CAPÍTULO 81

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POV CALLE

Miedo. Un sentimiento que no experimento desde hace años, pero que se apodera de mí como si fuera un demonio del infierno mientras María José pone los ojos en blanco y la saco de entre los cadáveres amontonados en el mausoleo de Hope. No acabo de asimilar lo que veo. Es imposible, joder. J no puede haber hecho eso. ¿O sí? Me quito la chaqueta y la uso para detener la hemorragia del hombro de María José. Valeria. María José ha pronunciado su nombre antes de perder el conocimiento, así que le grito una orden a Z.

- ¡Mira a ver si la madama también está ahí! Voy a llamar a la policía.

Jamás he ido a un hospital ni he llamado a la policía para solicitar ayuda en treinta años. Pero por María José, estoy dispuesta a hacer cualquier cosa. La voz de la operadora parece muy distante, pero a lo mejor es por culpa del rugido de la sangre que me atrona los oídos y que hace que todo suene raro mientras presiono sobre la herida del hombro de María José. Puesto que necesito mantener la calma, debo separar las cosas. Una parte de mí está desquiciada por la idea de que mi mujer se desangre delante de mis ojos, mientras la otra le dice exactamente a la operadora donde nos encontramos, recitando incluso las putas coordenadas del GPS, y la amenaza de lo que sucederá si no llegan pronto. Aunque ella me dice que no corte la llamada, lo hago para llamar a la caballería. V contesta pero sin hablar.

- La tengo, pero no pienso perderla.

Le doy la misma información que le he dado a la operadora de la policía. Cuando corto, Z sale del mausoleo con el cuerpo inerte de Valeria en los brazos.

- ¿Está muerta? - Z la deja en el suelo al lado de María José y le busca el pulso.

- Casi. Pero todavía no.

- ¡Joder!

Por primera vez en la vida, rezo para oír cerca el aullido de las sirenas, para que vengan más rápido, porque mi vida se está desmoronando. La sangre de María José parece casi negra a luz de la luna mientras mancha la hierba, pese a la presión que sigo ejerciendo sobre la herida.

- ¡Me cago en la puta, esto es imposible! ¡No vas a morirte, joder! ¡Ni se te ocurra dejarme! ¡Te quiero!

Creía que el infierno era el sistema de casas de acogida o vivir en las calles. Me equivocaba. El infierno es la sala de espera de un hospital mientras operan, sin garantías de que sobreviva, a la única mujer a la que he querido. Ahora mismo le daría todo lo que tengo, incluida mi puta vida, a Dios, al diablo o a cualquier ente superior que me oiga con tal de que la dejen vivir. «¿Por qué no me lleváis a mí? Soy la basura que no merece tocar algo tan bueno como ella.» A lo mejor hay almas tan renegridas que ni el infierno las quiere. Me postro de rodillas y, por primera vez en más de veinticuatro años, las lágrimas me resbalan por las mejillas mientras rezo.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora