Padre,
Estarás complacido de saber que esta mañana la iglesia se despertó de fiesta. Nuevamente poco me imaginaba de como acabaría el día.
Muy temprano vino Blanca con capullos de su jardín para adornar el altar. Aun no están en flor pero dice que para mañana estarán en todo su esplendor. Sé que adornarán tu casa y también mi corazón afectado.
Juntos limpiamos la pila del agua bendita y sacudimos los bancos. Durante la mañana esperé a Constanza que se mostrara por el templo, pero en todo el día no apareció.
Como lo previne, ya se había corrido la voz de que habría misa el domingo y por eso, bastantes parroquianos vinieron a darle un vistazo al recinto. Los vi entrar y persignarse. Miraban a lo alto las paredes y se acercaban a los primeros bancos. Tocaban la madera y conversaban entre ellos.
Dos muchachas jóvenes, las hermanas Eva María y Rosa Inés Pilar de veintitrés y veinticuatro años se presentaron ante mi poniéndose a mi disposición. Recordé que eran las mismas que durante mi primera misa sofocaban risitas en los bancos delanteros.
Muy animadas las dos comentaron que se les daba bien el canto y el baile y que con gusto asistirían en formar un coro para la iglesia. Emocionado les dejé el libro de cánticos para la ceremonia, señalándoles los de uso para la celebración.
Ellas practicaron a un costado del altar durante horas, su voz sonaba afinada y melodiosa en medio del eco del templo. En la tarde se le unieron Teresa Parra y Félix Rangel y cuando terminaron las practicas se acercaron a conversarme.
— Padre, quédese tranquilo — dijo Félix — que ya quedaron fijas las melodías. Ahora vamos y le decimos a Don Borra...digo Don Ramón para que venga mañana y nos acompañe con la guitarra.
Reí complacido dándoles las gracias.
Eva Maria entonces prosiguió tímida.
— Padre ¿Y ahora a quién va a poner de sacristán?
— A Argenis ¿A quién más? — respondí confuso.
— Pero es que Padre, por ahí andan diciendo que se estaba besando con El Guillermo en la sacristía ¿Y eso no es sacrilegio? Mi mamá dice que por eso lo van a excomulgar y ya no podrá entrar mas a la iglesia — concluyó Rosa Inés.
No pude mas que aguantar la respiración un segundo para no mostrarme demasiado severo con los jóvenes que tan alegremente planeaban colaborar en el templo.
— No se dejen llevar por habladurías — respondí calmado. — Son solo malos rumores, pero les aseguro que aquí no ha pasado nada. — Dejen tranquilos a esos muchachos que no le hacen mal a nadie y ocúpense de sus cosas.
Félix río sin vergüenza. — Bienvenido al pueblo de Barbantú, Padre Emilio. Ya usted sabe: "Pueblo
chico, infierno grande"
— Pues a rezar y a rezar para que ese infierno se desvanezca.
— No creo que al Argenis y al Guillermo se les desvanezca nada... Ellos siempre han sido así —
comentó Teresa con un murmullo.
— Muchachos — dije con tono solemne — Es el aporte a la comunidad y la fe en Dios, las buenas obras y el amor al prójimo lo que vale. Las preferencias personales de cada uno deben ser respetadas y entiendan ustedes que en esta iglesia todo aquel que venga es bienvenido sin importar su exterior y ni siquiera su interior. Bien lo dicen las escrituras "Miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu ojo"
— ¿Y eso que quiere decir, Padre?
— Pues que no critiquen a sus vecinos porque ninguno de nosotros es perfecto. Todos hacemos cosas que ante otros no están bien y si caemos en el vicio del juicio contra los demás este pueblo jamás saldrá de eso que ustedes llaman "infierno".
Félix asintió — Es verdad Padre. ¿Sabe? El Argenis no es mala gente, ese siempre está colaborando con las viejitas de La Mulera. Les lleva cosas y las ayuda en los huertos. El Guillermo naturalmente lo acompaña, pero aquí en el pueblo raramente conversan con nadie. Debe ser por eso que la gente les tiene tirria.
— ¿Y qué es La Mulera? — pregunté.
— Ah, eso es un sector por allaaaá lejos. Un caserío rezagado donde están las cinco casitas mas pobres de Balantú. Ahí no hay sino vicio y miseria. Esas gentes casi no bajan al pueblo porque están en los colindes con el rio. Los muchachitos de esas casas andan todos barrigones llenos de lombrices con los paes cayéndose de borrachos por el aguardiente.
Quedé perplejo con el nuevo tema de la segregación, pero ya algo se me ocurriría.
— Gracias por decírmelo, Félix. Y ahora ya saben. Controlen lo que dicen. Argenis y Guillermo no han cometido ningún sacrilegio. No rieguen rumores malsanos.
Cuando creí haber zanjado la conversación, Eva María lanzó una nueva pregunta.
— Padre Emilio. Disculpe la indiscreción nunca había visto un párroco tan joven. ¿Y eso que usted es cura?
Reí con la pregunta — Pues todos lo curas alguna vez han sido jóvenes, Eva María.
La muchacha se encogió de hombros y yo les di la bendición.
Cuando iban saliendo todos del templo llegó Efrain Aponte, mi recadero y el hijo el jefe de policía. Venía
asustadizo y con la mirada perdida. Enseguida me le acerqué — ¿Que traes Efrain? Se mostraba nervioso con la mirada esquiva al hablar.
— Padre, que dice mi apá que le diga a usted que... que el comisionado le dijo que...
—¡Habla ya Efrain!
Efrain dejó escapar un suspiro. — Que dice mi apá que no quiere escándalos otra vez porque estos serán penalizados con setenta y dos horas de cárcel a pan y agua.
— No entiendo Efrain, explícate mejor.
— Usted sabe Padre. Como hoy tuvo que venir el comisionado a llevarse a Efrain y a Guillermo pero usted no los dejó marchar, ahora mi apá dice que si esos dos vuelven a levantar escándalos se los va a llevar presos.
Le alboroté el pelo para restarle peso a la inmensa carga que llevaba el muchacho. En sus ojos leía que no acordaba con la gestión de su progenitor y sonriente le bendije.
— Esta bien Efrain vaya con Dios.
Señor, sé que esto fue un momento de prueba para mi. Estuve muy tentado de llegar hasta la comisaría a plantarle cara al gendarme pero desistí de eso por ahora. Tendré que buscar una oportunidad de reunirme con él. Encuentro muy preocupante que por detalles tan insignificantes se gesten problemas tan abrumadores. El uso de la ley debe ser cumplido pero de forma honesta e imparcial, no como este parapeto que se nos presenta.
Apiadate Señor, de estos tus pobres súbditos.
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YO CONFIESO (BORRADOR)
Ficção GeralSoy el párroco asignado a este variopinto y caluroso pueblo. Mi fe y mi entrega a Dios constituyen la fuerza y la razón de mi existir; pero desde que llegué a este lugar tan lleno de intrigas y tentaciones se han quebrantado mis cimientos y se ha a...