Querido Padre,
En uno de estos días dando un paseo matutino, me enrede entre las gentes del mercado. Los puestos eran coloridos y estaban bien organizados. Había cantidad de productos locales dentro de los que alcancé ver frutas frescas, verduras y hortalizas. Un puesto de flores, otro de queso fresco, mantequilla y leche de vaca recién ordeñada. Habían paletas de madera y cuencos de barros, cestas tejidas a mano, gallinas, patos y conejos vivos para escoger. Cada semana los productos varían, imagino que de acuerdo a la estación.
Unos muchachitos glotones se apretujaban alrededor de una señora que vendía conservas de guayaba, suspiros, tortas de zanahoria y caramelos de parchita. A un lado de la repostera rural estaba el puesto de pan y sin pensarlo compré dos hogazas de lo mas fibrosas calentitas y humeantes.
Las personas que compraban me miraban de reojo, como quién quiere evitar dar atención para que no se le acerquen, así que solo me limité a pasear y saludar cortésmente como cualquier pastor de tu rebaño.
En uno de los puestos, justo donde vendían la sal, el azúcar, la harina de trigo y la cebada me encontré de frente con Constanza Sotomayor, la misma que el otro día llamó a Don Ramón "borrachón".
Conversamos por un momento, como ya entendí es su costumbre, sus ojos observaban ávidamente todo a su alrededor, sin dejar escapar ningún detalle. Le conté las buenas nuevas sobre el plan de reparación del campanario y al decirle quién se había ofrecido a ayudarme me contesto con presteza: — ¿Juan Toro? ¿De cuando acá larguirucho sabe asentar ladrillo? Si ese lo que hace es criar cochinos.
Me quedé atónito con su respuesta. Por lo visto le tiene un mote a cada vecino. Sin embargo no me inmuté y con todo el amor que pude le respondí — Pues larguirucho le va a mostrar a está parroquia lo amplio de sus habilidades. De seguro hay muchas personas aquí con dones que son útiles para todos.
Constanza me lanzó una mirada escrutadora que aprecié larga y desafiante, pero enseguida cambió de tema.
— Padre, le voy a decir una cosa. No vaya usted a creer que lo hago por mal, pero me parece que debo informarle algo sobre el sacristán.
— ¡Ah si Argenis! Hace poco me ha traído una bicicleta para que me desplace por los alrededores. Un muchacho muy noble, la verdad.
— ¡Ay padre! No se deje llevar por las apariencias. Argenis no es normal. ¿Es que usted no lo ha notado?
— ¿Notar qué? De lo poco que he conversado con él, todo me ha parecido normal.
— Padre, tenga cuidado. Yo sé por qué se lo digo — comentó susurrando.
La verdad es que mi curiosidad pudo mas que mi decoro y no hice mas que preguntar sobre el misterio.— ¿A qué se debe todo esto, Constanza?
— Padre Emilio, le digo que Argenis Piña no es normal. A él no le gustan las mujeres. Todo el mundo
lo sabe. Jamás ha tenido novia y se corren los rumores que una vez de joven, los muchachos lo fueron a buscar a su casa para jugar. La puerta estaba entreabierta pero Argenis no atendía al llamado. Los amigos se adentraron y ¿adivine qué encontraron?
— ¿Qué? — dije exaltado.
La mujer acercó su rostro cerca de mi pecho. Se tapó la boca con la mano y susurró— Que Argenis llevaba un vestido de la mae' y se había pintado la boca de rojo. Dicen que lo encontraron retraído mirándose al espejo. Desde entonces no volvió a juntarse con los mozitos del pueblo.
Confieso Padre, que me quedé estupefacto. No por la acción de Argenis sino por el comentario de Doña Constanza. En seguida se me vino a la memoria la sabiduría de Efesios 4:29 "Eviten toda conversación obscena. Por el contrario, que sus palabras contribuyan a la necesaria edificación y sean de bendición para quienes escuchan", y con voz enérgica respondí, —¡Cosas de muchacho, señora!
Constanza me miró incrédula. Como tratando de entender mis palabras a un nivel más profundo. Al ver su cara de consternación le reivindiqué — No es bueno prestar atención a ese tipo de habladurías, buena mujer.
La doña se acomodó el cuello de la blusa, cerrándolo aun más de lo que estaba, — Yo se lo digo para que vaya sabiendo Padre.
Padre Santísimo,
No permitas que los que sólo saben criticar alboroten tu ciudad y permite que los sabios apacigüen la cólera.
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YO CONFIESO (BORRADOR)
General FictionSoy el párroco asignado a este variopinto y caluroso pueblo. Mi fe y mi entrega a Dios constituyen la fuerza y la razón de mi existir; pero desde que llegué a este lugar tan lleno de intrigas y tentaciones se han quebrantado mis cimientos y se ha a...