CAPÍTULO 36

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POV MARÍA JOSÉ

Un tono del teléfono que no me resulta conocido me despierta de una pesadilla. En ella, tengo las manos atadas a la espalda y estoy de rodillas, suplicándole a un desconocido que me mate. Me incorporo hasta sentarme en la cama con un escalofrío, y el terror de la pesadilla va disminuyendo a medida que abro los ojos y me descubro en una nueva habitación. Extiendo el brazo para coger el móvil, porque el tono suena de nuevo, y uso el brillo de la pantalla para iluminar la habitación. Tengo un palpitante dolor de cabeza. La habitación de Calle. Anoche. El vodka.

- ¡Joder! - Salgo de un salto de la cama, al recordar lo que tengo que hacer hoy.

Tengo una cita a las diez de la mañana en el banco. Se supone que tengo que sacar el dinero, meterlo en una bolsa de deporte y después rodear la manzana y arrojar la bolsa de deporte por la ventanilla trasera de un Chevrolet Suburban negro que estará aparcado en la acera. He repasado el plan tantas veces que estoy lista para ponerlo en marcha. Una corriente de aire frío recorre la habitación y me endurece los pezones. Me los cubro con las manos y me sorprendo al tocarme la piel. ¿Qué narices? No me quedé dormida desnuda. Eso significa... Recorro la habitación a oscuras en busca de la mujer que debió de desnudarme anoche, pero no oigo el menor ruido. Uso el brillo de la pantalla del móvil para llegar hasta la puerta y pulsar el interruptor de la luz. Sí, estoy desnuda. Esa zorra...

Miro la hora que marca la pantalla del teléfono móvil y me convenzo de que sigo borracha al ver el recordatorio de la cita. A las doce. Lo que es dentro de un cuarto de hora. ¿Por eso el tono del teléfono que me ha despertado me resultaba desconocido? Parpadeo dos veces, porque es imposible que sea la hora que estoy viendo. Puse dos alarmas para no perderme la cita con mi no tan difunto marido. Es imposible que me haya quedado dormida, ¿o no? Pulso sobre el recordatorio y leo el texto completo.

''La cita de las diez está solucionada. Sin embargo, tu acreedora requiere tu presencia en su despacho privado a las doce del mediodía, porque tienes deudas que pagar y los plazos han vencido. Abre el cajón de la mesilla. Ponte lo que hay dentro. Tráeme la caja de cuero por la puerta que intentaste abrir anoche. No hables hasta que se te hable.''

La última frase hace que la mano me arda por el deseo de darla un bofetón, pero el resto del misterioso mensaje me distrae. ¿Qué significa eso de que mi cita de las diez está solucionada? ¿Significa que le ha pagado a Johann o que...? No quiero ni pensar en la alternativa, porque lo único que me importa ahora mismo es la seguridad de mi familia. Pulso el icono de los contactos y busco el número de mi madre. La llamo y empiezo a pasear de un lado para otro de la habitación mientras espero a que me conteste. No lo hace. Y el alegre mensaje de su contestador no me sirve de consuelo.

- ¡Siento no poder atender tu llamada! Es probable que me hayas pillado en el campo de golf. Mándame un mensaje de texto y te devolveré la llamada cuando acabe el hoyo dieciocho.

El siguiente es el móvil de mi padre. Da dos tonos antes de que conteste la llamada y suspiro, aliviada.

- Ah, menos mal.

- ¿Qué pasa? ¿Ha sucedido algo en la destilería?

En ese momento, la voz gruñona de mi padre es lo mejor que he oído en la vida. Ni siquiera me importa que la jubilación no lo haya cambiado y que la destilería siga siendo lo más importante para él.

- No, nada. Solo quería asegurarme de que mamá y tú estáis bien. ¿Todo va bien?

- ¿Has tenido un mal presentimiento o algo? ¿Por eso llamas para esto? - me pregunta mi padre, siempre tan supersticioso.

Trago saliva para librarme del miedo que me ha provocado un nudo en el estómago después de oír el mensaje de mi madre.

- Más o menos. Me he preocupado al ver que mamá no cogía el teléfono.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora