CAPITULO 9

1.6K 119 6
                                    

POV CALLE

La reunión no acaba nunca. Los cabecillas de los dos cárteles que se disputan el poder en mi ciudad están sentados al otro lado de mi mesa. Llevan discutiendo toda la tarde y los he dejado.

En cualquier otro lugar, esto acabaría en un baño de sangre, en el caso de que hubieran accedido siquiera a estar en la misma habitación, pero aquí no se atreverían a hacerlo. Si quieren hacer negocios en Nueva Orleans, tienen que pasar por mí o no hacerlos.

Ya sé a qué acuerdo se llegará antes de salir de la habitación, porque lo decidí ayer mismo. Me da igual que los mexicanos se crean todopoderosos.

En mi ciudad, solo hay una Ley y es la mía, yo soy la dueña.

«Gobierna con ayuda del miedo, pero gánate el respeto a través de tus actos.»

Eso es lo que he hecho durante los casi diez años que han pasado desde que recibí esa perla de sabiduría de parte de un antiguo cabecilla de un cártel a las puertas de la muerte que la CIA había escondido en Nueva Orleans.

También encendió un fuego en mis venas que me llevó a coger las riendas de un imperio. No había sido fácil ya que soy una mujer pero después de eso, mi vida se convirtió en algo que jamás se me habría pasado por la cabeza. La CIA. La NSA. El FBI. La DEA. El ICE. Los cárteles. La mafia. La yakuza. La bratva. Ahora trabajo con todos ellos, y lo más importante que he aprendido es que el poder es lo único que importa. La mayoría de los hombres tiene demasiadas debilidades para aferrarse al poder durante mucho tiempo. Pero yo soy mucho mejor que un hombre.

V entra en la habitación y me hace un gesto con la cabeza.

La expectación que he estado conteniendo toda la noche se intenta abrir paso, pero la reprimo.

Los mexicanos siguen discutiendo y, aburrida, desvío la mirada hacia la pantalla que tengo en la mesa y que muestra las imágenes de varias cámaras, en concreto de la habitación a la que le he ordenado a V que la lleve. Ahí está. Se quita la capucha de la cabeza y su melena cae suelta. Aparto los ojos de la pantalla y los clavo de nuevo en los mexicanos, que siguen discutiendo. Les presto atención a medias, interviniendo cuando es necesario para que se mantenga cierto civismo, pero mis ojos vuelan una vez más hacia la pantalla. No ha empezado a sacar los libros de los estantes en busca de una salida. Eso es interesante. Sin embargo, es una fascinación que perderá su lustre tan deprisa como todas las demás.

Después de llevar varios años en el nivel que he alcanzado, ya no hay nada que me suponga un desafío. Llevo aburrida casi una década, pero tengo la esperanza de que una briosa castaña me ofrezca, al menos, un poco de diversión antes de que pierda de nuevo el interés.

Estoy preparada para terminar con esta reunión. Ya la han alargado demasiado. Observo a los hombres que hay al otro lado de mi mesa con asco. Dos de los hombres más temidos del tráfico de drogas mexicano y podría ejecutarlos en mi despacho sin que nadie me pusiera una mano encima.

Cuando te ganas la reputación de no tener límites, ni debilidades, y de que estás dispuesta a que la sangre corra por las calles, la gente no pone a prueba tus límites ni quebranta tus reglas. Una parte de mí se siente decepcionada por el hecho de que María José Garzón no haya opuesto más resistencia. Pensaba que el temperamento de la castaña Colombiana-Irlandesa saldría a la luz, pero parece ser que no ha sido así.

Una gran decepción.

Me concentro de nuevo en la discusión, pero eso es hasta que ella mira la cámara directamente, como si la hubiera localizado y supiera que la estoy observando. Adopta una expresión desafiante al tiempo que se lleva las manos al cinturón de la horrorosa gabardina que lleva puesta, y la observo con creciente interés. Cuando se la quita y la deja caer el suelo, mi polla se tensa contra la seda del forro de los pantalones.

Joder.

¡Joder!

Esbozo una sonrisilla. A lo mejor no es una decepción después de todo. Además, ha conseguido que me desentienda por completo de la conversación que tiene lugar delante de mí, algo inaceptable. Me obligaré a esperar. Da igual que esté desnuda en mi biblioteca, llevando únicamente los zapatos de tacón que le envié, con la barbilla en alto y expresión orgullosa. Va a esperar. Los negocios siempre son lo primero.

La veo darse la vuelta, reclamando toda mi atención de nuevo. Se me pone todavía más dura cuando me ofrece una panorámica de ese culo perfecto y respingón del que ahora soy dueña.

En la base de la espalda tiene unas letras en mayúscula que no recuerdo haber visto en ninguna de las informaciones que he recabado de ella y, desde luego, nada que apareciera en las fotos. Con un movimiento de la muñeca, pincho en la imagen y la amplío, pasando por completo de la discusión que mantienen delante de mí. Un gruñido sale de mi garganta y siento una bola de fuego en el estómago al descifrar las palabras.

SIN DUEÑO.

«María José Garzón, desde luego que no me vas a decepcionar después de todo.»

A ver cuánto dura. Ha conseguido destruir oficialmente mi concentración, algo por lo que va a pagar, pero la reunión se ha acabado. Me levanto.

- Gustavo, tú te quedas con el este. Eduardo, tú con el oeste - Los dos vuelven la cabeza para mirarme.

- Pero...

- Gustavo, ¿quieres ver a tu amante esta noche? Porque como sueltes otra puta palabra más por esa boca, te meto una bala en la cabeza. - Cierra la boca de golpe, y miro a Eduardo.

-¿Alguna queja?

- No. Mi organización se encargará de que todo funcione.

- Bien, pues ya hemos terminado.

Clavo la vista de nuevo en la pantalla y en la mujer que tiene los brazos cruzados a la espalda, y me está haciendo un par de peinetas. Resoplo por la nariz. Ni siquiera un hombre se atrevería a hacer eso. Ni siquiera los dos cabrones que tengo delante y que en México han colgado los cuerpos de muchas personas inocentes de los puentes sin más motivo que el de inculcar el miedo. Parece que mi primera impresión de María José Garzón era certera. Tiene fuego en su interior, uno que no he encontrado en ninguna otra mujer. Ha llegado la hora de que vaya a ver a mi nueva adquisición.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora