CAPÍTULO 33

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POV CALLE

Volvemos a la casa sumidas en un silencio tenso. Casi le digo a V que la lleve él, pero no estoy preparada para perderla de vista. Además, estoy decidida a conseguir las respuestas que quiero antes de que acabe la noche. En al menos tres ocasiones, María José abre la boca como si quisiera decir algo, pero la cierra de golpe antes de pronunciar una sola palabra. Ninguna de las dos está dispuesta a ceder un milímetro. Si le doy la mano, ella se tomará el brazo. Y si ella lo hace, yo me tomaré su cuerpo entero. Cuando doblo en la última curva, V me hace señales con las luces para indicarme que va a aparcar en el garaje, donde están algunos de los otros coches.

- ¿De verdad me vas a permitir ver dónde vives? - me pregunta, sorprendida.

- Tampoco es que sea un secreto ahora que te has escapado - respondo, y con el rabillo del ojo la veo morderse el labio inferior.

- Cierto. - En voz más baja, añade -: Pero ojalá no lo hubiera hecho.

Su confesión me deja de piedra, pero en vez de demostrarle alguna reacción, me concentro en aparcar y en salir del puto coche antes de que el olor a sexo que emana de su cuerpo me vuelva más loca de lo que es evidente que ya estoy. Aparco el Spyder junto a un McLaren y un Ferrari, y apago el motor. Cuando la puerta del garaje se empieza a cerrar a nuestra espalda, se me acaba la paciencia.

- Cuéntame todas y cada una de las palabras que te ha dicho.

En vez de protestar como la fierecilla a la que me he acostumbrado, María José suspira.

- Voy a necesitar una copa para esto.

Abro la puerta y la luz del techo se enciende, permitiéndome verle mejor la cara que con las luces del garaje. Me cuesta descifrar su expresión. Saciada, derrotada, pero desafiante a la vez. Cada vez que creo que por fin la tengo calada, me doy cuenta de que ninguna de mis escalas habituales funciona con María José Garzón. Es la excepción a todo lo que creía saber.

- Vamos.

Salgo del coche, y ella sigue intentando encontrar la palanca para abrir la puerta cuando rodeo el capó y se la abro, tras lo cual la cojo de la mano y la insto a salir.

- Dichosos deportivos.

- Lo dice la misma que conduce uno que casi no arranca. - Tensa los hombros al oír el insulto.

- Perdona, pero yo no gano una millonada de dinero negro con la que hacerme una megacolección de coches.

- Ganas dinero alimentando la adicción de los demás. ¿En qué se diferencia de lo que hago yo? Las dos estamos en el negocio del pecado, pero en campos distintos.

- Ni siquiera sé qué coño haces de verdad. Y no me compares con un traficante de drogas. Mi negocio es absolutamente legal. - Lo dice con un tonillo de superioridad y la barbilla en alto.

En vez de tratar el tema de que no sabe lo que hago en realidad, algo que no pienso explicarle en la vida, me concentro en lo único que no puede negar.

- Dime que el alcoholismo no puede ser tan destructivo como la drogadicción.

- ¡Es distinto!

- Tú sigue repitiéndotelo, guapa, pero bájate del pedestal de vez en cuando y reconoce que lo que haces tampoco es tan puro e inocente.

Cierra la boca de golpe, y supongo que lo hace porque no sabe qué responder. Pero me equivoco.

- Llévame adonde tengas el licor. Y mejor que sea del bueno.

Recuerdo el whisky irlandés que estuve a punto de beberme antes, pero que fui incapaz de hacerlo porque no quería alimentar la obsesión que ella me provoca. Después de esta noche, el objetivo se ha ido a la puta mierda.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora