CAPÍTULO 59

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POV MARÍA JOSÉ

En la actualidad

El dolor me consume cuando recupero el conocimiento. La puerta del coche se abre de repente, y la fuerza de la gravedad hace que me caiga de lado. Unos brazos detienen mi caída.

- Te tengo. Abre los ojos, fierecilla. Abre los ojos por mí, joder. Me cago en la puta, no te voy a perder ahora.

Esa voz. Grave. Ronca. Pecaminosa. Era la voz del diablo, pero ha dejado de serlo. Ahora es la voz de la mujer que me enfurecía no poder retener una vez de regreso en Nueva Orleans. Parpadeo y tengo la sensación de que tengo una brecha en la cabeza, donde me golpeé contra la ventanilla cuando giramos en la esquina y nos estampamos contra la farola. El dolor me martillea las sienes. Cuando enfrento esos ojos avellana que conozco tan bien, su temor se transforma en alivio. La ardiente pasión que veía en esos ojos solía provocarme escalofríos de pánico, pero ahora me da fuerzas.

- Joder, gracias a Dios. - Su frente roza la mía, y aspiro su olor cítrico.

- ¿Crees que te ibas a librar de mí tan fácilmente? - Hablo con lengua de trapo, arrastrando las palabras, sin la seguridad que quería transmitir. Intento sentarme, pero siento un dolor lacerante en el costado.

- Joder, me duele. ¿Qué ha pasado?

- No importa. Te vas a poner bien. Te juro por mi vida que te vas a poner bien.

Su forma de decirlo, con una convicción absoluta y enfatizando las palabras, hace que la crea. Aparto la mirada de sus ojos y me percato de la sangre que me cubre la ropa y de que hay cristales por todas partes.

- Ay, mierda. - Me toma la cara entre sus manos y me obliga a mirarla de nuevo a los ojos, pero no antes de que vea la sangre que le mancha la ropa también a ella. - Ay, Dios, necesitamos ayuda.

- No nos va a pasar nada. ¿Me entiendes? Tienes que mantener la cabeza fría. ¿Serás capaz?

Asiento con la cabeza aunque tengo la sensación de que me va a estallar por el dolor. La bilis me sube por la garganta.

- No pienses en el dolor, María José. Puedes hacerlo.

Trago un poco de saliva y me estremezco.

- Puedo hacerlo - le aseguro, aunque no sé si estoy mintiendo o no.

-Muy bien. - Se quita la chaqueta y me la pega al costado -. Aprieta con esto como si te fuera la puta vida en ello. ¿Me entiendes?

Cuando Daniela Calle dice que hagas algo como si te fuera la vida en ello, tal vez sea así. Recuerdo el miedo que he visto en sus ojos hace un momento.

- ¿Me estoy muriendo?

En vez de tristeza, la rabia me consume. «No estoy preparada. No he terminado con este mundo. No he terminado con esta mujer», me digo.

- No te estás muriendo, joder. No pienso permitirlo - dice, imprimiéndoles a las palabras una voluntad férrea y una tenacidad feroz.

- Vale.

Me pego la chaqueta con más fuerza sobre el lugar donde más me duele en el costado derecho al tiempo que ella me rodea la espalda con un brazo.

- Vamos a largarnos de aquí cagando leches. Mi gente viene de camino. Agárrate fuerte.

Asiento de nuevo con la cabeza y se me nubla la vista con cada movimiento mientras Daniela me saca del coche, agazapadas en todo momento, antes de rodearlo para detenerse entre el capó destrozado y el edificio contra el que ha quedado. Se tambalea con un gruñido, y esa muestra de sufrimiento me duele más que mis heridas.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora