CAPÍTULO 18

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POV MARÍA JOSÉ

Me llevo una sorpresa cuando me aparta la silla para ayudarme mientras me siento a la enorme mesa del comedor, que parece capaz de albergar a veinte personas. Ella se sienta en la cabecera y yo estoy sentada a su izquierda. No la miro a los ojos mientras me siento, porque juro que es capaz de leerme el pensamiento. Me avergüenza, pero las palabras que me ha dicho antes me han puesto tan cachonda que no he necesitado lubricante para meterme el vibrador.

«¿Qué coño me pasa?» Debería sentirme ofendida y asqueada. Debería estar gritando para que alguien me sacara de esta dichosa casa, que todavía no he conseguido ver porque Cicatriz me puso la capucha y me llevó en brazos al comedor. En cambio, no dejo de imaginarme que Calle me agarra del pelo y me sujeta con fuerza mientras me tumba sobre la mesa y me folla. Y repito: ¿qué coño me pasa? Una cosa es comerle la cabeza a alguien y otra muy distinta lo que ella me está haciendo. Creo que todavía no han inventado un nombre. Estoy segurísima de que no es el Síndrome de Estocolmo, porque desde luego que la odio y que correría en la dirección opuesta en cuanto tuviera la oportunidad, si no hubiera una espada sobre las cabezas de mis amigos y de mi familia, más afilada que una guillotina. Luego están las dos partes enfrentadas en mi interior: la que desea lo que ella amenaza con hacerme y la que se rebela contra cada palabra.

- ¿Tengo que comprobar que lo has hecho? - me pregunta con voz ronca al oído, al tiempo que suelta mi silla. Antes de poder responder, el vibrador cobra vida en mi interior y doy un respingo, respondiéndola sin palabras.

- Eso pensaba.

Quiero borrarle la mueca ufana de una bofetada, pero soy incapaz de imaginar siquiera las consecuencias. Por suerte, el vibrador se para antes de que sirvan el primer plato. Cuando he terminado de comerme la sopa de ostras en silencio y se han llevado el plato, sé lo que tengo que hacer.

- Tenemos que hablar de las condiciones.

El eficiente personal nos trae la ensalada antes de que Calle replique:

- Las únicas condiciones que había que hablar eran las de tu sumisión voluntaria.Y accediste. Fin de la discusión.

Suelto el tenedor, que tintinea contra el delicado plato de porcelana. Estoy demasiado cabreada para preguntarme cómo es posible que una mujer tan brutal como Calle se rodee de cosas tan delicadas.

- No, así no funcionan las negociaciones. - Arquea una ceja oscura al oírme, y me veo obligada a preguntarme si es algo de lo que son capaces las personas más arrogantes para usarlo precisamente en estas circunstancias. - Además, esta conversación está a punto de dar por finalizado nuestro trato. Necesito saber exactamente cuánto tiempo me vas a mantener aquí, porque me estás jodiendo la vida y el negocio.

La sonrisa torcida que aparece en sus labios es una que empiezo a reconocer, y una que nunca me augura nada bueno.

- ¿Tan ansiosa estás por saldar la deuda que tienes conmigo y librarte de mí?

- Desde luego. - Pronuncio las palabras como si las escupiera, como si fueran algo asqueroso. Calle, vestida con un traje que le sienta como un guante, como siempre, apoya los brazos en la mesa y se inclina hacia delante.

- No hay manera de finalizar nuestro acuerdo hasta que haya terminado contigo.

La rabia, mi constante compañera, crece en mi interior.

- ¿Y cuándo será eso? - Intento mantener la voz lo más calmada que puedo. La sonrisa torcida se vuelve todavía más burlona, echándole más leña al fuego.

- Me aseguraré de mandarte una notificación por escrito.

Si las miradas matasen, ella estaría calcinada en este preciso momento.

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