Capítulo 28 - Cautela.

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Mellea.

—Mellea, te estoy hablando.

Me alejo apresuradamente de la figura que, frente a las familias, se hace llamar mi esposo.

Mis pasos retumban en el césped recién cortado del jardín, mi irritación palpable en cada movimiento.

En contexto han transcurrido tres días desde mi retorno de Rieti. Durante mi estancia en el castillo, me dediqué a cumplir con mis obligaciones junto al tío Carlo y Lorenzo. Sin embargo, no contenta con todo lo que traje, me vi obligada a complacer a Besnik en quedarme y quien insistió en que compartiéramos la cama.

Desde el primer día, todo ha sido una pesadilla. Aunque le dije a Besnik que mi menstruación era la razón por la cual no podíamos intimar, él lo creyó, pero su intensidad en todos los aspectos no ha disminuido, como en este preciso instante.

Cuando me sorprendió haciendo mis maletas y le informé que me ausentaría por un par de días, enloqueció.

Había concertado con Biagio visitar su territorio hoy, pensando que solo me quedaría uno o dos días como máximo. Sin embargo, él extendió la invitación, y tras una discusión, acordamos que permanecería casi toda la semana con él.

Para llevar a cabo mi plan, necesitaba mostrarme accesible, necesitaba obtener cierta información a toda costa, y la única forma de lograrlo era estando dentro de su zona de confort. Por lo tanto, acepté quedarme en su compañía esos días.

Todo parecía ir sobre ruedas hasta que Besnik apareció mientras preparaba mi equipaje.

La ausencia de Bonnie y Oliver, ocupados en un viaje exprés a Alessandria por documentos relacionados con las armas enviadas por Zaid esa semana y el dinero que le estaban enviando, entre otros asuntos pendientes, me dejó sola para lidiar con la situación.

Sabía que tendría trabajo que atender, al menos durante los dos primeros días en el departamento de Biagio.

Y así entonces me encuentro ahora, alejándome lo más posible de Besnik para evitar una confrontación.

—¡Mellea Mancini! —su voz resuena en un tono desagradable, obligándome a detenerme en seco.

Permanezco de pie y doy media vuelta.

—¿Qué, Besnik?

—¿Por qué diablos te estás yendo cuando estoy intentando hablar contigo?

—Porque no me apetece hacerlo —respondo con sinceridad.

—¿Desde cuándo? —me pregunta con recelo—. Desde que te acuestas con medio mundo.

Suelto una risa sarcástica.

—Deberían darme un Nobel por poder acostarme con medio planeta en menos de una semana.

Su rostro se torna en ira.

—Deja de ser sarcástica.

—Y tú deja de exagerar las cosas.

—¿Exagero? Apenas te veo, Mellea. No sé qué te pasa, a veces quiero entenderte, quiero confiar en ti, pero cuando te largas por días sin avisar y sin comunicarte conmigo, obviamente empiezo a imaginar cosas en mi cabeza —dice enojado—. Ni siquiera quieres tener relaciones conmigo. ¿Qué quieres que piense?

—Te he dicho que estoy ocupada con asuntos que debo atender —respondo a medias—. He explicado que lo que estoy haciendo es necesario.

—¿Y por qué no me lo dices?

—Porque no es asunto tuyo —trato de ser menos insensible, pero él me lo pone difícil.

—¿Hay alguien más que te gusta, es eso cierto?

Traición LetalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora