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Señor Todo Poderoso,

¡Qué día tan atropellado!

Era de esperar que comenzara de inmediato a tomar las riendas de la parroquia y a pesar de las negativas de Doña Blanca, insistí en convocar a los feligreses a la misa.

Preparé el sermón y bendije el recinto. Pedí al sacristán que tocara las campanas para llamar a los parroquianos pero me indicó con pesadumbre que como el campanario; ubicado al costado izquierdo del templo está casi derrumbado, no hay quien alcance la cuerda.

Doña Blanca a duras penas alcanzó darme un cacharro de la cocina, así que me remangué la sotana y con cuidado trepé por la torre de ladrillos con el sartén en el cinto. Fueron seis metros que cubrí apoyando mis pies y manos en los huecos donde faltaban ladrillos y al llegar a la cúspide me encaramé como pude, bien aferrado a un costado de la ventanilla y con vigor asesté el primer golpe a la campana. Sé que debí haber dado tan solo tres campanadas pero me afané con propósito para hacer toda la bulla que fuera posible.

Al poco tiempo apareció nuestra primera feligresa. Se llama Constanza Sotomayor, una mujer de tes blanquísima, de unos cuarenta y tantos años, con expresión seria y unos ojos que se movían muy rápido mirándolo todo con detalle.

Media hora después llegaban algunas personas a la convocatoria. Intuyo en realidad que asistieron mas por curiosidad que por devoción.

Hice lo propio con la presentación inicial pero temo que lo que alcancé a ver en las caras de los diez asistentes fue aburrimiento y desinterés.

«Tengo el honor de anunciarles que he sido designado como su nuevo Párroco. En vista de la apremiante salida del Padre Capallán, estaré con ustedes de ahora en adelante. Mi nombre es Emilio Acosta. Reciban todos la bendición de Dios hoy en nuestra Eucaristía»

Las caras largas de los presentes olvidaron responder el "Ámen" correspondiente pero hice eco de mi voz para recordarles.

«Hermanos y hermanas, estamos aquí reunidos para...»

Unas risas se escucharon en los bancos delanteros.

Miré a las jovencitas con condescendencia y repetí la importancia de la iglesia en la comunidad, los deberes para contigo Padre y la fe que debemos alimentar en cada momento.

Lamentablemente no contamos con el coro para los cánticos, y tuve que alentar al púlpito a que entonara las alabanzas seguidos de mi voz. Apropósito, dijo la señora Constanza que la única persona que canta es el señor Ramón (o Don Borrachón, como lo llamó, me imagino que por "cariño"). Añadió que durante la estancia del Padre Capallán, este señor asistía única y exclusivamente para beberse unas buenas botellas de vino sacro habiendo ya culminado la misa.

¡Lo encontré de lo más divertido! Aunque las miradas de la señora Constanza y Blanca reprocharán mi osadía.

A la hora de la comunión me dispuse a repartir los sacramentos. El vino sobraba gracias al encargo anticipado del apreciado antiguo párroco; pero las hostias tenían una fea consistencia. Al fin y al cabo que solo tres personas se levantaron para recibir el Cuerpo de Cristo y no tuve que disculparme por la falla de presentación. Hasta ahora he tomado nota que se necesita un coro mas amplio, de ser posible presidido por la voz del señor Ramón. También habrá que solucionar lo del campanario para que esté óptimo antes de la próxima eucaristía.

Nuestro Sacristán, un tímido joven de unos veintiséis años llamado Argenis, realizó una excelente labor al ayudarme a oficiar la misa. Se disculpó por las hostias que al parecer se humedecieron con el vino y tuvo la amabilidad de presentarme a algunos de los asistentes.

Justo sea dicho que me ha encantado conocer aunque sea un número reducido de la comunidad. Presiento que tienen cierto recelo, pero debe ser por la novedad que represento. De cualquier forma, no tengo miedo ni me desanimo.

Señor, soy fuerte y valiente por que tú me acompañas a donde quiera que vaya.


YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora