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Dios Todo Poderoso,

Lo que ha pasado esta noche no lo previne ni lo planeé.

Perdona mis pecados y fíjate en mi corazón que está repleto de buena voluntad y de agradarte a ti, Señor.

Esta noche la vi...

Estaba oscura mi habitación. La lamparita no brillaba ya y solo el resplandor del faro de la calle dejaba en penumbra este humilde habitáculo.

— Padresito, ¿estás ahí? — escuché su voz desde la puerta.

Me levanté sorprendido sintiendo una emoción que me envolvía.

¿Jorgina? — pregunté nervioso.

— Sí. Vine a verte. — respondió. — Pero quiero verte aquí, en tu cuarto. No afuera ni en ningún otro sitio.

Quedé atónito con su respuesta y el corazón comienzo a latirme con fuerza.

Ella pasó, cerrando la puerta tras de si y me abrazó largo. Yo estaba inmóvil pero mis brazos respondieron al contacto.

Ella suspiro en mi oído.

— No pude más. Vengo por que no puedo más.

Acerqué instintivamente mi nariz a su cuello y sentí ese aroma a duraznos jugosos y maduros. Mis manos desobedientes acariciaron su espalda con dulzura mientras que ella se estremecía con mis caricias.

Quise mirarla a los ojos para decirle cuanto ansiaba este momento, pero la escasa luz que se filtraba por la ventana, solo me dejaba vislumbrar su silueta trémula ante mi.

Como no lograba articular palabra me acerqué a su oído para llamarla por su nombre. Sentí la tersura de su piel a contacto de mis manos, sus labios entre abiertos me llaman a probar la tibieza de su humedad.

Apreté su cuerpo contra el mio y ella entrelazó sus dedos en mi cabello musitando con ansiedad lo mucho que había anticipado este encuentro.

— Bésame Emilio. Bésame ya.

Me acerqué lentamente, degustando el fascinante encuentro. Esta vez, sin culpa ni remordimiento.

Mis labios cayeron sobre los suyos y mi lengua descubrió que su boca sabía tan dulce como la miel. Ella apretó mis labios y una sensación apremiante se hizo firme en mi entrepierna.

Con cuidado fue bajando sus manos por mi pecho y sentí sus dedos deslizarse despacio, colándose atrevidos por dentro de mi pantalón. Ella me tocó, Padre y sentí la presión de mi erección. Sus mano firme masajeaba con precisión y un jadeo involuntario salió de mi boca. En ese instante acaricié por primera vez sus pechos y ella gimió débilmente. Baje mis manos y le subí el camisón, ella apartó las piernas para dar la bienvenida a mi curiosidad y sentí su humedad. Ella me deseaba. Me deseaba tanto como la deseaba yo.

— Tómame ya. No puedo esperar más — dijo en sus suspiro.

Entonces quité con premura su camisón. Todo iba despacio y calmado. Tan real y tan intenso y yo Señor, deseaba tomarla en aquel instante. Ya yo no era puro y su cuerpo ya no se me hacía sagrado. Solo la imaginaba cabalgando lujuriosa sobre el mi, diciendo mi nombre una y otra vez. En verdad era grande la urgencia de hundirme dentro de ella para acallar mi suplicio.

Fue cuando tomé su rostro entre mis manos y besé sus labios sin cesura, sin pudor y sin delicadeza. La bestia dentro de mi salía y a Jorgina le gustaba. Sus manos ancladas en mi pecho apretaban mi carne, mis manos recorriendo su cintura, apretando sus nalgas duras.

Jorgina entonces habló con voz cortada,

— Pronto. Entra en mi.

Bajé las manos para deshacerme del pantalón, y en ese momento la figura de Jorgina se desvaneció.

Me desperté con el pantalón embadurnado de mis propios fluidos. ¿Podría un sueño sentirse tan real?

Hoy me hinco ante ti Padre, rezaré después de esta confesión, aunque últimamente ni las penitencias, ni el ayuno me devuelvan la cordura ni me quitan esta llama que siento me quema.


YO CONFIESO (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora