CAPÍTULO 16

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POV MARÍA JOSÉ

Hasta que no estoy con la cabeza cubierta en el asiento trasero del coche que conduce Cicatriz no me vibra el bolso. En cuanto lo hace, se me cae el alma a los pies, porque recuerdo lo que Calle me dijo esta mañana. «Será mejor que tengas esto puesto cuando te recojan.» El incidente con la botella de champán y tener que curar la herida resultante ha hecho que se me olvide por completo por qué entré en el cuarto de baño. Me da la sensación de que no se va a creer la historia. Mierda. Sopeso mis opciones mientras el coche se dirige a saber adónde. O meto la mano en el bolso, cegada por la capucha, e intento meterme este chisme con una sola mano, segurísima de que Cicatriz me está observando a través del retrovisor. O puedo enfrentarme a ella a sabiendas de que he desobedecido una orden directa y asumir las consecuencias. Me tienta enseñar mis partes en el coche. De verdad que sí. Meto la mano sana en el bolso y la cierro en torno al juguete que no deja de vibrar. «¿Esa gilipollas me quiere retorciéndome en el asiento trasero del coche?» Vamos, que espera que esté a punto de tener un orgasmo cuando me dejen en su puerta. A lo mejor se cree que así seré más sumisa. No me conoce en absoluto. Eso refuerza mi decisión: no voy a hacerlo. No sacrificaré mi dignidad para seguir sus órdenes y meterme un juguete sexual mientras otra persona me observa. Ni de coña.

El trayecto parece eterno, pero creo que es la capucha la que me está comiendo la cabeza. Perder el sentido de la vista me deja tocada, y seguro que esa es la intención de Calle. A menos que quiera guardar tan en secreto su lugar de residencia que no quiere que nadie más sepa dónde es. Lo que implica que es una hija de puta manipuladora, una manipuladora paranoica o ambas cosas a la vez. Antes de que pueda decidirme, Cicatriz se detiene por completo y reconozco el sonido del coche al ponerse en punto muerto antes de que pare el motor. Cicatriz abre su puerta y, al igual que las otras veces, la mía también se abre. Me coge en brazos y, en esta ocasión, mi bolso se viene conmigo. Me pregunto qué rutina de ejercicios hace Cicatriz para que me lleve en brazos como si pesara menos que una pluma, que no es el caso. Las tetas y el culo, además de beber cierta cantidad de whisky irlandés, le añaden kilos a una mujer, pero me da lo mismo. Las palabras de Valeria resuenan en mi cabeza: «Tienes buenas tetas, un buen culo y esa preciosa melena que hace que los hombres piensen que van a encontrarse con una ninfa cuando te tengan debajo... Y, lo mejor de todo, es que ni siquiera eres consciente de esa realidad.»

Mientras me llevan escaleras arriba y luego abajo, y me dan una vuelta increíble, me doy cuenta de que Calle me ha dicho algo parecido. «No tienes ni puta idea de lo que piensan los hombres cuando te miran. Salvo hoy. Hoy lo has sentido.» Es verdad que no me paso un montón de tiempo contemplando mi reflejo en el espejo. Mayormente porque estoy muy liada con el trabajo. Nunca me ha gustado todo eso de subir fotos y meterme en las redes sociales, y no me las hago a menos que alguien me obligue a salir en una por motivos laborales. No le di mucha importancia a las palabras de Valeria. Sé que mi amiga no me mentiría, pero me ve a través de la amistad, y eso te añade una belleza que otra persona tal vez no vea. Sin embargo, ¿lo que me dijo ella esta mañana? Eso sí me ha calado. Normalmente, no me fijo en esas cosas. No espero que los hombres me miren ni tampoco me percato de sus miradas. Eso es más cosa de Sofía. Incluso de Valentina, con sus facciones perfectas y su belleza clásica. Yo era la que seguía los pasos de papá, aprendiendo los matices de sabor que podíamos crear al usar diferentes tipos de barril o qué proveedores de cereales eran los mejores y por qué. Salvo hoy... Hoy Calle tenía razón. He sentido la atención de esos hombres mientras ellos se pasaban la reunión de negocios mirándome a los pezones en vez de a los ojos. Fue humillante, no gratificante. Otro pecado que poner a sus pies. Unos pies con los que seguramente me aplastará esta noche al darse cuenta de que no he cumplido sus órdenes.

Salgo de mis elucubraciones de golpe cuando me dejan de pie y el sonido de una puerta al cerrarse con llave me invade el cerebro. Al igual que la última vez, me quito la capucha de un tirón y me preparo para atacar mientras echo un vistazo a mi alrededor. Es como si te preguntaras si te han dejado en una habitación con un tigre hambriento o con un ratoncillo de biblioteca. La analogía se acerca demasiado a la realidad mientras me doy la vuelta y observo el mismo salón que dejé esta mañana. Parece igual, salvo que ya no están las bandejas con sus tapas de plata que no me digné tocar. Apenas he probado bocado, salvo por el whisky. Ambas cosas explican por qué el champán se me subió a la cabeza más rápido de lo normal.

Entro en el dormitorio, otra vez en guardia, a la espera de saber desde qué dirección me va a atacar esa mujer, pero el registro de las habitaciones no ofrece resultados. Puede que me esté observando, pero no lo hace desde aquí dentro. Cuando dejo el bolso en la mesilla de noche, me acuerdo del juguete que hay dentro en vez de tenerlo dentro de mí, donde se supone que debía estar. Tengo que tomar una decisión: «Obedecer o rebelarme.» El consejo de Valeria era no dejar que me avasallara. Ahora mismo, me duele horrores la mano y lo último que me apetece es tocar esa cosa. «A la mierda.» ¿Qué es lo peor que puede hacerme? La verdad es que no quiero conocer la respuesta. Aun así, de momento, solo me ha quitado la libertad, algo que me cabrea mucho, pero no me ha causado daño físico. Incluso he tenido un par de orgasmos. A lo mejor puedo plantarle cara a Calle y salir ilesa. No tardo mucho en darme cuenta de que no puedo estar más equivocada.

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