CAPÍTULO 62

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POV MARÍA JOSÉ

Venga ya. No tiene intención de darme carta blanca para que le pregunte cualquier cosa ni me va a decir la verdad, ¿o sí? La sinceridad de esos ojos es innegable. Claro que también lo es el cansancio evidente en sus rasgos. Antes habría aprovechado al instante la oportunidad de aplicarle el tercer grado a esa mujer y así conseguir las respuestas a todas las preguntas que tengo acumuladas, pero ahora mismo no puedo hacerlo. Lo que me preocupa es ella y que se recupere pronto. Porque la salud y la seguridad de Daniela ocupan ahora el primer puesto en mi lista de prioridades, desde que vi cómo la alejaban de mí en la calle.

- Necesitas dormir. Descansar. Porque tienes que reducir la ciudad a cenizas para que todos sepan que nadie le toca un pelo a Daniela Calle ni a su mujer.

Me mira de nuevo asombrada y me observa como si jamás me hubiera visto. A lo mejor tiene razón. Porque nunca me he sentido como me siento ahora.

- ¿Mi mujer? - La miro con los ojos entrecerrados.

- Eras tú quien querías que admitiera que eres mi dueña. Y resulta que las experiencias que te dejan al borde de la muerte tienen el efecto de aclarar las cosas de repente.

Daniela cierra los ojos antes de hablar.

- Es el efecto de los calmantes. Cuando salgas de esa cama, empezarás a protestar otra vez y a exigirme que te deje marchar.

Hago un mohín con los labios y cruzo los brazos por delante del pecho, aunque disimulo el respingo de dolor que ni siquiera los calmantes que llevo en el cuerpo logran evitar. ¿Es el efecto de dichos calmantes? Me niego a creerlo. El afán posesivo que sentí y las ganas de aniquilar todo lo que se pusiera en mi camino cuando la alejaron de mi lado no fueron efecto de los calmantes. De la adrenalina, tal vez. Pero fueron emociones sinceras.

- Bueno, ya veremos quién tiene razón. Porque yo ya sé cómo va a acabar esto exactamente.

- ¿Y cómo acaba? - me pregunta ella, pero la puerta se abre antes de que pueda responderle.

POV CALLE

En cuanto V entra en la habitación, veo en su cara todo lo que necesito saber. Está muy mal la cosa. Pero chunga de verdad. Hace mucho que aprendí que, a menos que nos comunicáramos a través de mensajes de texto, la única manera de conseguir respuestas era hacer preguntas que se respondan con un sí o con un no. Y como no tengo ni idea de dónde está mi móvil, ese tipo de preguntas son mi única opción.

- ¿Han encontrado al tirador? - No hizo falta que diera la orden. J empezaría a buscar nada más enterarse de lo que había pasado. V menea la cabeza.

- ¿Se han encargado de la policía?

Seguro que alguien avisó del accidente, y necesito que los primeros polis que llegasen al escenario antes de que lo limpiaran se olvidaran de lo que habían visto. Nadie puede saber lo que ha pasado. El equilibrio de poder se desestabilizará si corre la voz de que alguien ha intentado quitarme de en medio. Por suerte, muchos policías de la ciudad responden ante mí y no al revés. V asiente con la cabeza.

- ¿Se llevaron el coche y se limpió el escenario?

Asiente otra vez con la cabeza.

- ¿Han recuperado la bala?

Levanta la mano, con dos dedos separados unos dos centímetros. Eso quiere decir que todavía no, pero que están a punto.

- Desmonta el coche. La bala tiene que estar dentro. No vi orificio de salida. Averigua de dónde coño salió y busca al tirador. Tenemos que descubrir quién cojones es tan tonto como para hacer algo así.

Asiente de nuevo con la cabeza y se da la vuelta para marcharse, pero lo detengo.

- Lo has hecho bien. Su seguridad es tu máxima prioridad... con independencia de todo lo demás. Siempre te encargarás de ella primero, como lo has hecho.

María José interrumpe la conversación.

- Ah, no, de eso nada. - La miro de reojo.

- No tienes voz ni voto. No pienso negociar con esto.

- No a costa de tu seguridad. No me obligues a cargar con eso. El precio es demasiado alto.

V nos mira a una y a otra, sin duda alucinado por el tema de la discusión.

- ¿Quién te da las órdenes, V? - mascullo, obligándolo a mirarme de nuevo. Cuando me señala, obediente, miro a María José -. Da igual lo que digas, aquí se hace lo que diga yo.

- Pues te digo que es una gilipollez.

- Qué pena.

V me mira a los ojos de nuevo y me dirijo a él.

- Monta guardia. Nadie entra a menos que sea una urgencia médica, y solo si el personal tiene permiso para hacerlo. Me han dicho que tengo que descansar para poder desatar toda mi furia sobre la ciudad y sobre quienquiera que haya hecho esto. - Miro a María José con una sonrisa torcida.

V asiente con la cabeza y se va hacia la puerta. Una vez que se cierra tras él, el cansancio hace mella en mis músculos, pero extiendo el brazo para cogerle la mano a María José, y ella me da un apretón. Todo este asunto, de que no discuta conmigo ni intente escapar, es surrealista. Al igual que mi voluntad de seguir sus órdenes.

- No voy a dejar que... - La interrumpo con una mirada.

- Creía que querías que descansara para poder vengarme.

Levanta las cejas con expresión sorprendida.

- ¿De verdad me vas a hacer caso?

- Con una condición.

- Desembucha - me ordena sin titubear.

- Que tú también descanses.

Tuerce el gesto de forma desafiante, pero por un motivo totalmente distinto al habitual.

- Yo haré guardia. Tú descansa.

- V está haciendo guardia fuera. Nadie va a pasar con él ahí. Así que, descansa, joder. Te necesito de una pieza, sana. Tengo muchos planes para ti, que lo sepas.

María José me observa un buen rato antes de replicar:

- ¿Y descansarás si yo lo hago?

- Sí.

- Trato hecho.

Extiende la mano y yo se la estrecho para sellar el trato. De alguna manera, en mitad de todo este caos, nuestras posturas han cambiado. Ya no soy quien la obliga a plegarse a mis deseos porque no tiene más remedio. Ahora somos iguales. Compañeras. Es una sensación novedosa y difícil, una sensación que debería acojonarme, pero que de ninguna manera me parece una debilidad. De hecho, nunca me he sentido más fuerte. Me duermo con los dedos entrelazados con los suyos.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora