45

89 7 2
                                    

Santo Dios,

Espero que mis pasos vayan guiados por el camino correcto. Las buenas nuevas se multiplican y me agrandan el corazón.

Hoy recibí la carta de la diócesis que tanto había esperado. En ella se me indica la aceptación a la renuncia de mis votos y se incluyen los trámites y pasos a seguir para completar el proceso.

En tanto todo este finiquitado se me relegará de mis oficios y seré de nuevo un hombre del mundo, aunque nunca dejaré la fe ni mucho menos mi adoración por ti.

Jorgina y yo nos hemos visto a la distancia. Sé que nuestros cuerpos vibran con la presencia del otro. Y aunque los encuentros son fugaces, con tal de verla y de escuchar su voz me conformo.

Ayer me dejó una nota en la sacristía. Fue muy perspicaz, pues la escondió en el Alba que uso para las ceremonias y unos minutos antes de iniciar la Eucaristía, cuando la saqué del gancho para ponérmela, el papel se resbaló al piso, dejando a la vista un par de labios rojos estampados.

«Adorado Emilio,

Ninguna condición adversa que se presente en nuestro camino podrá intimidar a esta mujer, tu mujer.

Y de corazón te digo que no tendrás más fiel compañera que yo y tampoco saldrá de mí queja alguna que te haga arrepentirte de la decisión de aceptarme.

Tú eres el ser que más quiero. Tienes mi amor verdadero y siempre estoy pensando en ti.

Y que sepas Emilio, que no permitiré que te escurras de mis brazos como el agua que se esfuma entre los dedos.

Yo te espero.

Con todo mi amor,

Jorgina»

Sus palabras me dieron fuerza y reavivaron mi aliento; y aunque me he propuesto acallar mi pasión hasta que todo haya sido concretado, no pude evitar mirarla desde el púlpito. Ella estaba rozagante, vibrante de alegría y sus ojos me invitaban a bajarme del sitio y besarla ahí mismo.

Como ya lo sabes, Señor, no cedí a mis tentaciones. Sin embargo me envalentoné a informarle a la Parroquia sobre mi inminente dimisión y los invité a celebrar la última misa en familia, el domingo próximo.

Por supuesto que no faltaron las caras de gran incógnita y las preguntas sobre mi salud.

Solo me limité a decirle a estas gentes que mi renuncia a los votos se debía a motivos personales que en su momento serían revelados.

La primera persona que vi después de la misa y de mi gran revelación fue a Blanca. Ella entró a la casa parroquial cargando una cesta con panecillos recién horneados barnizados en miel.

— ¿Entonces se nos va, Padre? — dijo afligida.

— Es casi un hecho, doña mía.

— ¿Y el motivo? ¿No se lo dirá a esta vieja?

Pensé que Blanca había sido una fiel compañera, además de que sus palabras me habían ayudado enormemente en su momento, y por eso no opuse resistencia en declarar.

— Por amor, Blanca. Es solo por amor.

— ¿Jorgina? Inquirió inclinando el rostro hacia un lado.

— Sí. He decidido que no hago bien a nadie mostrando una fachada cuando la verdad es que no soy más que un hombre con una gran fe. Eso significa que no puedo seguir ejerciendo como sacerdote si detrás de mis feligreses sufro con las exigencias del corazón. Encuentro que es la decisión más prudente, por el bien de todos.

— Alabo su sinceridad, Padre. Pero Jorgina no es una mujer libre. ¿Ya pensó en eso?

— Sí, lo he pensado. Para eso hay solución. Su matrimonio es de papel y con el debido cuidado legal puede disuadirse si ella así lo desea.

— Creo que hace usted bien. Una decisión tomada a buen tiempo ahorra muchos malestares. Déjeme que lo felicite sinceramente, ¡aunque ya sabe las faltas que nos va a hacer!

Blanca me abrazó como solo puede hacerlo una madre, y en ese momento recordé a la mía. Sentí el calor fraternal y aprobatorio que se transmite con el cariño; y en ese momento supe que mi madre, desde tu lado Señor, me bendecía.

"El señor es mi fortaleza. El Señor es la roca en que me refugio" Salmos 94:22



YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora