CAPÍTULO 47

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POV MARÍA JOSÉ

El día se me pasa en lo que me parecen minutos. Cuando salgo del despacho, Temperance sigue al teléfono, ultimando los detalles del evento de los Voodoo Kings, y me despido de ella con un gesto de la mano. Me sonríe y me indica con un gesto que me vaya. Cicatriz me está esperando junto a la acera, como es habitual, y me meto en la parte trasera del coche. Después de mi huida, se acabó la tontería aquella de la capucha, así que cuando empieza a conducir en la dirección contraria a la que me espero, le pregunto, aunque sé que no me va a contestar.

- ¿Adónde vamos?

Su gruñido es la única respuesta que obtengo. Media hora después, enfilamos la carretera que lleva al aeropuerto de Nueva Orleans Lakefront, y me quedo más perpleja si cabe.

- ¿Qué pasa?

Cicatriz conduce hasta un hangar privado y aparca cerca de las puertas de cristal. Sale del coche y me abre la puerta antes de conducirme al interior del hangar. Apenas consigo echarle un vistazo a la elegante zona de espera, que no se parece en nada a las zonas con asientos de plástico de los vuelos comerciales, cuando me insta a pasar por otras puertas de cristal y nos topamos con una alfombra roja que conduce a la pista y a las escaleras de un precioso y enorme avión privado. ¡La leche! Contemplo con admiración el avión negro y dorado y, aunque no tengo ni idea de aviones, me apuesto lo que sea a que es carísimo de narices. No hay nombre ni logotipo que indique de quién es propiedad, pero solo tengo un candidata en mente. Cicatriz señala las escaleras con un gesto de la cabeza, y titubeo un instante.

¿Volar en el avión privado o no volar? No era una decisión que pensaba que iba a tener que tomar cuando salí de Seven Sinners hace un rato. No puedo mentir y decir que nunca me he preguntado qué se sentiría al volar en uno... pero pensar en la mujer que ya está dentro o de camino me mantiene los pies clavados en el sitio. ¿Qué es lo peor que me puede pasar? A ver, ya me ha secuestrado... El hecho es que mi lógica y mi razonamiento están totalmente locos, pero ese es el impacto que tiene Calle en mi vida. Lo que me hace decidirme es el contrato de esta mañana. Es un gesto que no entiendo, pero he sido incapaz de encontrar alguna trampa oculta en el texto legal. Cicatriz gruñe a mi espalda, y tomo una decisión. «A la mierda.»

Con paso firme, recorro la alfombra roja y llego al avión. Apoyo un pie en el primer escalón, me sujeto a la barandilla y subo hasta la cabina. El interior hace juego con todo lo demás de Calle: negro, dorado y blanco. Ella está sentada en uno de los mullidos sillones de cuero negro, con un portátil abierto en la mesa que tiene delante. Levanta la vista cuando entramos.

- ¿Qué pasa?

Cierra el portátil y se pone de pie.

- Nos vamos de la ciudad.

- ¿Como si estuviéramos en una cita?

La incredulidad es evidente en todas y cada una de mis palabras. Calle señala el asiento que tiene delante con un gesto de la barbilla.

- Siéntate. Le diré al piloto que estamos preparadas para despegar.

Me siento mientras intento averiguar qué narices está tramando esta vez. Primero el contrato y ¿ahora esto? ¿De qué va? Ella vuelve al cabo de un momento, y la cabina parece empequeñecerse una vez que la puerta se cierra y quedamos atrapadas en su interior. Su presencia me provoca la misma sensación con demasiada frecuencia.

- ¿Adónde vamos? - le pregunto, desesperada por no pensar en que el avión empieza a recorrer la pista.

Me aferro a los reposabrazos con tanta fuerza que se me ponen los nudillos blancos mientras repaso mentalmente las estadísticas de los accidentes aéreos de aviones privados en comparación con la de los aviones comerciales. Llegamos hasta el final de la pista, damos la vuelta y nos sacudimos conforme el avión empieza a ganar velocidad. «Ay, mierda. ¿Qué van a pensar mis padres cuando descubran que he muerto con ella?» Es una estupidez, pero la lógica no está de mi parte ahora mismo. Casi estoy hiperventilando mientras el avión sigue recorriendo la pista.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora