CAPÍTULO 63

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POV MARÍA JOSÉ

Incluso drogada por los calmantes, soy la primera en despertar. Creo que he obligado a mi cuerpo a recuperar la consciencia porque necesitaba asegurarme de que Daniela sigue respirando. Ahora me importan una mierda mis heridas. Ella me preocupa muchísimo más. El dolor es evidente en su cara, incluso dormida. Juré que la odiaría hasta mi último aliento. Que nunca le daría lo que quería. Que erigiría un muro impenetrable alrededor de mi corazón, aunque me comiera la cabeza y obligara a mi cuerpo a traicionarme. Daniela Calle ha destruido esos muros. Cuando le dio la espalda al coche, sirviéndome de escudo humano, quedó patente cuál era mi lugar en su vida, y eso fue antes de que supiera que la habían disparado. Sin embargo, para ser sincera, no fue en ese momento cuando mis muros empezaron a derrumbarse. No, el cemento empezó a resquebrajarse cuando me di cuenta de que me llevaba a Dublín, haciendo realidad un sueño dorado para mí, aunque ella no se jugaba nada. Aunque no haya podido preguntarla lo que quiero, me apostaría lo que fuera a que actuar de forma tan altruista es una novedad para Daniela Calle.

La puerta de la habitación se abre de nuevo y entra V. Otro cambio, pero ya no pienso en él como en «Cicatriz». Ya no es el hombre que facilita y controla mi cautiverio, sino alguien dispuesto a entregar su vida por la mía.

- ¿Va todo bien? - le pregunto en un susurro.

Sé que no me va a contestar, y aunque Valeria me dijo que es porque Daniela le cortó la lengua, estoy convencidísima de que se equivoca. La lealtad que demuestra V no nace del miedo ni de la intimidación. Nace del respeto. V asiente con la cabeza, pero me ofrece algo. Mi bolso. ¿Y en la otra mano? Mi móvil. Deja ambas cosas en la cama, a mi lado, y mira con insistencia el móvil. Le echo un vistazo a la pantalla y veo varias llamadas perdidas de mi padre y varios mensajes de texto de Temperance. Mierda... Es la una de la tarde, y un día después de lo que suponía. He dormido más de lo que creía. Tampoco me ayuda el haber perdido la noción del tiempo con todo el lío del cambio horario por el vuelo, de los calmantes y de la ausencia de reloj en la habitación. Desbloqueo el móvil y leo primero los mensajes.

TEMPERANCE: Los teléfonos no dejan de sonar. Tu padre. La prensa. La junta de turismo. Los distribuidores. Todos quieren saber del premio de la convención. Sé que fue algo de última hora, pero tengo que decirles algo, jefa. Échame una mano.

TEMPERANCE: ¿Estás bien? ¿Dónde estás?

TEMPERANCE: María José, joder, contéstame. Tu padre dice que mañana se monta en el primer avión para venir.

El último mensaje es de hace una hora. Joder. No quiero que mi padre se acerque siquiera a Nueva Orleans ahora mismo. No con el lío en el que estoy metida. Daniela me juró que mantendría a mi familia a salvo y la creo, pero no los quiero aquí. Al comprobar la cobertura, me doy cuenta de que no tengo. Miro a V.

- Necesito hacer unas llamadas y mandar algunos mensajes. Ayúdame.

Tengo que impedir que mi padre venga. V mira a Daniela, que sigue dormida en su cama, y luego me mira a mí. Es evidente que tiene un dilema.

- Solo necesito unos minutos. Por favor. Es importante. En serio, si no lo fuera de verdad, no me alejaría de ella.

Mis palabras o mi tono de voz han debido de dar en la diana, porque asiente con la cabeza y levanta un dedo. Es el gesto universal para «espera un segundo». Sale de la habitación y vuelve poco después con la enfermera que me dijo que no me arrancara la vía de la mano.

- ¿Necesita algo? ¿Qué pasa? - La enfermera nos mira a Daniela y a mí.

- Necesito que me quite esto. Tengo que hacer unas llamadas. Es urgentísimo.

ME PERTENECES Donde viven las historias. Descúbrelo ahora