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Señor mio, Dios Amado,

Anoche antes de acostarme fui al altar mayor en el templo. Cuando solo tu me veías me hinqué ante ti y recé. Recé fervientemente por mi y recé también por ella. Recé para que no volviera a la iglesia.

Sigue siendo mi pecado. Mientras mas intento ser justo, mas egoísta me encuentro. Soy un ser repudiable, una hipócrita representación de tu bondad.

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Hoy la misa ha estado llena de gente, el sermón ha sido sobre la fidelidad y el valor de la familia. Es verdad que estaba programado para la Eucaristía pero se lo he dedicado especialmente a ella.

Desde su banco me observaba y mis ojos ya no la esquivaban. A la hora de la comunión no se acercó a tomarla pero estuve atento a en quién ella posaba su ojos para descubrir el anhelo de su capricho.

Un cura celoso. Eso es lo que so y yo. Me da pena siquiera releer este diario, lleno de sacrilegio e infamia.

Yo que venía con la mejor intención. Yo que me convertí a tu fe con una promesa a cambio de tu perdón. Y ahora, he me aquí desdichado, sintiéndome un farsante incapaz de cumplir con mis votos y con mi palabra.

Al terminar la ceremonia, los feligreses fueron saliendo de a poco a tomar la merienda que con tanto ahínco prepararon las Damas Parroquiales. Habían tendido una mesa larga en la plaza. Estaba repleta de delicias elaboradas por ellas mismas, flores reales y de papel decoraban todo alrededor.

Juan entró a la sacristía, donde me encontraba solo sumido en una meditación profunda.

— ¡Padre Emilio! — dijo con alegría.

— Juan, me alegro que pases por aquí. Ya te vi en el púlpito al lado de Delfina — dije escondiendo mi tristeza.

— Sí, y me cayó de perlas tu sermón de hoy porque justo ayer le pedí matrimonio.

La noticia naturalmente que me alegró pero al instante sentí la desolación de algo que yo nunca podré tener. Contuve mi emoción y con sincera bondad le felicité.

— ¡Caramba Juan! Que buena noticia, ¡pero que rápido!

— No queremos esperar más, Padre Emilio. Yo llevo enamorado de Delfina desde que me acuerdo y ahora que ella me aceptó no veo la hora en que podamos casarnos.

— Dicho está. Cuenta con mi bendición. Arreglaremos la ceremonia aquí en la iglesia.

— Deje que la llamo para que le de la bendición. Está afuera esperándome.

Delfina entró triunfante por la portezuela. Su cara al igual que la de Juancho, irradiaba total felicidad. Su vestido de fondo blanco y floreado con azucenas le sentaba excelentemente bien. Llevaba el cabello suelto y ensortijado enmarcando su rostro lozano y una sonrisa blanca y amplia.

— Gracias Padre Emilio — dijo extendiéndome una mano.

Le di la bendición y continuó.

— Si no es por usted, este mozo no se atreve a hablarme y desde que lo hizo muchas cosas han cambiado — dijo guiñándole un ojo a Juan.

La calidez de su complicidad alegró mi corazón y deseé escondido Padre, volver a sentir la cercanía de una mujer.

— ¿Y para cuando es la boda? — pregunté de pronto.

Delfina con voz afable replicó,

— Usted nos dice, Padre. Sólo déjeme concretar con Constanza la hechura del vestido. Ya le pregunté hoy pero me dice que nunca ha hecho un vestido de novia y acordamos que como quiero que me lo haga ella, entonces va a buscar orientación con Don Mariano, el sastre, que también andaba en la misa hoy y que le va hacer el traje a mi Juan.

— Muy bien. Espero por ustedes. Luego concretamos la fecha que yo les bendigo su unión. Y cuenten conmigo para la fiesta que ahí también voy a estar.

Los dos salieron del brazo y yo entré a la Casa Parroquial. No tuve ánimos de participar en la merienda de la plaza. En cambio me puse a orar y cuando todos se habían guardado en sus casas me fui al campo a ejercitar. Es verdad que el ejercicio anima y al menos me permite dormir.

Dame Dios descanso. Dame Dios redención.


YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora