CAPÍTULO 34

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POV MARÍA JOSÉ

Calle me precede para salir del despacho después de quitarme el vaso de whisky irlandés de las manos. Sigo sin poder creer que haya logrado robar un barril de Espíritu de Nueva Orleans de uno de los almacenes de Seven Sinners. Claro que ahora mismo no tenemos presupuesto para mejorar la seguridad. Estoy demasiado ocupada rumiando ese problema para percatarme de que los pasillos que recorremos no son los mismos por los que he pasado antes. Ella abre una enorme puerta negra de dos hojas, y me detengo al entrar en la estancia.

- Esta no es mi habitación. Mejor dicho, no es mi celda.

Mientras que la decoración del dormitorio que había ocupado antes era superfemenina, lo que tengo delante es frio, aunque el esquema cromático sea el mismo. La estancia lleva el sello de su dueña, desde los relucientes techos altos que me triplican en altura, hasta las gruesas molduras negras. Un sofá enorme de cuero negro preside la zona de estar, enfrente de una tele de pantalla plana gigantesca que parece tener un mecanismo para ocultarse en la pared. La mesa auxiliar también está lacada en blanco con toques dorados. Veo un mueble bar blanco y dorado, en cuyo interior hay más botellas que en la biblioteca. La biblioteca puede ser su refugio, pero esto es el hogar de Calle. Aquí es donde vive, donde nadie la ve. Su perfume flota en el aire y se hace más intenso a medida que me acerco a otra puerta de doble hoja. Tras asomarme, descubro un dormitorio. La cama es la más grande que he visto en la vida. En ella podría dormir parte de los Voodoo Kings más unas cuantas animadoras. El cobertor es de terciopelo negro con ribetes dorados. Las sábanas y los cuadrantes blancos.

- ¿Te gustan más colores además del negro, el blanco y el dorado? - Ella me mira mientras exploro su santuario.

- No.

Me alejo de la puerta, y el cosquilleo que siento entre los muslos me dice que no me acerque a esa cama, porque a saber qué puede pasar. Calle me está convirtiendo en una adicta, me está arrebatando el control de mi cuerpo y me está convenciendo de que se lo entregue de forma voluntaria al mismo tiempo. Es una paradoja, pero esta noche no quiero analizarla más. Salgo del dormitorio. Lo único que importa ahora mismo es cómo lograr sacar del banco la cantidad de dinero que me ha exigido Johann, entregársela y salir bien parada del asunto.

- Vale, voy a necesitar mi gabardina, unas gafas de sol de cristales oscuros y una bolsa de deporte. A ser posible que contenga un paquete explosivo de esos que llevan tinta y que lo manchan todo para que no pueda gastar ni un dichoso dólar - digo mientras paseo de un lado para otro en el salón de Calle, algo que últimamente hago con mucha frecuencia -. Y una pistola, definitivamente. He ido al campo de tiro varias veces y estoy segura de que no tendré problemas para apretar el gatillo si Johann me apunta otra vez a la cara.

Hasta ese momento ella me ha dejado parlotear sin interrumpirme, pero al oír esa última frase, se acerca a mí y me agarra por el codo con fuerza.

- ¿Te ha apuntado con una pistola? - Asiento con la cabeza.

- ¿Y no se te ha ocurrido que puede ser relevante decírmelo, joder? - Me muerdo el labio porque su tono de voz me asusta más que en ningún otro momento de la noche. Mi falta de respuesta le hace apretar los dientes. - Te ha apuntado con una pistola y te ha amenazado con matar a tu familia.

- Sí - susurro.

- ¿Y te asustó hasta el punto de acceder a llevar a cabo su plan? - Asiento de nuevo con brusquedad con la cabeza antes de poder hablar.

- Si Cicatriz te comenta que lo he atacado con un martillo y con un cuchillo de carnicero cuando entró, dile que he pensado que era Johann.

Calle pone los ojos como platos, pero afloja un poco la presión de los dedos en torno a mi codo y empieza a acariciarme la piel con el pulgar.

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