Señor,
Me encuentro abatido con una pena que me perturba y me debilita.
Hoy sábado fue día de confesiones y cuando ya daba por hecha mi labor sentí el aroma a duraznos entrar por la ventanilla del confesionario.
— Ave María Purísima — dijo aquella voz, esa que reconozco bien y que me habla hasta en sueños.
— Sin pecado concebida — respondí mientras me permitía absorber el delicioso aroma que me envolvía.
— ¡Soy pecadora! Perdóneme Padre.
Su voz sonó glacial y al no escuchar el mote cariñoso que me daba por costumbre me sentí caer en un pozo.
— Confiesa humildemente tus pecados — dije sin mostrar emoción.
— He pecado porque he soñado otra vez. No una sino cien veces.
— Los sueños, sueños son — dije mientras en mi mente pedía tu compasión, Señor.
— Esta vez ha sido peor, Padre. He soñado cosas que jamás he hecho pero que mi cuerpo parece conocer, aun sin haberlas probado.
— Arrepiéntete de tus culpas, el Señor te da su bendición — dije intentando impedir que diera detalles.
— No he terminado — respondió con un suspiro — Necesito sacarme esto del pecho porque siento que me asfixio.
— Los oídos de Dios estas prestos para ti — contesté apretando el rosario.
— Soñé que un hombre entraba a mi cuarto y nuevamente me vi desnuda, esperándole con los brazos abiertos. El hombre besó mi cuello y sentí como se me erizaban los vellos del cuerpo. Me apretó contra su pecho desnudo y sentí palpitar algo...algo ahí abajo, Padre.
Estaba aguantando la respiración en un intento inútil de no imaginarme ninguna escena en mi cabeza. Aguanté hasta que pude pero solté el aire que salió ruidoso y ella lo notó.
— Soy una pecadora. Ya lo sé. Pero es necesario que continúe. Esto me esta torturando.
Como pude logré articular,
— Sigue.
— El hombre me volteó y despacio besó mi espalda, recorriendo de a ratos mi columna con la lengua. Todo el cuerpo se me escalofriaba, Padre. Con una mano me acariciaba la nuca y me jalonaba suavemente la melena y con la otra hurgaba nuevamente dentro de mis entrañas. La sensación era tan placentera que sentía un calor sofocante y un gemido intenso se escapó de mi boca. El hombre entonces me volteó y fue cuando por fin pude verle el rostro.
Jorgina ahogó un llanto y luego agregó.
— Es del pueblo, Padre. Lo conozco.
Dios Todo Poderoso,
Pido perdón por mi sacrilegio, por mis pensamientos y por mi alma que ha de arder en el infierno, pero confieso. Confieso lo que sentí. Una ira se apoderó de mi. Eran lo mas bajo que he sentido en los últimos diez años. Eran celos, era dolor, era tristeza y era frustración.
Dejé caer el rosario y apreté los puños sobre mis rodillas. Me mordí el labio apenas sin darme cuenta y fue tal la fuerza que unas gotas de sangre se resbalaron por mi quijada.
Jorgina seguía sollozando al otro lado de la madera agujerada. No sé como tomé fuerzas para responder pero lo hice en tono severo sin disimular mi desaprobación.
— Usted está casada, Señora. Se debe a su marido y mientras esté con él debe quitarse esos pensamientos pecaminosos de la cabeza.
¡Qué hipócrita fui! Yo dando consejos de esta índole, cuando a mi me pasa lo mismo, solo que con ella y no como a ella que le pasa con otro.
Ella sorbió por la nariz y sin contemplación respondió,
— No hay peligro, Padre. Es un hombre prohibido.
— ¡Aún peor si esta casado! — espeté colérico.
Ella hizo un chasquido con la lengua expresando su fastidio. Mi regañina la habían puesto de mal humor.
En ese momento caí en cuenta de que no estaba obrando como sacerdote sino que le hablaba como un hombre celoso, intimidado por no ser el elegido. En seguida recobré La compostura y dicté:
— Reza dos rosarios y antes de dormir te bañas con agua bendita. Puedes coger de la pila. Es de hoy.
— Gracias — alcanzó a decir y luego dejó el lugar.
Que infeliz me siento señor, aunque esto es lo que me merezco. Te agradezco por esta prueba y por abrirme los ojos a la realidad.
Mantén la confianza en mis pasos y limpia mi alma de toda maldad.

ESTÁS LEYENDO
YO CONFIESO (BORRADOR)
Ficción GeneralSoy el párroco asignado a este variopinto y caluroso pueblo. Mi fe y mi entrega a Dios constituyen la fuerza y la razón de mi existir; pero desde que llegué a este lugar tan lleno de intrigas y tentaciones se han quebrantado mis cimientos y se ha a...