CAPÍTULO 11

1.7K 115 0
                                    

POV CALLE

No me hace falta imaginarme la rabia que se refleja en su cara mientras lee el documento legal de pacotilla que he preparado para nuestra reunión. Es evidente en la pantalla de mi escritorio cuando lo aplasta entre las manos. María José Garzón era un objetivo fácil. Llena de indignación y un fuego que me encantará tener debajo. Me hace gracia que creyera que podía plantear exigencias. Hombres adultos con los cojones bien puestos no se han atrevido. Por eso es fascinante. Y una rareza. «Solo es eso.» Un entretenimiento. Un trozo de propiedad con la que divertirme un rato. La quiero dispuesta. Me niego a que sea de otra manera. Incluso desafiante y enfurecida, ha respondido a mí como un instrumento musical con un virtuoso. Domaré su fuego. La doblegaré a mi voluntad. Se me pone dura por enésima vez esta noche mientras me la imagino doblegándose a todas mis órdenes. Ese culo. Esas tetas. Ese coñito. ¿Que no tiene dueño? No, tiene dueña. María José Garzón es mía.

POV MARÍA JOSÉ

Cicatriz no habla mientras me pone la capucha en la cabeza antes de cogerme de nuevo en brazos. Arriba y abajo, vueltas y más vueltas. ¿Es una escalera de caracol? Siento la brisa fresca del exterior solo un momento antes de que me deje en el asiento trasero del coche. De inmediato, me llevo las manos a la capucha, pero sus dedos gruesos me las aferran y me dan un apretón. Está claro que no puedo quitármela.

- ¿Tengo que dejármela puesta hasta llegar a mi casa? ¿Estás de coña? - Su única respuesta es un gruñido.

Me pican los dedos por el deseo de arrancarme la capucha, pero si dejándola puesta llego antes a casa, que le den por saco que ahí se queda. Sale del garaje y los ruidos del exterior apenas si penetran en el interior del lujoso coche. Pierdo de nuevo la noción de las curvas que toma el coche y, en cambio, me sumo en el silencio, más que preparada para que esta noche de pesadilla llegue a su fin. Cuando el coche se detiene de nuevo, me siento sobre las manos y espero a que me quite la capucha, pero no lo hace.

- Alguien va a vernos y va a pensar que eres... - Un gruñido.

Cierro el pico y dejo que me saque del coche y me lleve al apartamento. Pero hay algo que no cuadra. Oigo el tintineo de unas llaves, pero juraría que no son las mías. Cicatriz me lleva escaleras arriba y me deja de pie mientras abre la puerta. Después, me da un suave empujón para que entre y cierra la puerta a mi espalda antes siquiera de que me pueda quitar la capucha. Me la arranco de un tirón y me doy media vuelta mientras mi cerebro intenta asimilar a toda velocidad algo que carece de sentido. Esta no es mi casa. ¿Dónde coño estoy? Calle. Ha sido ella. Su intención nunca ha sido la de dejarme marchar.

-¿Dónde coño estás, gilipollas?

Miro de un lado para otro, deteniéndome en el papel de la pared, que presenta un sofisticado diseño de brocado en blanco y negro, buscando alguna cámara en los rincones de la ancha moldura del techo que no permite disimular su presencia. No veo señales de cámara alguna, pero eso no significa que no las haya. Claro que, al menos, tampoco hay rastro de ella. Algo es algo. Creo. El alivio que he sentido durante el trayecto a «casa» me abandona mientras exploro mi nueva cárcel. He oído que ha cerrado con llave. Sé que no saldré de aquí hasta que me lo permitan. Me echo a temblar, y no precisamente por estar desnuda debajo de la gabardina. Me abrazo por la cintura con fuerza en un intento por detener los temblores. «No lo pienses. Reúne información. Sé un general, no una prisionera», me digo. Me trago el miedo y me concentro en el lugar que me rodea. Debe de haber algo que me ayude a descubrir dónde estoy o que me ayude a escapar.

Me doy media vuelta mientras observo el que debe de ser el salón más bonito que he visto en la vida. La expresión «jaula de oro» nunca ha sido tan acertada. Solo hay tres colores en la estancia: negro, blanco y dorado. Hay una puerta negra lacada a la derecha y me acerco sin pérdida de tiempo a ella, con la ridícula esperanza de que pueda ser una salida, pero a sabiendas de que no va a serlo. Es un dormitorio. No parece salido de un burdel tal como esperaba antes. Es sofisticado y femenino. Y se repite la misma decoración en blanco, negro y dorado. Una cama negra con cuatro postes domina la estancia y ocupa casi un tercio de la misma. El dosel es de una diáfana tela blanca. El cobertor hace juego con el estampado de brocado de las paredes del salón y las sábanas negras de satén están apartadas como si el servicio doméstico ya se hubiera ocupado de esa labor. No planeaba dejarme marchar. No ha pretendido hacerlo en ningún momento. La escena de la biblioteca era exactamente lo que Valeria me advirtió: la habilidad de Daniela Calle para comerme la cabeza.

Otra puerta lleva del dormitorio a un lujoso cuarto de baño, más bonito que el de cualquier hotel que haya visto nunca y también decorado en los mismos tonos blancos, dorados y negros. ¿Por qué repetir el esquema cromático? En el cuarto de baño hay otra puerta que da a un vestidor que podría hacer las veces de dormitorio perfectamente por su tamaño, pero que está completamente vacío. Abro los cajones del mueble del centro y descubro que también están vacíos. ¿Espera mantenerme desnuda aquí dentro? Menos mal que, por lo menos, tengo la gabardina. Pienso en el vestido que debería llevar puesto y, por primera vez, deseo no haberlo despreciado. Salgo del vestidor para examinar el contenido de los cajones del cuarto de baño. Están atiborrados de todo tipo de productos cosméticos y de higiene carísimos. Regreso a través del dormitorio al salón y miro fijamente la puerta cerrada. Tiene dos pestillos, pero no hay manera de abrirlos desde dentro, porque no hay llave. Aunque sé que es inútil porque he oído cómo cerraba desde fuera, aferro el pomo e intento girarlo. De todas formas, me cabrea.

- ¡Gilipollas! ¡No puedes encerrarme como si fuera una puta mascota! - Le doy una patada a la puerta con los zapatos de tacón, y lo único que consigo es arañarlos y aplastarme el dedo gordo.

Regreso cojeando al centro del salón y hago un giro completo con los brazos extendidos en cruz. Siento perfectamente su mirada, aunque ella esté en otro sitio.

-¿Esto es lo que querías? ¿Una mascota? Si mañana no aparezco, todos se darán cuenta. Llamarán a la policía. Me da igual a cuántos tengas en nómina, pero alguien habrá que no esté a tu servicio. ¡Me encontrarán y las pagarás! ¿Me querías sumisa? ¡Pues que te den por culo, Daniela! ¡Esto no formaba parte del trato!

El instinto me impulsa a acercarme de nuevo a la puerta para golpearla hasta que me sangren los nudillos y me salgan moratones, hasta quedarme ronca por gritar pidiendo ayuda. Pero no lo hago. Me niego a darle la satisfacción de verme vencida. Soy una mujer fuerte. Calle no ganará. Decido aferrarme a la furia. Con voz alta y clara, añado:

- Puede que poseas mi cuerpo sumiso, pero eso es lo único que vas a conseguir. Te juro que voy a odiarte durante todo el tiempo que esto dure.

Después de declarar mis intenciones, el cerebro se me ralentiza, agotado por los acontecimientos de la última semana, y lo único que quiero es meterme entre las pecaminosas sábanas y dormir. Pero algo me dice que si hago eso, le estaré concediendo la victoria, y eso es algo que no pienso hacer sin luchar. Me he enfrentado al demonio en su guarida y he salido ilesa. Eso significa algo, ¿no? Una pequeña victoria. O casi ilesa, mejor dicho. Los pezones duros y el deseo que siento entre las piernas todavía me recuerdan claramente el fuego que ella ha prendido en mi interior. ¿Desde cuando me gustan las mujeres? «Engáñate todo lo que quieras, Poché. Pero contéstame con la verdad a esto: ¿Cuándo fue la última vez que follaste con alguien que sepa lo que necesitas? Con alguien que te arrebate el control y te dé lo que te mueres por recibir. ¿Cuántas veces te has masturbado con los dedos para poder correrte después de que el flojo de tu marido se diera media vuelta?» Solo lo decía para comerme la cabeza. Ya está. No sabe cuánta razón lleva.

Mis ojos regresan a la cama mientras recuerdo su última advertencia: «Tus orgasmos me pertenecen. Si te tocas sin mi permiso, te calentaré hasta que me supliques para correrte.» Con la misma rebeldía que me impulsó a entrar en un salón de tatuajes de henna y a plantarme con estos zapatos de tacón de aguja tan caros delante de la mujer más temida de la ciudad, tomo una decisión. Es posible que me esté quedando sin munición, pero todavía me quedan algunas balas que disparar. Echo a andar hasta el dormitorio y me desabrocho la gabardina, tras lo cual dejo que caiga al suelo. Aparto el cobertor y contemplo las sábanas de satén. Son negras como su alma. Me siento, me quito los preciosos zapatos para dejarlos caer sin miramientos al suelo y, después, me deslizo hasta el centro de la cama y me abro de piernas.

- Este coño no te pertenece todavía, Calle.

Me toco y odio descubrir que ya estoy mojada, pero al mismo tiempo doy gracias, porque así no tardaré mucho. ¿Estoy retando al diablo para que aparezca en tromba por la puerta y cumpla su amenaza? No. Voy a demostrar que va de farol. Cuando me corra esta noche, será un «Jódete» en la cara de esa mujer que se cree mi dueña. Y me aseguraré de usar el dedo corazón.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora