CAPÍTULO 58

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POV CALLE

Once años antes

- ¡Tú, mocosa! ¡Ven aquí! Irás a la cárcel por esto.

Me interné entre la multitud, golpeando a los turistas al pasar por su lado y girando de un lado para otro con la intención de despistar al hombre que me perseguía. Una lástima, porque no pude aprovechar la distracción para robar más carteras repletas ni más relojes buenos. Y todo porque quería comerme una barrita de Snickers para calmar el hambre durante unas cuantas horas y no me apetecía desprenderme de parte del dinero que tanto me había costado ganar. Vivir en las calles de Nueva Orleans siendo una niña no era para pusilánimes. La cara oscura de esa ciudad podía devorarte y escupirte en un abrir y cerrar de ojos. «No hagas amigos. Haz aliados. Pero no te atrevas a confiar en ellos más de la cuenta.»

- ¡Te he pillado, mocosa! ¡La policía viene de camino! ¡Esta vez no escaparás!

Ernie, el dueño del supermercado donde más fácil era robar en todo el Barrio Francés, estaba decidido a mandarme al trullo sí o sí, el muy imbécil. Pero antes tenía que pillarme. Nadie conocía mejor que yo las calles de Nueva Orleans después de haber vivido tres años en ellas.

Corrí entre la multitud, me interné en un callejón y me colé entre los dos barrotes doblados de una verja de hierro. El gordo de Ernie no pasaría por ese hueco tan pequeño. Corrí por un callejón adoquinado y acabé topándome con una puerta metálica. Cerrada. No era un problema para mí, joder. Trepé por ella como si fuera un mono y salté al otro lado. Ese gilipollas no me encontraría, porque estaba al otro lado de la manzana. Me metí las manos en los bolsillos y saqué las carteras que había robado antes de entrar en el supermercado de Ernie. Tenía que librarme de ellas por si acaso me pescaban. Miré a un lado y a otro de la calle, antes de darme media vuelta para abrir una de ellas. Saqué dos billetes de veinte. No estaba mal. Con eso tendría para comer durante dos semanas. Le eché un vistazo al carnet de identidad antes de tirar la cartera a la alcantarilla. Cris Calle. Qué pardillo. Abrí la segunda cartera y encontré un billete de cien nuevecito. Genial. Si me andaba con ojo, podría vivir tranquila durante un par de meses. O, si quería arriesgarme, podía doblar esa cantidad. Miré el segundo carnet de identidad. Daniela Thorpe.

Arrojé la segunda cartera a la alcantarilla y rasgué el envoltorio de la barrita de chocolate, que me metí entera en la boca para librarme del resto de las pruebas y mastiqué aunque se me pegara a las muelas. El vacío que tenía en el estómago pareció agrandarse en espera de lo que sabía que estaba por llegar. Intentaba no pasar más de dos días sin comer, pero a veces no podía elegir. Volví la cabeza al oír la voz de Ernie.

- ¡Te pillé, ladronzuela!

Mierda. Lo vi doblar la esquina, ese corpachón seguido por dos policías, y eché a correr en la dirección contraria. Yo era más rápida. Más lista. Al menos, eso era lo que me decía mientras volaba sobre el pavimento agrietado.

- ¡Para, niña!

Oía los pasos acercándose a mí y miré hacia atrás cuando llegué al cruce en vez de mantener la vista al frente. Error de principiante. Un Mercedes negro se saltó la señal de STOP y me arrolló. «Mierda, esto duele.» Tensé el cuerpo por el impacto, pero logré encogerme y rodar por encima del capó. Golpeé el parabrisas delantero con los codos cuando el coche frenó en seco y me envió de nuevo hacia delante. Algo me golpeó en el costado antes de caer al suelo y estrellarme contra el asfalto. «Joder, esto sí que duele.» Contuve un gemido mientras plantaba las manos en el suelo para incorporarme. Ernie y los policías, todos gritando como idiotas, corrieron hacia mí.

Me puse en pie a duras penas. Si no quería que me pescaran, tenía que salir pitando. Descubrí que un tobillo me dolía horrores cuando intenté apoyar el peso en él, lo que hizo que acabara cayéndome hacia delante y me aferrara al coche en un intento por mantener el equilibrio. Me ardían las costillas por el dolor, pero apreté los dientes. No era la primera vez que me las rompía, así que sabía por experiencia que iba a pasarlo mal. Solo tenía que largarme de allí. Encontrar un sitio donde refugiarme antes de desmayarme por el dolor. Porque si llegaba a ese extremo, sería el final para mí.

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