CAPÍTULO 61

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POV CALLE

Los gritos de María José resuenan en mi cabeza sin parar mientras me sacudo entre las sábanas y salgo de un inquieto sueño. ¿Qué coño me han dado? Les dije que no quería mierdas. Que necesitaba mantenerme despierta. Alerta. Hay una sola idea que se repite en mi cabeza desde que esa puta bala atravesó el parabrisas. «No puedo perderla. No me la vais a quitar, joder.»

- ¿Dónde está? - Me parece que hablo con voz demasiado ronca cuando por fin me sale, pero es imposible no captar la desesperación de la pregunta -. ¿María José está bien?

- Estoy aquí.

Su mano se cierra sobre la mía. La tensión me abandona al sentir su caricia, aunque el olor a desinfectante me inunda las fosas nasales.

- Los he obligado a que me pusieran más cerca de ti, porque amenazaron con esposarme a la cama para que me quedara quieta si no dejaba de intentar acercarme.

Habla con un hilo de voz que apenas oigo por encima de los pitidos de las máquinas, pero sus palabras me envuelven y me tranquilizan todavía más. No tengo ni idea de cómo me he ganado su lealtad. Pero no pienso permitir que la pierda. Examino cada centímetro de su cuerpo, desde la melena revuelta hasta el pijama de hospital azul que lleva. Ya no veo ni rastro de sangre. Está de una pieza y en su cara no veo reflejado el dolor.

- Joder, dime que estás bien.

En mi pesadilla, ella gritaba porque se estaba muriendo y yo no podía salvarla. Esos gritos eran peores que el dolor de las balas que me han metido en el cuerpo. Un millón de veces peores que el atropello de aquel Mercedes hace tantos años. Peor que cualquier puñalada o cualquier otra herida que haya recibido o que me haya imaginado.

- Estoy bien. Y tú te vas a poner bien. Las dos nos pondremos bien, joder, porque si no, te juro por Dios que iré a por quienquiera que lo haya hecho y lo mataré con mis propias manos.

Una gélida determinación respalda sus palabras. «Mi fierecilla sedienta de sangre. Mi desafiante reina.» No debería hacerme gracia, pero nada relacionado con esta mujer sigue las leyes de la lógica. Ha salido de una burbuja, de un mundo en el que yo nunca he vivido. Cuando la arrastré a las sombras y a la oscuridad, no pensé en las consecuencias de mis actos, más allá de la satisfacción que su sumisión me brindaría. Soy egoísta. Me conozco lo suficiente para aceptarlo. No hago más que tomar, tomar y tomar. Eso era lo que quería hacer con María José. Hacerla mía hasta saciarme. Pero esta noche lo único que quería era tomar su dolor y hacerlo mío, sin importarme si eso me mataba. Nunca he creído en el altruismo. Siempre me ha parecido una leyenda urbana. Pero en lo tocante a María José Garzón, he cambiado de parecer. Todo ha cambiado.

La vida me enseñó a no encariñarme con nada, porque nada en este mundo es permanente. Todo es transitorio. Ya no acepto esa premisa en lo referente a ella. Es mía. Se queda conmigo. Ni siquiera mi ennegrecido corazón soportaría perderla. La mantendré a salvo con mi último aliento si llega el caso. He evitado tener una debilidad de la misma forma que otras personas evitaban al demonio... o a mí. Pero mandé a la mierda las debilidades cuando pensé que podía perderla. En ese momento se hizo la luz: perder a María José sería como perder mi fuerza. Esta fierecilla, con los chispeantes ojos marrones, ha cambiado los cimientos de mi mundo.

- Creía que te había perdido - me dice, y a sus ojos asoma la angustia-. No quiero volver a sentir algo parecido.

- Nunca. Ni el diablo me quiere.

- Prométemelo.

«Nada es permanente», me recuerda la voz de mi conciencia. Pero soy Daniela Calle, joder, y pongo las reglas y las cambio a mi antojo.

- Te lo prometo. - Me da otro apretón en la mano.

- Vale.

- Debería dejarte marchar. Enviarte a algún lugar seguro, tan lejos de mí como sea posible, pero...

- Tú inténtalo y verás... - María José levanta la barbilla con gesto obstinado.

- Si fuera mejor persona, eso es lo que haría.

Me mira con expresión enfurruñada y los dientes apretados.

- Pues menos mal que no lo eres.

La puerta se abre y entra uno de los médicos cuyo nombre no atino a recordar.

- Señora Calle, ¿cómo se encuentra?

Mi primer impulso es soltarle la mano a María José para asegurarme de que no vean lo colada que estoy por ella, porque eso sería admitir una debilidad. Sin embargo, no lo hago. De hecho, entrelazo nuestros dedos y lo miramos como un frente unificado.

- Como si me hubieran pegado un puto tiro y luego me hubieran cosido.

- Puedo decirle a la enfermera que le aumente la dosis de calmantes. En ese caso, no sentirá nada.

Retrocede hasta la puerta, pero lo detengo.

- No. Ya me han dado más de la cuenta. No quiero nada más. Quiero sentirlo todo. Quiero sentir hasta el último segundo de dolor. No pienso permitir que vuelvan a drogarme.

- Daniela... - María José habla en voz baja y me aprieta los dedos con fuerza. Cuando le devuelvo el apretón, se queda callada.

- Asegúrate de que la señora Garzón tiene todos los calmantes y lo que sea que necesite, pero a mí me dejas tranquila. Dile a V que entre en cuanto te vayas.

El médico asiente con la cabeza y se vuelve para marcharse, aunque no aparta la vista de nuestras manos entrelazadas.

- Como digas una sola palabra de lo que ha sucedido esta noche...

- No lo haría jamás, señora. Pulse el botón para avisarnos si alguna de las dos necesita algo. Estamos a su servicio todo el tiempo que sea necesario.

En cuanto sale de la habitación, María José se suelta de mi mano. Quiero volver a cogérsela, pero está demasiado ocupada meneando un dedo delante de mis narices.

- Ni se te ocurra soportar el dolor. Acepta los calmantes.

Me vuelvo hacia ella, aunque el cuerpo protesta cuando me muevo, porque necesito verle la cara para hacerle entender por qué he rechazado los calmantes.

- Si estoy inconsciente, no puedo protegerte, y eso no es una opción. Estás ligada a mí. Tu seguridad, tu vida, está en mis manos, y eso no es algo que vaya a poner en peligro así como así solo por ahorrarme unas horas de sufrimiento.

- ¿Unas horas? - Resopla -. Te han disparado. No estamos hablando de que te haya salido un padrastro.

- No es la primera vez. Y seguramente no sea la última.

Ella gruñe, y es evidente que el miedo que me tenía antes, aunque intentara ocultarlo, ha desaparecido.

- Ni se te ocurra volver a recibir un disparo.

- Eso no te lo puedo prometer.

- Pues miénteme. Dame algo.

Una carcajada ronca brota de mi pecho. Es única. Ya lo sabía, pero me lo ha demostrado todos los días desde que la conozco. Mentiras. Siempre han salido de mis labios sin problemas. Como algo innato. Como la primera opción. Pero, en este caso, soy incapaz.

- Se acabaron las mentiras. No habrá mentiras entre nosotras. Ya no.

María José echa la cabeza hacia atrás con la sorpresa pintada en la cara.

- ¿Eso quiere decir que me vas a contar tus secretos si te pregunto?

Clavo la vista en el techo. Pues claro que tenía que ir por ahí. No sería la pareja que sabía que yo quería, aunque no supiera que la necesitaba, si no lo hubiera hecho. Suelto un largo suspiro, aunque una parte de mí no termina de creerse que vaya a hacer lo que estoy a punto de hacer. Pero, tal como he descubierto hace poco, todo ha cambiado.

- ¿Qué quieres saber?

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