos sacarle información, pero se nos fue de las manos. —La revelación me embravece al instante—. La dejamos muy mal herida y Biagio llegó con un ejército al depósito. Tuvimos que huir en cuanto pudimos.

Biagio.

El simple hecho de escuchar su nombre me provoca repulsión, una mezcla de asco y rabia. Ese idiota debería estar muerto. Maldita sea la hora en que se cruzó en la vida de Mellea.

—¿A ustedes quién carajos les dio el permiso de hacer eso? Mellea es intocable, y se los dejé muy claro desde el principio.

—Ya lo sé —responde, la voz temblorosa—. Pero no sabíamos que Michael se descontrolaría así.

—¿Y dónde está Michael ahora?

—Se lo llevaron.

Mis manos aprietan el celular con tal fuerza que me duele, y en un arranque de furia, estrello el vaso que la puta acaba de servirme contra la pared. El cristal se quiebra, esparciendo fragmentos por el suelo.

—¡No pueden hacer nada bien!

—No dirá nada... —intenta calmarme, pero su voz es un eco distante.

—Más le vale, porque si no, mis soldados van a ir a darle una visita a su estúpida ex esposa.

El aire se vuelve denso, la tensión palpable. La rabia hierve en mí, y la sensación de que todo se está desmoronando se hace cada vez más real. No puedo permitir que esto termine así.

—Mira, podemos hablar de eso después. Michael no tiene prioridad ahora; si ya lo agarraron, te aseguro que no dirá nada. Lo importante somos nosotros, que seguimos libres. De verdad, necesito que nos saques del país lo más pronto posible. Sabes que Daryna está embarazada, y si Biagio nos encuentra...

—No me menciones ese nombre de mierda —le recalco, la furia burbujeando en mi pecho—. Si quieres algo, Eduard te marcará en unos minutos. Dale tu ubicación y veré qué puedo hacer.

—Gracias, jefe, de verdad.

Cuelgo el teléfono y se lo devuelvo, sintiendo que la tensión aún no se disipa.

—¿Cuáles son sus instrucciones? —pregunta Eduard.

—Déjalos que se mueran. Los descubrieron cuando no era el momento; ya no me sirven.

Una sonrisa de satisfacción cruza el rostro de Eduard antes de que se aleje del lugar, dejando un aire de traición en su estela.

—Y tú —señalo a la puta que ha permanecido quieta desde la llamada—, limpia todo el desastre y luego ven a masajearme los pies.

Ella asiente, obediente, y me vuelve la mirada de un modo que me irrita.

Camino hacia mi habitación, donde un marco con una fotografía impresa de mi hermosa Mellea me recibe. En la imagen, ella sonríe, y me quedo hipnotizado por su belleza. Acaricio el papel, contorneando parte de su figura, como si pudiera sentirla a mi lado.

Espero que no se hayan pasado demasiado con ella.

Pronto iniciaré mi plan, y Mellea no tendrá más opción que unirse a mí. La he deseado a mi lado como mi mujer desde hace mucho tiempo, porque siempre la he amado y venerado. Sin embargo, ella se empeña en amar a otro estúpido que no la merece, alguien que nunca corresponderá sus sentimientos como yo lo haría.

El deseo de reclamarla se enreda en mi mente, y la necesidad de protegerla se convierte en una obsesión. Nadie debería tocarla, nadie.

Y por eso ha tenido que sufrir durante tanto tiempo, por escoger a alguien que nunca debió. Es un dolor que necesita experimentar, una lección que debe aprender.

A ese al que ha amado, al estúpido de Biagio Cicchi, le voy a quitar todo lo que tiene. Haré su vida miserable. Solo espero que Mellea no sea tan tonta como para seguirlo en su miseria.

Ya lo veo con claridad. He armado el rompecabezas: con el infiltrado en la familia Mancini y ahora con el camino directo a Franco, todo mi plan está a punto de ejecutarse a la perfección.

Una risa llena de gozo escapa de mis labios al admirar todas las piezas que tengo a mi favor. La satisfacción se mezcla con la anticipación, un fuego que arde dentro de mí.

Ha llegado el momento de reclamar el lugar que me corresponde y hacer que me devuelvan todo lo que me quitaron. Esta vez, nadie podrá detenerme. La venganza será dulce, y Mellea, al final, estará a mi lado, donde siempre debió estar.

 La venganza será dulce, y Mellea, al final, estará a mi lado, donde siempre debió estar

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Bendiciones.

Besos.💋

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora