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Padre,

Después de unos días de tedio emocional aunque de mucha actividad parroquial, la luz ha venido a mi. Sé que no es la forma correcta en que esperaba recibir esa iluminación; pero al menos la sentí y por un pequeño instante tuve tranquilidad en mi alma. No me esperaba lo que seguiría pero al menos te bendigo en tu inmensa misericordia por ese momento de gracia.

Hoy viernes por la mañana cuando solo Blanca se encontraba en en el pequeño despacho haciendo sus cuentas, fui a hablarle sobre una idea para la educación de Neida. Ella ya había aceptado -a duras penas- que la iglesia recaudara fondos para apoyar a la muchacha, pero faltaba afinar los detalles. Cuando al fin lo tuve todo planeado fui a encontrarla para decirle. Al pasar por la puerta la escuché que cortaba abruptamente una conversación con Jorgina. Quedando una frase en el aire que minutos después entendería: "No vale la pena".

Ella estaba ahí, el aroma a duraznos frescos invadiéndolo todo. Su pelo lacio y suelto color caoba caía con gracia a su media espalda. Un vestido color amarillo claro acentuaba sus curvas y dejaba ver el perfil esbelto de su cintura, la tela delineaba sus caderas y dejaba al descubierto sus pantorrillas que se hallaban empinadas por la ayuda de unos altos tacones rojos.

Al voltearse vi sus ojos que aparecían nublados en el momento para de repente tirar un destello de alegría. Me emocioné de verla y sentir que esa mirada se contentaba con mi presencia.

Blanca de frente a mi me miraba seria, sin expresión.

No pensé lo que decía y simplemente hablé,

— Huele a duraznos maduros.

— No será por aquí, Padre. No es temporada — dijo Blanca reanudando sus quehaceres.

— A mi tampoco me huele — replicó Jorgina.

Sonreí amable, pues no pude oponer resistencia a la alegría de verla.

— Jorgina — dije iniciando la tregua — Que bueno verte por aquí.

— Vine a conversar con usted, Padre.

Su tono serio y el llamarme de usted me cayó como un martillo en el cuello. Tragué hondo y la invité a pasar a la salita de la Casa Parroquial.

— Siéntate. Hace mucho que no te veía.

— Así que notaste mi ausencia — su tono áspero aún me dolió pero por lo menos me había retirado el usted que había usado delante de Blanca.

— Si la noté. ¿Cómo no hacerlo?

— Pensé que no querías verme. Pensé que mis confesiones te causaban incomodidad.

— No, no Jorgina. Discúlpame. A veces estoy indispuesto pero en nada me molestas.

— Me dolió tu trato. He venido a preguntarte ¿Por qué me has sido tan indiferente?

— ¿Indiferente? — fingí no saber de que me hablaba.

— Sí. Has cambiado conmigo. ¿Acaso Blanca te ha dicho lago?

— ¿Blanca? No. No me ha dicho nada.

— Pues a mi sí. Dice que debo guardar las distancias, que es indecoroso que te tutee.

— No le hagas caso. Aquí mucha gente lo hace. No es ofensa ninguna.

— Entonces dímelo ya ¿Qué hice que te alejaste?

— No entiendo Jorgina.

— Sí entiendes. En ti he encontrado un amigo, no solo al cura de la iglesia. Sé que sientes lo mismo.

YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora