Capítulo 22 - Nada más que la verdad.

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Mellea.

Estúpida, ingenua, ilusa.

Estas palabras son las que mejor me describen en este momento. No hay otra forma de llamarme porque por segunda vez me dejé llevar por acciones y palabras efímeras.

No sé qué pasó por mi mente al creer que podría darle otra oportunidad a Biagio, siendo plenamente consciente de lo despreciable que era, y aún peor, de la reputación que se había labrado con creces. No quería aceptarlo, pero una vez más la vida me demostró lo contrario, pues ya tenía una esposa y una amante esperando emocionadas su regreso.

Aunque lo que sí tengo claro es que Daryna Kovalenko siempre sería su esposa ante los ojos del mundo, un hecho inmutable que ni siquiera el matrimonio conmigo podría cambiar. Por "apariencias", ella ocuparía siempre el lugar que en algún momento yo podría haber deseado si hubiera continuado con este juego absurdo de amantes.

Y como si todo lo anterior no fuera suficiente, su traición y su esposa añadieron la guinda al pastel: la sumisa rusa. El hecho de que la tuviera como amante, satisfaciendo todos sus deseos y jugando con ella de la misma manera que lo hacía conmigo, despertaba en mí un nivel de ira inimaginable, especialmente en lo que respecta a los celos y la humillación.

Celos, porque aunque sigue siendo el hombre al que amo, verlo con otra persona me hace hervir la sangre.

Y humillación, porque mientras yo intentaba ingenuamente devolverle mi lado amable, mi atención y mis cuidados, él, por otro lado, ya las había poseído antes de dirigir su mirada hacia mí. Incluso puedo creer que intercambiaba mensajes descarados con ellas mientras estaba en la cama durante los siete días.

A estas alturas, ya nada me sorprende.

Siempre me ha visto como un trozo de carne con el que satisfacerse, y lo que es peor, con el que alimentar su ego, sabiendo perfectamente mis sentimientos hacia él.

Me dio tanto coraje descubrir la verdad que terminé vomitando toda la bilis acumulada.

Ni siquiera le dirigí la palabra cuando salí del baño hecha un desastre; de hecho, ni siquiera lo miré. Me fui directamente a mi habitación, donde me encerré todo el día.

No sé qué pasó con él, ni cómo se fue, y sinceramente, ahora no me interesa. Lo último que quiero es tenerlo en mi mente, porque solo me hago más daño.

¿Me había roto el corazón de nuevo? Sí. ¿Fue culpa suya? En parte, pero también asumo la mía por haber creado expectativas hacia él.

De alguna manera, a pesar de todo el caos y del pequeño dolor al que ya estaba acostumbrada desde hacía tiempo, me sentía agradecida, porque lo vi a tiempo, antes de convertirme en solo otra más de su interminable lista y en su juguete sexual.

—Señorita —la voz del mesero me hace levantar la cabeza— ¿gustaría que le llenen su copa?

—Sí, por favor —respondo, pidiendo que me llenen la copa con licor espumoso y ligeramente rosado hasta el borde.

El mesero se retira mientras aparto un mechón de mi flequillo para que el sol siga iluminando mi rostro.

—¿No crees que has bebido suficiente? —pregunta mi querido esposo a mi lado, recostado en su tumbona.

El alcohol que tengo en mi sistema sería suficiente para dormir a un caballo, pero el calor me mantiene alerta, sin caer derrotada en alguna parte de las playas de Madrid.

—No —le respondo casi con mal humor cuando frunce el ceño.

—Creí que pasaríamos nuestra luna de miel compartiendo momentos y encerrados en nuestra habitación.

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora