CAPÍTULO 64

1.5K 120 5
                                    

POV CALLE

- ¿Dónde coño está?

Cuando abro los ojos y veo la cama de al lado vacía y el tubo del suero, colgando del gancho, se me va la pinza y no me da reparo admitirlo. La puerta se abre al instante, y Z y D entran a la carrera.

- ¿Dónde está? - exijo saber, y ambos reconocen la amenaza implícita en mi voz.

- Con V. Tenía que hacer unas llamadas. A la empresa. A la familia.

Mi primer instinto es ponérmela en el regazo para azotarle el culo por haberme dejado sin avisar, pero lo reprimo. Un poco. La cabra siempre tira al monte.

- ¿Dónde?

- Arriba, porque aquí abajo seguimos aislados y sin cobertura. Órdenes tuyas, jefa.

V sabe que el castigo si a María José le pasa algo mientras está bajo su vigilancia es la muerte, y el hombre ya ha demostrado su disposición a morir por mí. Espero que se muestre igual de dispuesto con ella.

- Tráela ahora mismo.

- Pero, jefa, la señora Garzón nos ha dicho que no la dejáramos sin protección. Nos ha dicho que...

Al ver que Z deja la frase en el aire, lo animo a continuar.

- ¿Qué ha dicho la señora Garzón?

- Que nos matará con sus propias manos si la dejamos sola.

Una sonrisa pugna por aparecer en mis labios. Que María José les esté dando órdenes a mis empleados es toda una sorpresa. Una parte de mí no estaba del todo segura de que las cosas que me había dicho poco antes no fueran producto de los calmantes, la adrenalina y el shock, pero parece que me equivocaba. María José está asumiendo un papel que yo no estaba segura de que acabara aceptando y lo está haciendo sin que yo mueva un dedo.

- Y la habéis creído. - Ambos asienten con la cabeza.

- Lo decía en serio, jefa.

Me permito sonreír. Mi fierecilla.

- Envía a alguien para que le diga que se requiere su presencia aquí abajo.

La puerta, que seguía entreabierta, se abre del todo.

- ¿Se requiere mi presencia?

Eso suena como muy oficial. Incluso ataviada con un pijama de hospital del color de un pitufo, dos tallas más grande que la suya, sigue teniendo el porte de una reina. Les hace un gesto con la cabeza a los hombres, y estos salen de la habitación y cierran la puerta mientras ella echa a andar hasta el hueco que hay entre su cama y la mía.

- ¿Te has ocupado de lo que tenías que ocuparte?

- Sí. Hasta cierto punto. He delegado mucho en Temperance. Será la directora de operaciones en mi ausencia y he usado el chantaje emocional, de forma descarada, lo admito, para que mi padre no venga hasta que yo me sienta preparada para enfrentarlo.

La mención de su padre me deja helada.

- No es un buen momento para que tu familia venga a Nueva Orleans.

- Lo sé. Y no van a venir. ¿Todavía tienes a gente protegiéndolos? ¿A todos ellos?

- Sí. Estarán bajo mi protección hasta que yo dé la orden de que dejen de estarlo. Algo que no tengo intención de hacer.

Pienso cumplir la promesa que te hice. María José se detiene entre nuestras camas. Sé que está agotada después de haber estado de un lado para otro. Yo soy capaz de funcionar pese al dolor, pero eso es porque nunca he tenido alternativa. Ella no tiene necesidad de hacerlo.

- Gracias.

- No las merece. - Extiendo un brazo para cogerle una mano -. Ven aquí.

La acerco con cuidado a mi cama, haciendo caso omiso del dolor de la herida de bala.

- No hay espacio para las dos.

- Y una mierda.

En su cara aparece una expresión obstinada, pero me obedece de todas formas, y ambas nos acomodamos en la medida que la cama nos lo permite. La cara de María José está a escasos centímetros de la mía cuando vuelvo a hablar.

- Me dijiste que no me abandonarías y cuando despierto, descubro que estoy sola.

- Una emergencia. Me aseguré de que estuvieras vigilada. - Niego con la cabeza.

- Ese no es tu trabajo.

- ¿Tú no harías lo mismo por mí?

- Eso es distinto. - Me mira con los ojos entrecerrados.

- No, no lo es. No sé cómo hemos acabado metidas en este lío, pero tengo claro que voy a superarlo a tu lado.

«Cómo hemos acabado.» En plural. Siento una opresión en el pecho. Nunca he formado parte de una pareja. Pero su forma de decirlo, más la reacción que ha demostrado desde que las cosas se han puesto feas, hace que me dé cuenta de que es la única mujer que puede estar a mi lado.

- Puedes darles órdenes a mis empleados, pero nunca si eso pone en riesgo tu propia seguridad. Esa es una línea roja que no permitiré que cruces.

- Vale - dice con obvia renuencia.

- Tengo otro trato que discutir contigo.

Me da un apretón en la mano y me reconozco adicta a sus caricias voluntarias y naturales.

- Estoy lista para oír tus condiciones, Daniela.

Sonrío de nuevo al oírla usar mi nombre, algo que últimamente hago más de la cuenta, pero a lo mejor algún día me acostumbro al gesto. O quizá puedo ordenar que corran ríos de sangre en las calles y así equilibro la balanza.

- Condiciones. A menos que yo no esté disponible, que esté inconsciente o en peligro, yo soy quien les da órdenes a mis empleados. - Al ver que abre la boca para protestar, sigo hablando antes de que pueda pronunciar una sola palabra -. Pero dejaré claro que cualquier orden tuya tiene el mismo peso que las mías.

La veo apretar los labios un segundo antes de replicar:

- Eso me vale.

- Además, si te ordeno hacer algo que garantice tu seguridad, hazlo de inmediato. Creo que ya te has dado cuenta de que tu vida puede correr serio peligro si formas parte de la mía.

- Entendido.

Que no discuta ni proteste hace que aflore una nueva emoción en mi pecho. Esperanza por el futuro.

- Y por último... en la cama sigo mandando yo.

María José alza la barbilla, ese gesto obstinado que ya conozco tan bien.

- ¿Vas a mentirme y a decirme que no te gusta? - Ella niega con la cabeza.

- No, pero de vez en cuando me podrías ceder el control.

- Ya veremos.

En esa ocasión, esboza una sonrisa ladina.

- Una cosa más.

- ¿Qué? - pregunta con un deje jocoso.

- Bésame.

Se muerde el labio y se inclina hacia delante para rozarme los labios con los suyos. Yo respondo con la misma delicadeza. Cuando me aparto, llevo su sabor en la lengua.

- No vas a dar ninguna orden hasta que estés totalmente recuperada - me advierte.

- Hasta que tú estés recuperada - la contradigo.

- Trato hecho.

Respiro hondo, muy despacio. No quiero cambiar el tema de conversación, pero ha llegado el momento. Antes de que acabe embriagándome con su presencia y con las posibilidades que presenta el futuro, necesito responder a sus preguntas y contarle la verdad. Ha llegado el momento de que María José sepa lo negra que es mi alma y de comprobar si va a salir corriendo en dirección contraria. Que es exactamente lo que debería hacer.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora