48

143 9 10
                                    

********

Después del acontecimiento en la plaza de la iglesia, todo fue conmoción. La enfermera declaró el deceso de Don Tulio Aponte, el funcionario de la policía hizo el debido reconocimiento y documentó el testimonio de los presentes y algunas personas se arremolinaron entorno al cuerpo inerte y le miraron con desprecio.

«Él mismo se lo buscó».

«El que a hierro mata a hierro muere».

Fueron algunas frases a la que presté atención.

No se planificó funeral y tan solo me alcanzó el tiempo para dejar unas plegarias por el descanso de su alma y el perdón de todos sus pecados.

Y la verdad sea dicha, Padre. Creo que la muerte de Don Tulio no trajo pesar a ningún habitante de este pueblo. Después de corroborar que la fiesta no tendría continuación, los muchachos se arremolinaron sobre la mesa y remataron los platos y las delicias que habían sido destinadas al festejo y que habían quedado frías y olvidadas después del fatal desenlace.

Poco a poco la gente se dispersó entre murmullos y persignaciones. Efrain, Constanza y Mariano de los primeros; y así fue como terminó la vida de Don Tulio Aponte, quién quedó tirado en el suelo húmedo, tan solo cubierto con una sábana vieja que le dejaba al descubierto los zapatos de cuero viejo y quedando a la espera de los sepultureros que los transportaran.

— Emilio — susurró Jorgina. — Vamos. Ya no queda nadie.

Había estado ahí,de cuerpo pero ausente de pensamiento. Dos vidas caídas y en el medio yo. La primera mi madre, un alma buena y dadivosa que dependía de mi y a la cuál no supe cuidar. La segunda Tulio Aponte, un alma retorcida que venía por mi con la intención de dañarme y dañar a cualquiera que se atravesara en el medio.

Que corta era la vida, que rápido se iba.

Sentí unas ganas enormes de aprovechar cada segundo. No quería que se escapara ningún momento. La voz de Jorgina me había traído de vuelta. La necesitaba, deseaba su presencia y su compañía.

— Emilio — volvió a insistir con voz insistente — Vamos, los sepultureros ya vienen, estaban terminando de cavar la fosa, pero mira — dijo señalando a cuatro mozos que venían con una carreta y dos cabellos de tiro. — Ya vienen. Entremos ya que empieza a llover.

Asentí con un gesto y esperé que los hombres cargaran el cadáver y desaparecieran por el camino que daba al cementerio.

Entré en la casa parroquial. Jorgina me esperaba con una taza de café caliente. El aroma me reconfortó de inmediato y agradecí el gesto en el que ella se acercó hasta mi con la taza humeante en la mano pero antes de ofrecérmela la dejó sobre la mesa y me dio un abrazo largo y tibio.

— Amo tu capacidad de perdón. Eres modelo de lo increíble.

Su aliento cálido en mi mejilla, sus palabras de re afirmación, su abrazo certero, el contacto con su piel. Todo era como un bálsamo milagroso, de cura instantánea.

— No fui a oficiar una ceremonia en su sepelio — dije enterrando mi nariz en su nuca.

— Ya no eres sacerdote y ya hiciste lo que pudiste por hoy. Mañana podrás ir a dejarle una plegaria si gustas.

Asentí soltando el peso invisible que caía sobre mis hombros.

Ya no soy un cura, ya no. Y las entradas a este diario han llegado a su fin, definitivamente esta será la última.

Aun sin deshacerse de mi abrazo Jorgina habló — Esta noche me quedo contigo.

— ¿Aquí? — dije apartándome para mirarla a las ojos.

Ella altiva y segura de si misma replicó — Sí. Aquí.

— ¿No tienes miedo? El alcalde podría...

Ella interrumpió la frase. — Al alcalde no le importa. Hoy era un día de fiesta y creí conveniente esperar a que acabara la celebración para darte la noticia; pero con todo lo acontecido se nos aguo la fiesta ¿no?

Mi cara debió haber sido una copia fiel de mi pensamiento pues Jorgina se apuró a continuar

— No es una sorpresa de esas que duran nueve meses gestándose, no. Es sobre el alcalde. Le dije que me marchaba y no opuso resistencia. Solo preguntó quién había sido el afortunado. Le contesté que tu y el solo soltó una carcajada muy sonora de un seguido «lo sabía, lo sabía. Soy zorro viejo. Nada se me escapa». Reía y hablaba al mismo tiempo, tanto fue que le dio tos y tuve que auxiliarlo para que respirara.

Resoplé abriendo los ojos con asombro. Ella continuó.

— La verdad parecía muy divertido con la confirmación de sus sospechas. Yo quedé tan sorprendida como tú. Le dije que me marchaba y como si nada me hizo un gesto con la mano para que me fuera. Volvió su vista al periódico y continuo murmurando y riendo mientras yo me alejaba. Lo único que alcancé a entender de sus risotadas parlanchinas fue "todos son iguales, curas mojigatos".

Baje la vista unos instantes debatiéndome entre moralismos que ya no importaban y el honor de Jorgina— Iremos en la mañana a hablar con él. Se merece una explicación.

Ella cogió la taza de café y le dio un sorbo — Lo haremos como dices, pero te aseguro que ya todo esta zanjado. — dijo. — y esta noche, yo me quedo aquí — añadió tranquila, sorbiendo una vez mas y mirándome con ojos felinos por encima de la taza.

Mi boca permanecía semiabierta, estaba embobado observándola. Sus movimientos, sus voz, el contenido de sus palabras.

Ella rió y me ofreció la taza con el caé aún caliente. Bebí todo de un trago y batí la taza contra la mesa.

— No se diga más. Te quedas conmigo. En un par de días saldremos a la capital y allá empezaremos una vida como lo hemos planeado.

Ella volvió a lanzarme una mirada salvaje. La apreté contra mi cuerpo, aspirando una vez más el dulce olor a duraznos maduros.

La invitación a morder sus labios y a acariciar las curvas de sus senos se me hizo irresistible. El pasado quedaba atrás, viviríamos este presente y dejaríamos llegar el futuro.

Se acercó seductora y tirándome suavemente por la pechera susurró.

— Esta noche duermo sobre ti, porque en ese camastro no hay espacio para dos.

— Esta noche te aseguro que no dormimos.

FIN


YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora