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Padre,

Los trabajos en la iglesia se incrementan y entre mis oraciones y el trabajo manual en el terreno para juegos, poco es el momento que encuentro para escribir. Espero tomes mis plegarias como parte de este tiempo que dedico para ti y que me apoyes con tu bendición durante todo el camino.

¡Ya has visto lo bien que ha quedado el campo desmalezado! ¡Ya has visto las arquearías de la cancha de fútbol y el rallado de cal en el suelo de tierra!¡Has visto a tus muchachos correr contentos de un lado a otro pateando el balón que donó la alcaldía!, por supuesto esto último gracias a Jorgina.

Constanza y las hermanas Pilar se han puesto a la tarea de confeccionar unos uniformes para los muchachos, Juan y yo nos hemos batido en el improvisado ring de boxeo a puño limpio pero con moderación de no dejar grandes marcas. Los chicos imitan nuestros movimientos y a la final tenemos una gran diversión.

He empezado a dejarme crecer la barba. No mucho, pero es que el calor y la afeitadora me causan escozor. Veo que dejarme la barba de tres días me hace sentir mejor.

Señor,

Perdoname ¿A quién le quiero engañar?

He empezado a mirarme en el espejo. ¡No demasiado! pero lo hago. Y sé que esto es vanidad.

Jorgina fue ayer al campo y se sentó bajo el techo de lona para los espectadores. Es cierto que no la vi, porque de haberme percatado que una dama estaba allí, lo juro que me hubiera puesto la camisa; pero no la vi y bien sabes que no te miento.

Ella a mi si me vió y cuando al fin me di cuenta de su presencia se me subieron los colores al rostro.

Padre, perdóname pero estaba hermosa. Hermosa como nunca.

Su vestido de lunares rojos y la cinta del mismo color en la cabeza la hacían parecer un espejismo en medio del sofocante sol.

Por supuesto que aparté la mirada y enseguida me cubrí el torso.

Al rato cuando terminó el juego ella se acercó a saludar,

— Padre, te estaba buscando. Quiero confesarme.

Retomando mi rol en la parroquia me disculpé por la falta de decoro. Estaba sudando y las gotas resbalaban por mi cara.

— Si me das un momento me refresco y te atiendo.

— No. Quédate con los muchachos. Yo vengo mañana.

Otra vez se despidió y mis ojos no pudieron apartarse de su espalda. Vi sus curvas Señor y aunque

luché por contenerme no tuve ningún control. Por eso, no mucho después de haber llegado mi cuarto, me arrodillo ante ti en este suelo de piedra frio y áspero y rezo, rezo para que ella se desvanezca de mi cabeza pues su imagen permanece intacta en mi memoria y se lanza en picada cada vez que intento borrarla.


YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora