CAPÍTULO 72

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POV MARÍA JOSÉ

Estoy de pie delante del espejo de cuerpo entero del cuarto de baño mientras me ato la máscara y contemplo a una mujer muy diferente de la que se la puso antes. La última vez que me até estas cintas de seda, me sentía nerviosa, pero emocionada. Esperanzada, pero temerosa. Optimista, pero llena de dudas. Esta noche me siento tan segura como nunca imaginé que fuera posible y no se debe a la última caja que he descubierto en la encimera del cuarto de baño, aunque contenía otra sorpresa. La caja es cuadrada y mide unos quince centímetros de largo por siete de alto. Cuando la abrí, descubrí una tiara digna de una princesa, o mejor dicho, de una reina, sobre una base de terciopelo negro. «Siempre has sido la reina. La pieza más poderosa del puto tablero.» Bajo los brazos a los costados y observo mi reflejo. Aun con los cortes y los moratones, parezco una reina esta noche y estoy lista para ver a mi reina consorte. Una sonrisa, rebosante de confianza y seguridad, aparece en mis labios, y aparto la mirada del espejo. Atravieso nuestro dormitorio en dirección a la puerta principal y la abro. V me está esperando fuera. Cuando se vuelve y me ve, abre los ojos de par en par, y por primera vez desde que lo conozco, esboza una sonrisa genuina que suaviza sus rasgos. No puedo evitar preguntarme de qué destino lo salvaría Daniela, porque no me cabe la menor duda de que su lealtad deriva de algo que no alcanzo a imaginar siquiera.

- Creo que para haberme arreglado en una hora no está mal, ¿verdad?

No sé por qué le pregunto. Es evidente que aunque se me notan las heridas, estoy fantástica. La melena me cae ondulada por la espalda y la tiara me queda perfecta. Además, está la confianza que siento y que lo tiñe todo con un halo dorado. V asiente con la cabeza y me ofrece un brazo como un caballero, de manera que apoyo la mano en él. Me acompaña hasta el cuadro que ocupa toda la pared y se desliza cuando acciona el mecanismo. Me lleva del brazo por los pasadizos que suben y bajan, que doblan a derecha e izquierda, hasta llegar a otra puerta oculta por la que se accede a una estancia tenuemente iluminada y decorada con tonos blancos y dorados. Es un... salón de baile, con candelabros similares a los de los pasillos, pero más recargados, y con arañas de cristal cuya luz baña la estancia en un ambiente romántico. No es tan grande como el salón de baile de La bella y la Bestia, es más pequeño, como si fuera para celebraciones más íntimas. Me recuerda al interior del hotel Roosevelt, con sus molduras doradas y el mármol, que parece sacado de otra época. Me imagino a las mujeres de los años veinte bailando alegremente y bebiendo champán con hombres vestidos con frac. V aparta el brazo y señala una de las cortinas que llegan del techo al suelo. Unos seis metros de largo.

- ¿Está ahí? - le pregunto al tiempo que hago un gesto con la cabeza en dirección a las cortinas. Supongo que ocultan una hornacina, si lo que estamos haciendo es recrear la noche del baile de máscaras. V niega con la cabeza, pero levanta un dedo. -¿Un minuto? - pregunto, intentando comprender su rudimentaria lengua de signos.

Asiente con la cabeza de nuevo. El corazón, que ya me va a mil, empieza a latir con más fuerza si cabe a medida que la adrenalina me invade la sangre mientras echo a andar hacia las cortinas. Me asomo y descubro un arco iris procedente de un mirador con una balaustrada. Es una especie de mirador con vidrieras de colores que da a un patio iluminado por la luz de la luna, que está casi llena. Las vidrieras convierten el pequeño refugio en algo que parece sacado de una fantasía. ¿Qué es este sitio?, me pregunto. Me aferro a la barandilla y oigo los pasos de V alejarse por el salón de baile, embargada por el asombro y por la emoción mientras espero la llegada de mi mujer. No la oigo. Nunca lo hago. Pero siento un escalofrío cuando las cortinas que tengo a la espalda se abren un momento antes de volver a cerrarse. Me muerdo el labio para no hablar y me aferro con fuerza a la barandilla para no darme media vuelta. Ya no sigo las órdenes por miedo, sino por otro motivo muy distinto. Por amor.

POV CALLE

Desde un rincón oscuro, la veo entrar por el otro extremo del salón de baile. Deambulo por las sombras, que es donde he vivido siempre, donde siempre me he sentido a gusto. Donde está mi sitio. Pero el sitio de María José está en la luz. De alguna manera, me las apañaré para que funcione, porque cualquier otra cosa es impensable. Su falta de titubeo, sus pasos firmes y su espalda erguida demuestran que esto es lo que desea. Nunca se ha amedrentado delante de mí. Ni siquiera la primera noche en la biblioteca, cuando se quitó la gabardina y me desafió con el tatuaje de henna. Sin embargo, esto es diferente a no amedrentarse. María José Garzón por fin ha asumido el papel que le corresponde. Es la mujer más magnífica que he conocido. Unas manos que se han manchado de sangre tanto como las mías no deberían ni tocarla, pero no pienso dejarla marchar. En la vida.

Cruzo la estancia en silencio, una habilidad que desarrollé hace mucho por necesidad y que ahora uso a conveniencia. Con un gesto de la mano, aparto las cortinas y entro en el mirador donde no hay sombras ni una tenue luz blanquecina, sino un arco iris. A lo mejor es nuestro sitio. Ni las sombras. Ni la luz. Sino un lugar absolutamente nuestro, único. Cierro las cortinas a mi espalda, encerrándonos. Ella tensa los músculos, pero no en actitud huidiza. No, es pura expectación... Al menos, eso creo, porque es lo que me corre a mí por las venas. Pese a las heridas, no me duele nada. No cuando la miro. Y esta noche no debería poseerla, lo sé. Debería esperar a que se haya recuperado del todo, pero ahora mismo no puedo permitirme ese lujo.

Esta noche tengo que reparar los errores del pasado y crear un nuevo recuerdo. Me acerco a ella, atraída por la melena castaña oscura que es tan intensa como su genio, y me encanta ver cómo se tensa por la emoción. En vez de recordar aquella noche, cuando ella me creía otra persona, me quedo anclada en el presente. Porque esta noche ella sabe muy bien quién soy. Acorto la distancia que nos separa y le aparto el pelo, y la satisfacción me consume al ver la tiara en su cabeza. Se merece todas las joyas del mundo, y seguramente no tenga ni idea de que las esmeraldas que relucen engastadas en oro blanco son genuinas. Se acabaron las mentiras. Se acabaron las imitaciones. A partir de ahora todo va a ser real como la vida misma. María José Garzón es mía. Y yo soy suya.

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