CAPÍTULO 41

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POV MARÍA JOSÉ

Sigo teniendo un solo conjunto para escoger, pero ¿la diferencia? Está en el vestidor de Calle. Supongo que podría intentar convertir una de sus camisas a medida en una especie de declaración estilística, con una de sus elegantes corbatas como cinturón. La idea me cruza por la cabeza y la sopeso unos dos segundos antes de descolgar el vestido de rayas blancas y negras, y ponérmelo. Una vez más, es de diseñador, carísimo de cojones y me sienta como un guante. Oh, y la lencería que lo acompaña hasta incluye un tanga y un precioso sujetador de encaje, así que ya es algo.

Cuando abro la puerta de la habitación, V me está esperando fuera. Me lleva a trabajar en silencio, sin capucha, y me dejo el dilatador la hora estipulada antes de entrar a hurtadillas en el cuarto de baño para quitármelo. Después, me sumerjo en el trabajo y me encargo de un problema tras otro, hasta que casi puedo olvidarme de lo de esta mañana. Casi. Soy viuda. No debería sorprenderme tanto, teniendo en cuenta que me he considerado así durante meses, pero saber que solo en este momento es verdad es totalmente distinto. Debería sentir pena o algo, lo que sea, por el hecho de que Calle se «haya encargado» de Johann en algún momento desde que se fue anoche hasta que me desperté esta mañana. Pero, la verdad, solo siento alivio. ¿Me convierte eso en una persona espantosa? Ni siquiera puedo culpar a la influencia de Calle, porque después de mi primer encontronazo con ella en este despacho, recuerdo pensar que si Johann siguiera vivo, lo mataría con mis propias manos por haberme metido en semejante follón. Y anoche, mientras me describía cómo mataría a mi familia, me entraron ganas de arrancarle la pistola de las manos y vaciarle el cargador en el pecho, aunque tal vez dejara una bala para metérsela entre ceja y ceja.

Apoyo los codos en la mesa y clavo la vista en el techo. Ya no me reconozco. Estoy sentada en mi despacho, con el que soñaba tener desde pequeña, con la ropa que me ha escogido una mujer que ha matado a mi marido o que ha ordenado que lo maten, y en vez de acudir a la policía para contarles lo sucedido, estoy pensando en lo mucho que quería que me follara en su mesa esta mañana. ¿Qué me pasa? Es una pregunta para la que no tengo respuesta, de modo que me vuelvo a concentrar en el trabajo mientras finjo no estar en mitad de una crisis moral que, no me cabe duda, me llevará al mismísimo infierno, porque soy incapaz de sentir ni un ápice de arrepentimiento. Pierdo la noción del tiempo, seguramente porque la última llamada se alarga una hora más de lo necesario mientras negocio las bases de un contrato de suministro antes de pasarle la pelota a los abogados para que se encarguen de los detalles.

- En fin, ¿te veremos en Dublín dentro de un par de días para celebrar el acuerdo en persona durante la convención? - me pregunta Roy.

Es un proveedor de cereales orgánicos al que necesito como refuerzo para que mi proveedor habitual no sea el único. Con «la convención» se refiere a la Convención Mundial de Whisky y Bebidas Espirituosas, un evento al que quería asistir desde que mi padre acompañó a mi abuelo cuando yo tenía veinte años. Después de eso, mi padre dijo que era un gasto que la empresa no podía justificar, y desde que yo me he hecho con el timón, la cosa sigue igual.

- Esperaba conseguir una entrada de última hora, pero el evento que estoy preparando me ha alterado los planes.

Miento como una bellaca. No he hecho el menor esfuerzo por registrarme, porque sería el colmo de la irresponsabilidad marcharme a la convención de mis sueños cuando ni siquiera puedo pagar las nóminas. Al menos, no podía hacerlo hasta la intervención de Calle. Fuera como fuese, no pienso admitir ante un posible proveedor que Seven Sinners tiene problemas económicos.

- Qué pena. Van a venir peces muy gordos. Estamos muy emocionados, porque hemos duplicado nuestra producción de grano este año y hemos despertado mucho interés como proveedores.

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