CAPÍTULO 71

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POV MARÍA JOSÉ

Intento centrarme en el trabajo, pero no puedo. No dejo de darle vueltas a lo que Valeria ha dicho y hecho. Me doy media vuelta, a medio camino entre la cama y la pared, el mismo sitio donde estoy paseando desde hace más de media hora, y la puerta se abre. Es la mujer con quien mi mejor amiga se aseguró de que acabase, empleando todos los medios a su alcance. Quiero culparla por haberme mentido, pero me cuesta mantener la indignación. Daniela no sería mía en este momento de no ser por ella, pero eso no quiere decir que no tenga sentimientos encontrados sobre ella y sus maquinaciones. Se interpone en mi camino y me pone las manos en los hombros. De alguna manera, la caricia consigue calmar un poco el caos emocional.

- Deberías estar descansando, pero estás en modo fierecilla total.

- Esa es una forma de decirlo...

- Supongo que ya tienes tus respuestas. - Asiento con la cabeza. - ¿Puedes vivir con ellas?

Habla en voz baja, pero no con tono condescendiente. Capto la pregunta que no me hace. «¿Cambia las cosas entre nosotros?» Clavo la vista en sus ojos avellana, unos ojos que conozco ya casi tan bien como los míos, hasta cuando echan chispas por la pasión, se endurecen o se quedan vacíos al ocultar sus emociones. Ahora mismo, su mirada está en algún punto medio. Decidida y cautelosa.

- No cambia nada.

El ramalazo de alivio es tan fugaz que casi es imperceptible, pero lo veo antes de que me pegue a su cuerpo con delicadeza, con un brazo en la cintura y la mano libre en la nuca. Me besa en la sien antes de volver a hablar, en voz baja y firme, junto al oído.

- Bien. Porque no pienso dejarte marchar, me da igual cómo o por qué llegáramos aquí.

Me deleito con los fuertes y rítmicos latidos de su corazón, y me refugio en la calidez de su cuerpo. Esta mujer es mía. Ahora mismo es lo único que importa. Cuando por fin me suelta, veo una expresión más intensa en su cara y le pregunto:

- ¿Qué pasa? - Después de la conversación que acabo de mantener, me preparo para algo muy desagradable.

- Vuelves a nuestra habitación. V te llevará en cuanto la enfermera te haga una última revisión.

«Nuestra habitación.» No la suya, ni la mía. La nuestra.

- Será preferible a esto... - Echo un vistazo a las espartanas paredes blancas y al equipamiento médico-. ¿Y luego qué? ¿Qué va a pasar?

Sé que hay algo que no me estás contando. Aprieta los labios mientras me observa fijamente, como si estuviera memorizando mis facciones.

- Siempre hay más, María José. Siempre lo habrá. Te enterarás de algunas cosas, y de otras no. Pero esta noche será para nosotras, al menos durante unas horas.

- ¿Qué quieres decir? - Sus palabras parecen una especie de código, y yo no tengo la clave para descifrarlo.

- Ya lo verás. Ve con V. Te llevará conmigo cuando estés preparada. - Agacha la cabeza y silencia las preguntas que habrían brotado de mis labios con un beso fugaz y brusco -. Hasta dentro de un rato, fierecilla.

Me suelta y retrocede hacia la puerta con una sonrisilla en los labios. No deja de mirarme a la cara hasta el último momento, cuando se da la vuelta para marcharse. «¿Qué está tramando?», me pregunto. Me aferro a esa pregunta, agradecida por tener algo con lo que distraerme de todo lo demás. La enfermera me da otra dosis de calmantes y me hace una serie de preguntas acerca de mi estado mental, y luego comenta, como al descuido, que no me golpeé la cabeza con tanta fuerza como ella había creído en un principio. Sigo a V sin protestar mientras me guía a través del laberinto de pasadizos interiores que sigue asombrándome. En vez de salir a la habitación, salimos a un pasillo, por una puerta situada detrás de un cuadro que va del techo al suelo.

- De verdad que este sitio es la leche.

V casi sonríe. Casi. Es más un leve movimiento de las comisuras de sus labios cuando nos detenemos delante de las relucientes puertas negras. Señala hacia abajo con la cabeza y me indica que mire la reciente adición que hay junto a la pared. Un dispositivo tecnológico de alguna clase. ¿Un lector de huellas dactilares?

- ¿Qué es?

Me señala la mano y después el lector. Comprendo lo que quiere que haga y coloco cuatro dedos sobre el cristal, tras lo cual se enciende una luz verde y se abre la puerta.

- ¡Toma ya! ¿Estamos aumentando las medidas de seguridad? - Me vuelvo para mirarlo, y él asiente con la cabeza-. ¿Tú puedes entrar?

Vuelve a asentir con la cabeza.

- ¿Cuántos más? - Levanta la mano y me enseña tres dedos -. Así que Daniela y...

No me contesta, claro, y decido que da igual siempre y cuando Daniela confíe en esas personas. Cuando entro, V no me sigue. Cierra la puerta a mi espalda, y supongo que vuelve a montar guardia en el exterior. «Nuestra habitación.» Es la misma estancia, pero ahora me parece totalmente distinta. No es una cárcel... es un refugio. Aquí es donde Calle puede ser Daniela, y donde las dos podemos escondernos del resto del mundo.

La decoración negra, blanca y dorada ya no me sorprende, sino que me resulta reconfortante, porque la explicación que me ofreció sobre la elección de la gama cromática es tan propia de ella que me arranca una sonrisa. Daniela Calle no se parece a ninguna persona que haya conocido, y aunque no es la primer persona que he considerado mía, sí espero que sea la última. Hago un giro completo mientras lo miro todo, muy despacio, y veo una nota sobre una caja en la mesa. Mi nombre, escrito con la letra conocida de Daniela, me llama la atención. «¿Qué está tramando ahora?» Abro la nota y leo su contenido.

Llévate la caja al dormitorio. Tienes una hora para prepararte. Confía en .

De no ser por la última frase, la nota sería como todas las demás que me ha dado. Tajante y fría. Sin embargo, esa frase lo cambia todo, algo lógico, ya que todo ha cambiado. Cojo la caja que me recuerda a la que encontré en la cama de mi apartamento, pero ahora tengo una reacción totalmente distinta. La vez anterior, llamé a Valeria porque me preocupaba encontrar alguna parte de un ser querido dentro, pero ella consiguió que no me dejara llevar por la histeria. «Porque tenía planes para ti.» Me desentiendo de esa idea, decidida a no pensar más en ella esta noche. Esta noche es para Daniela y para mí. Para nadie más. Con la caja entre las manos, compruebo su peso y echo a andar hacia la puerta del dormitorio mientras intento adivinar qué contiene. Pero antes de empezar a elucubrar siquiera, me quedo de piedra en el vano de la puerta. Pero ¿qué coño está pasando? Hay un vestido de noche en la cama, cuya falda cae por el borde. El corpiño de lentejuelas me resulta conocido, porque se trata del vestido que llevé al fatídico baile de máscaras del Mardi Gras.

- ¿Qué está tramando? - me pregunto en voz alta, en mitad del dormitorio vacío, y dejo la caja junto al vestido.

Los recuerdos de aquella noche acuden a mi cabeza mientras acaricio el corpiño con los dedos. Siento ramalazos de deseo por todo el cuerpo al rememorar los detalles por enésima vez, o eso me parece. Abro la caja y aparto el papel de seda. Descubro la máscara que llevé aquella noche. Tal vez debería sorprenderme, pero no es así. Si ha sido capaz de conseguir el vestido, es evidente que también podría conseguir la máscara. Dejo la máscara en la cama y aparto más papel de seda para descubrir un tanga igual al que me arrancó del cuerpo antes de demostrarme sin lugar a dudas quién mandaba, y también unos zapatos de tacón de aguja preciosos. Se me hace la boca agua porque empiezo a comprender dónde va a acabar todo esto. Vamos a repetir aquella noche. Desconozco el motivo, pero tampoco me importa. Si tuviera que escoger una noche para revivirla una y otra vez, sería aquella. Cuando saco el tanga y los zapatos con sus taconazos de la caja, que son mucho más sensuales y caros que los que llevaba aquella noche, encuentro una nota en el fondo. No digas nada. Hazte con todo. Está jugando con las palabras de la nota que yo le mandé la noche del baile de máscaras, y se me sube el corazón a la garganta por la emoción. Sea lo que sea que haya planeado, estoy preparada.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora