Biagio.
En la mafia, sobre todo para los jefes, hay una regla de oro que se repite una y otra vez: nunca permitas que los sentimientos hacia una mujer nublen tu juicio. En este negocio, la debilidad puede ser fatal, y bajar las defensas por un instante puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Franco Cicchi, con su posición destacada en mi linaje, me recordaba esta regla constantemente. No podía permitirme el lujo de dejarme llevar por una mujer, de permitir que mi corazón dictara mis decisiones.
Nunca aprendí de él la empatía hacia alguien ajeno a la sangre. Desde que tengo memoria, nunca vi a la mujer que me dio la vida o a Franco mostrar amor, ni siquiera entre ellos.
Tengo grabados en mi mente los momentos en los que ella y Franco discutían, ella repudiando su situación y lamentando haber sido obligada a casarse, soportando constantes infidelidades y la pérdida de su libertad.
A pesar de que con Flavio y conmigo era distinta, mostrando siempre cariño, no podía ignorar su deseo de no pertenecer a este mundo que Franco representaba. Aunque intuía que, en el fondo, lo amaba, sus acciones y exigencias solo avivaron su resentimiento por encima de cualquier sentimiento. Los enfrentamientos entre ellos, más frecuentes de lo que desearía, permanecen grabados en mi memoria como cicatrices que nunca sanarán.
La falta de afecto y devoción ha sido una constante en mi familia a lo largo de las generaciones. Mis parientes han seguido el mismo patrón de relaciones frías y distantes, sin espacio para el amor verdadero.
Así, el concepto de enamorarse es ajeno para mí. No conozco esa sensación, nunca me he permitido involucrarme emocionalmente con una mujer, para mí son compañeras de pasatiempos, momentos de placer, pero nada más allá de eso. Las emociones son un lujo que no me puedo permitir en este mundo sin compasión.
Es lo que me inculcaron desde el principio.
Por eso, en cada maldita oportunidad, me cuestiono: ¿Qué diablos me sucede con Mancini? ¿En qué momento exacto se coló tan profundamente en mi vida?
Siempre termino regresando a las mismas razones que explican por qué me atrae tanto a nivel sexual.
Sexo, físico y rostro.
El sexo, porque ha sido uno de los encuentros más intensos que he experimentado, si no el más memorable.
Físicamente, por su cuerpo escultural y ese trasero espectacular que posee, no excesivamente grande, pero sí perfectamente proporcionado.
Su rostro, por su delicadeza y la belleza que lo distingue.
Pero la justificación de por qué me gusta va más allá de lo evidente.
Quizás sea porque es la única mujer que ha demostrado una preocupación por mí que va más allá de lo superficial, la única que me ha aceptado tal y como soy. Que me ama sin máscaras, sin engaños, sin tener lazos de sangre.
¿Será realmente eso lo que me atrae hacia ella como un imán? ¿Será su genuina preocupación por mí?
¿O será su disposición a ser vulnerable conmigo? ¿El hecho de que podamos alternar entre el sexo y conversaciones profundas en cuestión de instantes?
O tal vez simplemente estoy confundiendo mi deseo por ella.
¿Será acaso su apariencia angelical y su figura tentadora lo que me tiene cautivado?
No lo sé con certeza, son numerosas las razones que me envuelven cuando se trata de ella, y detesto la incertidumbre de no poder identificar cuál de ellas es la verdadera razón.
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Traición Letal
RandomEl linaje es algo inevitable de corromper porque tiene que seguir, pero todo cambia cuando se involucra la traición y eso es algo que tiene que pagarse, ya que nunca quedará impune, mucho menos en esta historia. Mellea ya ha perdido bastante, desde...